Dos semanas de otra intervención criminal de la Otan

Como se lo podía imaginar cualquiera, los llamados ‘aliados’ se han tomado de la resolución 1973 de la ONU, sobre Libia, ‘a la carta’. La prohibición de vuelos se convirtió en un ataque macizo a la defensa aérea de Gaddafi, a sus aeródromos, a su sistema de comunicaciones y sus tanques y tropas sobre el terreno. De la ‘inquietud’ por evitar una masacre humana por parte de Gaddafi, las fuerzas armadas de la Otan han pasado al objetivo de neutralizar su fuerza militar y promover su derrocamiento, sin descartar la posibilidad de una ocupación militar, la que se haría por intermedio del envío de una misión humanitaria protegida por las armas. El martes 29, sin embargo, las milicias del gobierno oficial lanzaban una contraofensiva exitosa sobre la importante ciudad de Sirte.

Es que la Otan se enfrenta a un dilema digno de Hamlet: ¿repetir la política desplegada en la guerra del Golfo, en 1992, de expulsar a las tropas iraquíes de Kuwait, establecer una interdicción aérea en el territorio de Irak y la autonomía de sus zonas kurdas, pero mantener a Saddam Hussein en el poder y la intangiblidad del ejército, o proceder como en 2003, cuando “la fuerza de los voluntariosos” derrocó a Saddam y destruyó su ejército? En las postrimerías de la ocupación militar de Irak, muchos comentaristas político-militares responsabilizaron a la disolución de las fuerzas armadas oficiales y del partido oficial Baas por la anarquía mortífera que desató la ocupación. El desmantelamiento del Estado existente fue denunciado como un error estratégico de los ocupantes. Lamentablemente, durante los once años previos, se había estado diciendo lo contrario, que esa continuidad y ese Estado eran los responsables de la ‘inestabilidad’ en el Medio Oriente.

El asunto vuelve discutirse ahora: al menos Estados Unidos, Italia y otros gobiernos de Europa promueven un golpe de Estado contra Gaddafi, por parte de su círculo de poder, para poder formar gobierno con ex gaddafistas -tanto del oficialismo como de la oposición. Esto evitaría la disolución de las fuerzas armadas y del Estado gaddafistas. Los puestos claves del ‘gobierno de coalición’ que han formado los opositores a Gaddafi están ocupados por quienes colaboraron con el ‘líder’, sin desfallecer, durante cuarenta años. Francia y Gran Bretaña, por el contrario, se muestran partidarios de una operación militar sin anestesia, que ceda el gobierno a los alzados, con quienes han tejido lazos privilegiados que pretenden hacer valer para disputar una redistribución de los recursos petroleros de Libia, cuyo primer lugar lo ocupa la italiana ENI. Esta pretensión ha dividido a la Unión Europea en dos: Sarkozy-Cameron, de un lado, Berlusconi-Merkel, del otro. Falta solamente que Obama inclíne la balanza para que tengamos el escenario anterior a la última guerra mundial. Para reforzar este panorama retro, Mc Cain, el republicano, exige pasar a la vía rápida, mientras el Roosevelt del momento, Obama, espera que sus rivales europeos se desgasten (no solamente los libios) para fijar los términos de la salida. Para las personas que se inquietan por los sacrificios económicos que insumirá la guerra a las potencias agresoras, Obama las ha sosegado con la información de que alcanzan y sobran para ello los activos congelados al régimen libio. Según una investigación periodística del Washington Post, el muy astuto Gaddafi tenía puestos 30 mil millones de dólares en una sola cuenta de un solo banco en Estados Unidos; lo que se dice, una confianza ilimitada en el imperialismo. La plata congelada que el ‘antiimperialista’ Gaddafi ha puesto en activos extranjeros alcanzaría para rescatar a los regímenes quebrados de Grecia, Irlanda y Portugal juntos. En el esfuerzo del gobierno yanqui por imponer al resto del mundo una sistemática devaluación del dólar, la división de la Unión Europea le viene de maravillas.

El éxito de la contraofensiva última de las tropas de Gaddafi expresa las vacilaciones de la coalición imperialista acerca de la definición de la crisis. Hillary Clinton y la ministra española de Exteriores han enfatizado que no tienen la menor intención de armar al bloque rebelde. Continúa la política de neutralizar a ambos bandos y desgastarlos, para eliminar cualquier obstáculo a una salida arbitrada por el imperialismo.

La conversión de Libia en un protectorado de la Otan, bajo la forma que sea, sería un golpe tremendo para el progreso de la revolución árabe. Pero es una operación que tiene que hacerse con pinzas, porque un protectorado abierto -con tropas de ocupación incluidas- desataría una rebelión regional aún más vasta que la que se está desarrollando en el momento actual. Y no solamente esto, porque pasaría lo mismo en las naciones europeas, las que ya están protagonizando movilizaciones enormes contra los ajustes capitalistas.

Los bombardeos de la Otan han acentuado la tendencia a la guerra civil; no hay una propuesta de frente nacional único contra el imperialismo; por un lado, porque la oposición sublevada ha reclamado esos bombardeos como un punto de apoyo para su avance militar a Trípoli y porque en ningún momento plantea la nacionalización integral del petróleo; y, por el otro, porque el supuesto ‘antiimperialista’ Gaddafi es incapaz de romper con el imperialismo aliado, que ahora lo quiere sacar del medio, con el planteo de nacionalizar el petróleo de Libia, armar a las masas y llamar a una Asamblea Constituyente convocada por un gobierno de frente único contra la Otan. La estructura política de la coalición opositora no solamente cuenta en posiciones claves con personajes del gaddafismo; una veintena de sus miembros se conserva en la clandestinidad -que algunos informes de la CIA atribuyen al hecho de que serían acólitos de Bin Laden. Si esto fuera así, parece claro que Obama y los republicanos prefieren ignorar el hecho para consumar mejor sus objetivos de saqueo. Más allá de esto, la estructura social del este de Libia, origen de la coalición revolucionaria, se basa en la explotación de los trabajadores extranjeros -tanto de Egipto y menos de Túnez, como de una mayoría centroafricana. Los revolucionarios no han hecho nada para ganar a esta masa a la revolución por medio de la defensa de sus derechos y condiciones de existencia; al revés: hay denuncias de discriminación y persecución. Gaddafi ha reclutado a parte de su milicia en los medios militares centroafricanos, donde ha hecho enormes inversiones financieras. En la década pasada, Gaddafi intervino en la guerra civil de Chad, con los franceses (¡precisamente!) en el bando contrario.

¿Se aplica en este caso la recomendación de Trotsky de alinearse con el ‘fascismo’ nacional contra el imperialismo ‘democrático’, es decir con el gobierno de Gaddafi, como lo señaló para el caso del gobierno del brasileño Vargas (1938) (sin apoyar nunca la política nacional de ese fascismo y denunciándolo en forma implacable), o como cuando Thatcher-Reagan atacaron a la Argentina de Galtieri? La diferencia en Libia es que, además del fascista nativo, tenemos un movimiento de masas contra el régimen opresor, aunque bajo una dirección contrarrevolucionaria. Es a partir de esta caracterización que asentamos nuestra posición en tres planteos: Fuera la Otan, Abajo Gaddafi, Asamblea Constituyente Soberana, por la unión de la revolución árabe -laica y socialista. Los problemas militares de la revolución libia deben ser resueltos por medios y programas revolucionarios y, en primer lugar, la expulsión del imperialismo en todas sus formas.