¿Del derrumbe al crac?

La continua devaluación del yen japonés ha desatado una nueva ronda de derrumbes bursátiles, es decir, de quiebras capitalistas, que podrían desatar una guerra comercial de devaluaciones. Las expectativas de los observadores internacionales se concentran ahora en China, ante la posibilidad que responda con una devaluación a la presión comercial japonesa. En este caso, se dice, caería la convertibilidad en Hong Kong y, esto provocaría un derrumbe bursátil en Gran Bretaña y Estados Unidos.


La devaluación del yen obedece a la fuga de capitales de Japón, donde se teme una bancarrota generalizada de su sistema bancario. Los bancos japoneses tienen más de un billón de dólares en créditos que no podrán recuperar. En consecuencia no prestan ni pueden prestar, lo que acentúa el declive económico, que ya ha provocado la caída del PBI en un 5%. Esta caída ha agravado la insolvencia de las empresas y, por lo tanto, la cada vez más intensa del sistema bancario. Las posibilidades de pérdidas son ilimitadas. El gobierno ha agotado su capacidad de socorro, porque su deuda pública ya equivale al 250% de su PBI, o sea que es de ocho billones de dólares. Gran acreedor internacional, Japón (y el conjunto de Asia), está aplastado por su deuda doméstica. Un país con gran capacidad de acumulación de fondos, debido a la altísima explotación de su clase obrera, los canalizó por medio del crédito y de la especulación hasta encontrarse con sus propios límites de expansión.


La veloz devaluación del yen ha sido consentida por Estados Unidos y Europa, a pesar del perjuicio que puede provocar a su propio comercio. Es que la política de estos estados está dictada por los intereses del capital financiero, a los cuales les interesa la quiebra de la banca japonesa. Aunque la devaluación puede servirle a algunos grandes grupos industrial-financieros-exportadores de Japón, agrava la crisis bursátil y acelera la quiebra industrial y bancaria. El gobierno norteamericano ha reclamado repetidas veces que Japón deje caer a sus bancos insolventes, mientras que la banca de inversión norteamericana comienza a instalarse en grande en Japón. Los capitalistas yanquis siguen con Tokyo la misma política que han venido aplicando a toda Asia: provocar la quiebra de sus competidores. Encuentra resistencia, por supuesto, en todos lados, como lo ejemplifica Corea del sur con la decisión de su gobierno de socorrer con fondos públicos a los grandes capitales nativos.


Para mantener esta política, el imperio yanqui necesita el concurso de China, porque una devaluación de la moneda de ésta acabaría en una formidable crisis en Nueva York. Clinton habría decidido ofrecer a China un ingreso preferencial en la Organización Mundial del Comercio a cambio de que no devalúe el yuan. Semejante acuerdo convertiría a China en una plaza preferencial para las inversiones norteamericanas, en un momento en que las tendencias recesivas en China están provocando una salida de capitales. Debido a todo esto es que los ‘especialistas’ coinciden en caracterizar a China como la clave en la presente crisis. La semana pasada, el banco central de China vendió dólares en forma maciza para que no se quebrara la convertibilidad de Hong Kong.


El problema para que funcione el acuerdo chino-norteamericano es que la crisis ya se está jugando en numerosos tableros. La deuda interna dolarizada de Brasil, por ejemplo, que vence en los próximos seis meses, iguala a la totalidad de las reservas de ese país, de 55.000 millones de dólares; si no se renueva y debe ser pagada, la emisión de reales correspondiente dejaría hecho un poroto al tequila mexicano de fines del 94; el total de la deuda interna brasileña asciende a la descomunal suma de 250.000 millones de dólares. La desconfianza ha llegado al punto que los inversores ya no aceptan títulos indexados al dólar, por lo cual ahora se emiten bonos del gobierno indexados a las tasas de interés de 24 horas —la más volatil y explosiva.


Rusia, por su lado, tiene vencimientos dentro del año de 33.000 millones de dólares, con reservas que son la tercera parte de esto. Los bancos europeos y norteamericanos han otorgado préstamos secretos al gobierno ruso, o sea al margen de cualquier convenio internacional, para que no se cayera el rublo. En Indonesia, la refinanciación de la deuda externa privada de 80 mil millones de dólares es una ficción, ya que se desconoce que los deudores puedan pagarla; no solamente la rupia sigue cayendo sino que aquella renegociación no incluye otros 20 mil millones de dólares por “contratos derivativos”, un tipo de operación financiera que no se registra en los balances. De acuerdo a la revista Time (25/5), “Los 25 bancos norteamericanos con mayores contratos de este tipo, tienen créditos expuestos a estos negocios por más de 350 mil millones de dólares —lo cual es más que suficiente”, dice, “para barrer por completo con los 250 mil millones de dólares en acciones que estos mismos bancos tienen a mano como protección para absorber pérdidas”.


A la luz de esta situación ya hay algunos economistas que piensan que el derrumbe bursátil puede convertirse en un crac, es decir, en una cadena de quiebras bursátiles. El semanario Bussines Week editorializa que “Una desvastadora espiral deflacionaria ha comenzado en Tokio, Japón, y amenaza apoderarse de China, si no logra pronto revertir su sentido… Quienes en Estados Unidos y Europa minimizan este problema están soñando; no es ya esa economía regional, sino la mundial, la que súbitamente ha sido puesta en peligro por la crisis japonesa” (Citado por La Nación, 3/6). No se puede decir, sin embargo, que la opinión del semanario se haya anticipado a los acontecimientos.


Ver también Prensa Obrera, nº 583, del 30 de abril de 1998, página 7, sección Internacionales, la nota con el título “En las vísperas de otro derrumbe”