Israel: “Del bulevar Rothchild a la toma de la Bastilla”

El domingo 4, Shuki Sadeh e Ido Efrati, dos periodistas del periódico israelí Haaretz comentaron de esa manera la “gigantesca movilización de más de 450.000 almas” en ese país.

La comparación parece un exabrupto. Pero refiere no sólo a este nuevo récord de la movilización de los ‘indignados’ israelíes, sino a que esta protesta registra una presencia callejera absolutamente sin precedentes: ¡casi el 7% de la población de todo el país! -incluida la vasta minoría palestina que vive dentro del Estado ‘judío’.

Entre los cuestionados dictadores del mundo árabe y los cuestionados ‘demócratas’ israelíes sólo hay una diferencia de grado. En lo fundamental, gobiernan los mismos intereses de clase y tanto unos como los otros están atados de pies y manos al imperialismo.

Las vísperas

El movimiento de los ‘indignados’ no se lanzó en flecha y sin escollos. Uno de los más importantes, el intento de explotar la xenofobia antipalestina a partir de una serie de atentados terroristas. Fue así que una semana antes de la movilización del sábado 3, cuando el sábado 27 hubo escasa participación, la burguesía sionista salió a cantar ‘victoria’.

Por abajo, sin embargo, el fuego no hacía más que avivarse. Por un lado, el acuerdo que el gobierno ‘festejó’ con la burocracia de la Asociación de los médicos fue aguado por éstos: esa burocracia levantó una larga huelga arrancando concesiones para ciertos sectores. Pero la masa de los residentes no recibió nada, por lo que entonces relanzó la huelga con más fuerza: el sistema de salud está paralizado desde antes del inicio de la ola de las carpas juveniles diseminadas por todo el país.

Por otro lado, en Tel Aviv y Jerusalén, casi una decena de edificios públicos fueron ocupados, al igual que lugares para vivienda y centros de organización de esos campamentos. El gobierno lanzó a la policía contra las ocupaciones y metió a decenas de activistas en la cárcel. Usó el método que aplica en los ‘territorios’ contra los palestinos, aunque sin llegar al asesinato.

La marcha del sábado 3 fue una respuesta al intento de hacer acallar el movimiento de los ‘indignados’. Fue la reacción de las capas más profundas del país. La Histadrut (la CGT) estuvo completamente al margen. El principal apoyo ‘externo’ provino de una lúcida voz del periodismo israelí, Guideon Levi, quien dos días antes publicó en Haaretz una columna llamando a “la marcha del millón” para cambiar la “agenda típica del país, la de la seguridad y el militarismo” por otra que defienda la de las “protestas sociales” de “un nuevo Israel”.

El movimiento superó así la movilización de un mes antes, con más de 300 mil almas, y también la de 1982, cuando fue a la calle una multitud similar contra el asalto criminal de Sabra y Chatila, en el Líbano, por las tropas sionistas junto a las de las falanges cristianas en esos campamentos palestinos. Ese movimiento, desde entonces, se desvaneció impotente.

¿Son estas movilizaciones un signo de que esto está cambiando? Es lo que parecen estar diciendo las multitudes en todas las ciudades y pueblos del país. En Jerusalén, la ciudad más conservadora y asiento de las principales escuelas religiosas (ieshivás) “una multitud sin precedentes de 50 mil personas llenó la plaza París y sus alrededores, casi dos veces más que la movilización previa de este verano” (ídem, 4/9).

Síntomas de un fenómeno revolucionario

Algunos indican que no faltaron intentos de vincular la movilización social en Israel con los reclamos del cese de la opresión al pueblo hermano árabe-palestino: por eso “la iniciativa -dice el cable que reproducen La Nación y Página/12- fue criticada en determinados círculos de izquierda por dejar de lado, por motivos tácticos, el espinoso asunto de la ocupación y la colonización de los territorios palestinos” (4/9).

Lo cierto es que desde mucho antes del establecimiento del Estado de Israel no se alcanzaba en movilizaciones populares tal mancomunidad entre palestinos y judíos. La crónica del domingo 4 de Haaretz da cuenta de que, por ejemplo, “en Haifa, la protesta alcanzó a 40 mil manifestantes, muchos de ellos portando banderas rojas. Esta protesta se focalizó en la cuestión de la discriminación contra los árabes. Shahin Nasser, representante del movimiento de protesta de las carpas de Haifa dijo: ‘Estamos hoy cambiando las reglas del juego. No más coexistencia en base a tortillas de miseria. Lo que está sucediendo aquí es verdadera coexistencia, donde árabes y judíos marchan juntos, hombro con hombro, convocando a la justicia social y a la paz. Es esto lo que queremos. Bibi, fuera. Steinitz, andate y no vuelvas; Atias, chau y rajá bien lejos’, dijo, refiriéndose al primer ministro y a los ministros de Finanzas y Vivienda, respectivamente” (4/9).

Los desafíos

Casi 55 años atrás, el Estado sionista fue instalado en Medio Oriente, con el impulso de los acuerdos contra-revolucionarios del imperialismo mundial con la burocracia de la ex URSS, bajo la fachada de dar un ‘hogar nacional’ a los sobrevivientes del holocausto.

Tal cosa encubría, sin embargo, una de las peores fechorías de la posguerra. Venía a encubrir el colaboracionismo atroz de los ‘demócratas’ en el exterminio judío durante esa conflagración (así como la persecución antisemita posterior en la URSS, que también los ‘demócratas’ dejaron pasar sin hacer olas). Los Estados Unidos e Inglaterra sabían de los campos de concentración desde el principio, pero nada hicieron, por ejemplo, para bombardear las vías férreas que conducían a ellos. Ni hablar de la negativa de los primeros para recibir a los judíos perseguidos de toda Europa antes y durante la guerra. Luego de ésta, antes que permitir la reunión con sus familiares de Occidente, los usaron de ariete para crear uno de los mayores dramas de la posguerra hasta el presente.

Se expulsaba a un pueblo -el palestino- de sus tierras para dársela a otro, que en nombre de la ficción de crear un ‘oasis democrático’ (hasta ‘socialista’, decían el stalinismo y más de un ‘trotskista’) dio lugar no sólo a un régimen de usurpación de la tierra de otra nación, sino a un régimen crecientemente militarista, teocrático y fascistizante -como caracterizan hoy al Estado de Israel hasta sectores sionistas democráticos. Un régimen gendarme del imperialismo mundial, como se ha puesto de relieve a partir de la guerra del canal de Suez (1956), en 1967 con la guerra ‘de los seis días’, muy especialmente a partir de las grandes ‘intifadas’ del pueblo palestino y ahora, en particular, a partir de la llamada ‘primavera árabe’.

Es ésta la cuestión crucial que deberá enfrentar, más tarde o más temprano, el movimiento de los ‘indignados’: la cuestión de la unidad nacional de Palestina, bajo una mayoría nacional árabe palestina. Esta es la senda de una Federación Socialista de todos los Estados del Cercano Oriente, desde Irán hasta Argelia.

Ese día será la verdadera toma de la Bastilla de los explotados de la región.