“Democracia en Irak”

La farsa electoral acentúa la crisis de la ocupación imperialista


No vamos a insultar la inteligencia de nuestros lectores discutiendo si las elecciones iraquíes del domingo pasado fueron una victoria de la democracia. Sólo para la anécdota importa señalar que no llegaron a un par de decenas los observadores internacionales que debían verificar la corrección de los procedimientos en casi 90.000 sedes electorales o que apenas el 7% del electorado conocía, según las encuestas, la composición de las listas partidarias. Cualquier conclusión que emitan las autoridades electorales sobre lo ocurrido carece de veracidad. Lo que no es para la anécdota es que Irak es un territorio ocupado, cuyo poder político reside en Washington. La finalidad estratégica de las elecciones, para la potencia ocupante, es consagrar la legalidad internacional para los actos del gobierno títere, es decir, la legalidad de la entrega de los recursos petroleros a los pulpos del ocupante. Los comicios como tales han sido un episodio de la crisis de la ocupación militar provocada por la resistencia popular.


 


La convocatoria a elecciones para establecer un nuevo gobierno bajo el control de los ocupantes, surgió luego de los levantamientos de Falluja y Najaf, a mediados de 2004, que amenazaron con provocar una derrota decisiva al imperialismo yanqui. Bush recurrió entonces a una solución de compromiso con el jefe de la principal aglomeración shiíta, que fue transportado desde Londres para rubricar el acuerdo. En la operación fueron involucrados los gobiernos imperialistas europeos que se habían opuesto a la guerra. La formación de un nuevo gobierno por medio de elecciones debía ser el punto de partida para la ‘normalización’ de Irak y la transferencia de las tareas de seguridad a las fuerzas militares de las nuevas autoridades. Se trata de una cooptación de una parte de la dirección nativa por parte de Estados Unidos y del intento de alejar a la resistencia iraquí de la lucha contra el ocupante y derivarla contra las fracciones nacionales rivales. De este modo, Bush y sus secuaces pretenden continuar con la ocupación de Irak y dominar al país azuzando el enfrentamiento interno.


 


Pero el imperialismo tiene también otra mirada sobre el problema. Para el muy británico Financial Times (1/2), “el voto del domingo (…) fue para poner un fin a lo que muchos perciben como una ocupación”. Por eso recomienda cooptar a las fracciones que boicotearon los comicios y de ningún modo avivar una guerra civil. Aprovecha para recordarle a Bush que no es posible “reconstruir el Estado” o establecer “fuerzas de seguridad efectivas” con un gobierno tan corrupto como el que existió desde la invasión. En efecto, las elecciones fueron una salida de emergencia para desviar un levantamiento popular generalizado, que permitió luego a los yanquis arrasar con la ciudad de Falluja, pero si no satisfacen los objetivos de independencia nacional volverán a extender el territorio de la insurgencia contra el ocupante. El diario le recomienda a Bush fijar un cronograma de retirada lo antes posible. Otro periódico británico, The Guardian , cree ver más lejos todavía, porque asegura que el secretario de Defensa norteamericano, Rumsfeld, y su colega británico, Geoff Hoon “han convenido una estrategia de retiro de sus fuerzas de Irak, las cuales serían reemplazadas por un aumento al doble de las fuerzas policiales iraquíes y por la formación de unidades paramilitares” ( Le Monde , 29/1). El imperialismo no está dividido sobre la necesidad de continuar en Irak sino en cómo quedarse. Incluso aquellos que sostienen que “la presencia de las fuerzas militares de los Estados Unidos es parte del problema y no de la solución” ( Financial Times ), reclaman que “se coopte a una parte de la insurgencia para mejor aplastar al resto”. El resultado de esta política ingeniosa sigue siendo el mismo de someter política y económicamente a Irak y al Medio Oriente. La tesis ampliamente difundida en un sector de la extrema derecha norteamericana, de que “Estados Unidos no puede ganar”, es la contraseña para un trabajo de ocupación político-militar más pérfido y más preñado de masacres y levantamientos.


 


Las fracciones que impulsaron el boicot han sufrido una derrota parcial, con total independencia de si los comicios pudieran darle una salida al ocupante extranjero. Ha quedado de manifiesto como nunca el faccionalismo que reina en la resistencia popular. Los programas en exhibición, que hacen gala de diferentes versiones de islamismo y de sectarismo religioso, profundizan la división. El movimiento nacional árabe ya ha conocido en el pasado estos extremos de impasse política. Desde el socialismo revolucionario planteamos la unidad de las masas sin distinciones religiosas o tribales y la independencia completa de Irak en un marco de derecho de autodeterminación para sus diferentes componentes nacionales. En Irak aún debe surgir un movimiento auténticamente nacional.