Crisis mundial, ¿lo peor ya pasó o está por venir?

Gran charla presentación de En Defensa del Marxismo N°57.

Como parte de la presentación del nuevo número de En Defensa del Marxismo, la revista teórica y militante del Partido Obrero, se desarrolló este viernes un Facebook Live que contó con la participación de Pablo Heller (dirigente nacional del PO y economista, autor de “Capitalismo zombi”) y de Michael Roberts (economista británico, autor de trabajos como “La Gran recesión -una visión marxista” y “La larga depresión”). El evento fue moderado por Guillermo Kane, dirigente del PO y miembro del comité editor de la revista.

En la charla se buscó dilucidar algunos de los temas más candentes de la actual situación política mundial. Se ha venido divulgando que lo peor de la crisis mundial, la cual es presentada por la mayoría de los economistas vulgares como una situación excepcional, producto de la pandemia de coronavirus, ya pasó y que poco a poco la economía capitalista mundial irá floreciendo y despegará dejando en el camino los estragos causados por la depresión en curso.

Sin embargo, habida cuenta el endeudamiento de los Estados y de las empresas, la caída de la tasa de ganancia de estas, y las convulsiones políticas y sociales que se vienen desarrollando en el mundo, incluyendo la guerra comercial y la tendencia a choques bélicos, el auge del capital que supuestamente se avecina se encuentra completamente cuestionado, y plantea una serie de interrogantes, entre ellos, adónde va realmente la economía mundial.

Pandemia y crisis mundial

Roberts dio el puntapié inicial de la charla señalando que, a 18 meses de la irrupción del coronavirus, la cual había sido advertida por diversos científicos y cuyo impacto puede ser mucho peor a lo que indican las estimaciones oficiales de los gobiernos, se ha puesto sobre el tapete el grosor del derrumbe al que han asistido los sistemas sanitarios como consecuencia de las políticas de ajuste de los gobiernos capitalistas.

La pandemia, remarcó, es el resultado directo de la “expansión descontrolada de la producción capitalista”, de la industrialización de la agricultura, la explotación de los minerales y combustibles en distintos puntos del planeta, y la puesta en contacto de la humanidad y de los animales domésticos con los animales salvajes, que contienen estos patógenos. En esta línea, indicó que “el capitalismo no solo explota la fuerza de trabajo, sino que también está destruyendo a la naturaleza” y que de esta manera se vendrán nuevas pandemias.

Con el avance del coronavirus, los gobiernos decretaron el cierre de la producción, lo que trajo consigo la peor caída económica en cien años. El declive de la economía mundial para el 2022 será de aproximadamente el 20 por ciento del PBI global; esta tendencia descendente, desde el punto de vista de cada economía tomada por separado, será más acentuada en aquellas que estén en vías de desarrollo (el doble), con la excepción de China. Roberts citó que las proyecciones auguran que en 2024 la producción mundial será un 3 por ciento más baja de la que hubiera existido de no haber aparecido el coronavirus.

El impacto de la crisis capitalista mundial ha producido un aumento sin precedentes de la pobreza, según la Cepal esta alcanzó a más de 200 millones de personas solo en América Latina. Roberts ha dicho que probablemente hayamos perdido varios años de expectativa de vida, y contrapuso este enorme retroceso en las condiciones de vida de la clase obrera con las enormes ganancias que están obteniendo las principales empresas tecnológicas y bancos; señaló que las bolsas de las economías centrales han llegado a un récord en la subida de valores, lo que fue posible gracias a la inyección de fondos por parte de los bancos centrales para rescatar al capital. Las bajísimas tasas de interés (han caído prácticamente a cero) son utilizadas por la clase burguesa para tomar préstamos baratos y volcarlos en muchos casos a la especulación financiera. Se trata, entonces, de un escenario muy endeble, que se ha edificado sobre un crecimiento monumental de la deuda pública.

En aras de reforzar la idea de que estamos ante un cuadro convulsivo, Roberts señaló que la economía mundial ya se dirigía, antes de la pandemia, hacia una recesión; desde el fin de la denominada Gran Recesión (2008-2009), el crecimiento económico de las principales metrópolis ha sido muy lento y la inversión productiva famélica a comparación de la inversión especulativa. Polemizando con los economistas burgueses, quienes no pueden explicar por qué no se ha aumentado la productividad del trabajo a través de la introducción de nuevas tecnologías y de nueva maquinaria, explicó que esto es imposible pues el desarrollo de las fuerzas productivas, bajo el régimen social reinante, depende por entero de la rentabilidad que pueda obtener el capital y no de las necesidades del conjunto de la humanidad.

Ha indicado, asimismo, que desde el fin de la Gran Recesión, los gobiernos han impedido que se abran paso los típicos procesos de depuración de capital (mediante una expansión de la oferta monetaria) y advirtió que estamos presenciando una depresión muy prolongada.

Roberts explicó cómo esta mayor desigualdad social se ha trasladado al plano de la vacunación; mientras que los países avanzados cuentan con un 40 por ciento de su población vacunada con el esquema completo, el porcentaje en los países más pobres se reduce a un 11 por ciento. Si bien gracias a la investigación científica se han logrado encontrar rápidamente vacunas efectivas para tratar el coronavirus, la gestión capitalista de ella se ha revelado como un escollo y asimismo, a medida que surgen nuevas variantes del virus, crece el temor en los círculos de la clase dominante. “El surgimiento de variantes altamente infecciosas podría sacar de su camino a la recuperación económica”, subrayó Roberts, y agregó que “todos estos factores hacen pensar que a pesar de que haya una recuperación en ciertos países, dicho fenómeno no perdurará”.

La conclusión más importante, precisó, es que necesitamos sistemas de salud gratuitos y una inversión masiva en materia de investigación científica para prevenir nuevas enfermedades. Por otro lado, también dijo que es necesario cancelar la deuda de los países pobres y anular los paraísos fiscales donde los multimillonarios atesoran sus riquezas burlando el pago de impuestos. En ese sentido, habló sobre la necesidad de ir hacia una nacionalización de las empresas. “El fracaso de dar una respuesta internacional a la pandemia y de organizar a esa escala la vacunación evidencia que necesitamos una economía socialista, en función de los intereses generales”, sentenció.

Catástrofe capitalista y lucha de clases

Heller, quien tomó la palabra después, comenzó diciendo que hemos entrado en una situación convulsiva. Contra aquellos que hacen de la “recuperación” de la economía norteamericana una épica, ha opuesto la realidad de los seis millones de nuevos desocupados que hay desde el estallido de la pandemia. “Cuando se habla de recuperación hay que señalar sus límites”, recalcó, y en esa línea agregó que cuando nos hablan de la vuelta a la normalidad hay que interrogarse de qué normalidad se habla; la pandemia ha agravado la bancarrota del capital, la cual ya tenía expresión antes de la llegada del Covid. Europa poseía un crecimiento nulo, la economía yanqui se encontraba en un desinfle, y China había ingresado en una desaceleración, viéndose imposibilitada de convertirse en dínamo de la economía mundial como ocurrió en 2008.

“Venimos de la crisis del 2008 y, como balance, vemos que hubo un rescate gigantesco a los capitalistas, que no evitó que el mundo entrara en recesión”, subrayó. Los planes de estímulo que los gobiernos pusieron a disposición de la revitalización de la economía, lejos de servir a la ampliación de la capacidad productiva, fueron utilizados por las empresas en operaciones especulativas y para la recompra de sus propias acciones. El telón de fondo de esto es la enorme crisis de sobreproducción y de sobreacumulación de capitales, los cuales son fenómenos inherentes a la dinámica del capital y están impregnados en sus leyes internas.

La “recuperación” actual, entonces, tiene un carácter explosivo; el nivel de endeudamiento ha alcanzado niveles astronómicos y la emisión monetaria fue utilizada para rescatar al capital (los montos destinados a los sectores de bajos ingresos fueron irrisorios). Esto ha demostrado que la emisión monetaria tiene límites mortales, fundamentalmente porque no se puede crear valor al margen del proceso productivo. En Estados Unidos, la política de emisión monetaria ha provocado en estos últimos dos meses un fenómeno inflacionario, que puede hacer volar por los aires el esquema de tasas bajas, lo que ha estado generando pánico en los mercados. Esto puede producir una depreciación del dólar frente al resto de las monedas y una huida hacia activos más seguros, como el oro, un aspecto clásico de las grandes crisis capitalistas.

Heller ha evidenciado que la pandemia no es una fatalidad, sino que es obra de la organización social capitalista; “el capital no destruye solamente al hombre como fuerza productiva, sino también a la naturaleza”. El régimen social imperante es una traba para superar la pandemia, pues no puede llevar adelante una coordinación entre el conjunto de los países del globo para este objetivo. Por el contrario, “ha primado como nunca una política de división, de choques y de enfrentamientos entre los Estados”, subrayó, y agregó que estos “se han sacado los ojos para ver quién podía acaparar las vacunas”, defendiendo a sus pulpos farmacéuticos.

La catástrofe capitalista actual tiene su traducción en el plano político y social. El capital intenta salir de su impasse con sus propios métodos y con todas sus contradicciones, es decir, de forma anárquica y violenta; no solo se han acentuado los choques contra la clase obrera, sino que también reinan las disputas inter imperialistas, con su manifestación más saliente en la guerra comercial o las tendencias a la guerra a secas, como ocurriera en las grandes crisis del pasado. La prueba más cabal de esto es la orientación del imperialismo norteamericano, el cual, por boca de su presidente Joe Biden, no va a permitir que China ocupe, por ejemplo, un lugar predominante en la industria de punta. Bajo esta premisa es que viene desenvolviendo todo tipo de sanciones y represalias, las cuales aplica también a Rusia; “el imperialismo busca salir de la crisis apostando a un proceso de copamiento y colonización del ex espacio soviético y de China”, subrayó Heller.

Heller ha remarcado que las depresiones también pavimentan el camino hacia levantamientos revolucionarios. Las sublevaciones de masas no sólo han tenido lugar en los países periféricos, sino también en los Estados Unidos; la derrota de Trump es inseparable de la rebelión popular que ha tenido lugar allí, la cual condiciona también al gobierno Biden.

Estamos ante un panorama donde afloran las tendencias a la lucha de la clase obrera en todo el mundo. Esto ha quedado de manifiesto en América Latina con las rebeliones populares en Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala o Perú. También en la huelga general anti golpista que se ha desenvuelto en Bolivia. Tampoco se ha cerrado, asimismo, el ciclo de sublevaciones populares de la Primavera Árabe, así lo prueban las últimas movilizaciones en el Líbano o en Túnez, por ejemplo. En Asia se han desarrollado importantísimas revueltas y luchas de masas, como en la India, Tailandia, Indonesia o Myanmar.

Heller cerró diciendo que el mundo va hacia enormes crisis, derrumbes de regímenes políticos y que las rebeliones populares que tuvieron lugar en 2019, y que se retomaron en 2020, tienden a profundizarse, pues todas las contradicciones que les dieron origen se han vuelto más pronunciadas.

En este marco, los partidos que se dicen de la izquierda revolucionaria tienen una enorme responsabilidad, a saber, ayudar a que la clase obrera emerja como factor independiente y que las rebeliones triunfen. La necesidad de realizar una segunda conferencia latinoamericana, para trabajar en la creación de un polo de independencia de clase en el continente, es vital.

Debate sobre China

Roberts no comparte la aseveración de quienes dicen que China es un país imperialista, capitalista, ya que, según él, su economía sigue dominada por el Estado y se encuentra planificada. Sin embargo, existe un gran sector capitalista, de multimillonarios y con enormes empresas privadas; se desarrolla “una tensión continua entre el Estado, la dominación del PC chino y la dirección que le quiere imprimir a la sociedad, y este sector capitalista que va creciendo”, subrayó.

El poder estatal sigue en manos del PC y de su Ejército, y los capitalistas no detentan el poder político, o sea, no tienen el control de la orientación económica, agregó. Además, dijo que el gobierno viene de atacar intereses capitalistas, a través de sanciones. Roberts caracterizó que existen diversas fracciones en la clase dirigente del PCCh, una quiere avanzar hacia una apertura generalizada de la economía china al servicio del capital imperialista, y la otra (mayoritaria) tiene un punto de vista nacionalista, persigue un desarrollo de la economía china bajo su tutela.

Roberts indicó que en China no existe el socialismo, pues no hay organismos de democracia obrera; “es un Estado dominado por un solo partido y por una élite, comentó”. Pero tampoco sería una economía capitalista, pues no está dominada por esta clase social y la ganancia y la ley del valor no son la fuerza decisiva. Añadió que no se puede tener socialismo en un solo país, ya que se trata de un proceso de transición internacional.

Por su parte, Heller expuso el carácter precario de la economía china, “todas las contradicciones de las economías capitalistas más avanzadas se multiplican en China”. China es uno de los países más endeudados del mundo (su deuda asciende al 300 por ciento de su PBI) y su economía ha venido sobreviviendo a base de inyección monetaria; allí es común la existencia de las denominadas empresas zombis, que se mantienen en pie con las muletillas del rescate estatal. No solo hay que tener en cuenta la deuda que tiene el sistema financiero oficial, sino también al sistema extraoficial (llamados bancos en la sombra). La explosividad de la situación es de una envergadura gigantesca, puesto que se están empezando a desarrollar quiebras de empresas, entre ellas algunas de importancia, y el Estado ya no puede socorrerlas. La deuda de varios gobiernos locales y numerosos bonos corporativos ya son considerados como basura, esto debido a que no están dadas las condiciones para su devolución.

China, de acuerdo a la caracterización del Partido Obrero, no es un país imperialista; ni siquiera ha completado el proceso de restauración capitalista. Heller señaló que aunque este se halle inconcluso, no quita que el gobierno tenga un rumbo abiertamente restauracionista.