Devastaron desde Indonesia a la Amazonia

Hace más de dos meses que el fuego está consumiendo enormes extensiones boscosas del norte de la Amazonia, en el estado brasileño de Roraima junto a la frontera con Venezuela y Guyana. Ya se contabilizan más de dos mil focos de incendio que se expanden a ras del suelo y con llamaradas que alcanzan más de 50 metros. La superficie destruida por las llamas se calcula en “casi el 18% de Roraima, lo que equivale a 37.830 Km cuadrados que es la superficie de Bélgica”, convirtiéndose en lo que “muchos expertos ya consideran el más terrible incendio forestal del siglo” (La Nación, 19/3).


Las pérdidas son enormes. En primer lugar las poblaciones de la región han perdido su hábitat, y en especial las tribus indígenas yanomamis, que son una de las pocas comunidades aborígenes que se mantienen en las condiciones en que vivían antes de la llegada del hombre blanco, que llegó a esa región recién hace 30 años. La Amazonia es, además el último gran pulmón verde del planeta; los incendios amenazan convertir a vastas extensiones en un desierto. Se calcula que se necesitarán entre 150 y 200 años para recomponer el bosque dañado.


Las condiciones meteorológicas agravan la situación. La sequía provocada por El Niño favorece la propagación de las llamas. Los ríos, que podrían haber actuado como contrafuegos están prácticamente secos, Las lluvias que debían haber llegado pueden demorarse varias semanas y se supone que no alcanzarán los niveles de otros años, por lo que no hay ninguna perspectiva de controlar el fuego a corto plazo.


Según denuncias del propio gobernador de Roraima, la acción del gobierno federal brasileño fue tardía y limitada. Un experto de Río de Janeiro, Gilberto Mendes, calculó que serían necesarios más de 1.000 hombres para combatir el incendio, pero “luego de una visión más cercana, elevó su estimación a 10.000” (International Herald Tribune, 20/3). Con la incorporación de bomberos argentinos la cifra de efectivos dedicados a combatir el incendio apenas supera los 400, y la mayoría llegó en los últimos veinte días mientras que los incendios comenzaron en enero.


Estos incendios no son sólo una calamidad natural. Greenpeace denuncia que “las tres cuartas partes de los incendios ocurridos en la historia de Brasil contaron con la autorización del gobierno federal” (La Nación, 19/3). Por un lado, los hacendados de la zona acostumbran a liberar las tierras mediante fuegos de baja altura. La sequía provocada por El Niño agigantó sus consecuencias. Por otro lado, el propio gobierno fue empujando a un sector de campesinos sin tierras a los bordes de la selva para evitar que ocupen las ricas tierras mal cultivadas, en manos de grandes terratenientes. Todo esto ha creado una situación explosiva, frente a la cual el gobierno en lugar de enviar bomberos mandó … tropas, convirtiendo a Roraima en territorio bajo ocupación militar.


Está en juego una inmensa riqueza maderera, codiciada por los grandes pulpos. Los tres grandes monopolios malayos, responsables de la devastación de los grandes bosques de la península malaya y del norte de Borneo, hoy han puesto sus ojos en la selva amazónica. Acaban de adquirir millones de hectáreas allí y están prontos para iniciar una explotación feroz. Fue justamente Indonesia, la otra gran reserva de biodiversidad del planeta y el otro gran campo de depredación de estos mismos pulpos madereros, la que sufrió a fines del año pasado, gigantescos incendios en condiciones similares a los actuales de Roraima. La voracidad y depredación capitalista están destruyendo las riquezas naturales no renovables del planeta.


El gobierno brasileño, que no ha puesto en acción los medios para combatir eficazmente el fuego, ha militarizado la zona y se teme que en lugar de luchar contra el incendio termine reprimiendo a los campesinos de la región.