Después de la derrota de Bush, la de Clinton

Si la victoria de Clinton sobre Bush de hace dos años fue un acontecimiento político mayúsculo –pues reveló el agotamiento de la “revolución conservadora” de Reagan-Bush, la catastrófica derrota que acaba de sufrir Clinton no es menos importante, porque marca el completo fracaso de los proyectos reformistas de la administración demócrata. La “agenda” con que Clinton ganó las elecciones y asumió el gobierno sólo ha registrado frustraciones.


“Síganme, que no los voy a defraudar”


Clinton fracasó en su principal “caballito de batalla” electoral y su principal emprendimiento legislativo, la reforma del sistema de salud. El proyecto pretendía rebajar los costos de los servicios de salud en detrimento de los pulpos farmacéuticos y los prestadores privados, y ofrecer una cobertura generalizada a varias decenas de millones de personas desamparadas, pero a pesar de que gran parte del proyecto iba a ser financiado con impuestos a la clase media y de que también hubiera servido para rebajar los costos laborales de las industrias, la reforma se estrelló contra el Congreso y el “lobby” de los pulpos farmacéuticos y de la salud.


El gobierno clintoniano fracasó también en su pretensión de desplazar a Japón y a Europa de sus mercados fundamentales. A pesar de la devaluación récord del dólar, que ha caído a su nivel más bajo en varias décadas frente al yen y el marco, el déficit del comercio exterior norteamericano es mayor que nunca. También han naufragado sus proyectos de promoción de la investigación, de inversiones en infraestructura y de apoyo a las “reestructuraciones” empresarias: grandes pulpos como la IBM, pese al apoyo gubernamental, no han podido salir de la situación de virtual quiebra en que se encontraban cuando Clinton llegó a la Casa Blanca.


En el campo de la política exterior, también se acumulan los fracasos, como en Somalia o en Bosnia, y aun en Haití y Medio Oriente Clinton está muy lejos de haber superado los enormes obstáculos y contradicciones que enfrenta.


También se esfumaron las expectativas de que la “recuperación” de la economía norteamericana mejoraría la situación de los trabajadores. La caída de la tasa de desempleo se ha disipado como consecuencia del inusitado aumento de la inseguridad laboral –en un 100% los nuevos empleos son “temporarios” y los trabajadores rápidamente despedidos– y por la sistemática reducción salarial –los nuevos empleos son, también en un 100% de los casos, peor pagos que los que fueron eliminados durante la recesión. “La mayoría de los norteamericanos se sienten profundamente inseguros”, sostiene The Economist (29/10), porque “el mercado laboral está cambiando de una manera rápida e impredecible … ya no están muy seguros de que incluso dos ingresos puedan mantener sus niveles de vida”. El poder adquisitivo de los trabajadores norteamericanos continuó deteriorándose bajo Clinton. “El ingreso medio de los hogares —informa The Wall Street Journal (3/11)— cayó en 1993 por cuarto año consecutivo (algo que nunca había sucedido en el curso de una “recuperación” económica)”, mientras que “el 5% y el 20% más rico de la población aumentó su participación en el ingreso nacional”, que ahora es mayor que en cualquier momento de los gobiernos de Reagan y Bush.


Un pantano político


El fracaso de Clinton –el segundo de la burguesía norteamericana en muy corto tiempo– se manifestó en una abstención electoral enorme: el 65% de los norteamericanos no concurrió a votar. La abstención se registró entre los tradicionales votantes demócratas, desmoralizados y con “odio y furia contra Clinton y el Congreso” (The Economist, 29/10). Los republicanos, con casi los mismos votos, ganaron “por descarte”; su victoria no está expresando un crecimiento electoral de la derecha sino el repudio de un importante sector, tradicionalmente demócrata, al gobierno de Clinton.


Los resultados electorales pusieron sobre el tapete en forma inmediata la cuestión del “tercer partido”, un tema que ya ha sido planteado desde todas las vertientes políticas. El sindicato de los camioneros (teamsters) se planteó, en los últimos años, la formación de un “partido de los sindicatos”; Ross Perot intentó montar un partido populista de derecha; en distintos libros y ensayos, intelectuales negros plantearon la formación de un partido negro “liberal”, y ahora, The Economist (5/10) informa de una encuesta en la que se establece que el sector más interesado en la formación del “tercer partido” son los trabajadores de las empresas de servicios, en particular los tecnológicos y de computación y las mujeres de nivel medio y superior de educación. La insistencia y variedad de “contenidos” con que se plantea la cuestión de la “ruptura del bipartidismo” traduce una insatisfacción general de todas las clases sociales con el régimen, no sólo político sino social, norteamericano.


La derrota de Clinton –a renglón seguido de la derrota de Bush– revela que la política de la burguesía norteamericana no encuentra sus ejes, su equilibrio y su perspectiva. La mejor expresión de esta carencia es que los vencedores de la elección fueron la ultraderecha fascista, oscurantista y xenófoba del Partido Republicano, de un lado, y los liberales del Partido Demócrata, del otro, precisamente los sectores en los que el imperialismo norteamericano no confiaría hoy los destinos del país.


Hay que destacar el alivio con el que The Financial Times (10/11) informó a sus lectores que las comisiones económicas clave del Congreso quedarán en las manos de los “centristas” y no de los “extremistas radicales”. Existen temores de que la ultraderecha republicana –a contramano de los intereses generales del gran capital financiero del país– dilate y ponga obstáculos a la firma del tratado del Gatt … de la misma manera que lo hizo con el Nafta.


La política abiertamente antiinmigrantes de la derecha republicana —que se expresó abiertamente en la “Proposición 187”, que prohíbe que los inmigrantes ilegales o sus hijos concurran a escuelas y hospitales públicos y su inmediata deportación— plantea la perspectiva y la posibilidad cierta de una nueva “pueblada” como la que vivió Los Angeles hace dos años.


Las victorias de los candidatos ultraderechistas agrega nuevas dificultades a la política exterior norteamericana, en particular respecto de Medio Oriente y Haití. El nuevo titular de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, el “ultra” Jesse Helms, ya anunció que revisará “el llamado programa de ayudas al exterior que gastó 2.000 millones de dólares … la mayor parte de los cuales fue a parar a manos de carroña extranjera” (La República, 15/11) . También declaró que se opone al “proceso de paz” en Medio Oriente, en particular a las negociaciones de Israel con Siria, porque, dice, “Siria no quiere la paz; quiere las alturas del Golán y los dólares norteamericanos” (ídem). Incluso, Helms planteó la posibilidad del retiro norteamericano de la ONU. Semejante prospecto político —que está muy lejos de ser un programa— explica porqué The Washington Post ha definido a Helms y a la ultraderecha como “el mal peor”.


Con la derrota de Clinton y la ausencia de alternativa republicana, la sucesión presidencial de 1996 ha entrado en un período de crisis. La burguesía norteamericana necesita replantearse un programa político de conjunto después de los fracasos sucesivos de Clinton y de Bush.


Que la derecha republicana no tiene ese programa lo demuestra su “Contrato con América” con el que ganó las elecciones, pues apenas conocidos los resultados, sus representantes declararon que ellos sólo se habían comprometido a “ponerlo a votación, no a aprobarlo” (Financial Times, 10/11).


Un Ejecutivo maniatado, un Congreso dominado por una ultraderecha carente de programa, una sucesión incierta: en Estados Unidos crece la crisis del régimen político.