Ecuador: Correa en su laberinto


El presidente Rafael Correa ha prometido acabar con la ‘partidocracia’, a la que acusa de haber hundido a Ecuador, y reducir el peso de la deuda pública para redistribuir los ingresos hacia las clases más pobres. Todo indica, sin embargo, que está buscando una salida de compromiso con los partidos que dominan el Congreso y con los acreedores internacionales.


 


En relación a lo primero ha concluido un acuerdo con el parlamento para que pueda ser convocada una Asamblea Constituyente, como había prometido durante la campaña electoral, pero que no será originaria ni soberana. O sea que deberá convivir con el Congreso y el poder judicial vigentes. Si se mira lo que ocurre en Bolivia con esta convivencia, es fácil concluir que Correa ha salido de una impasse para meterse en un pantano. Nada indica, tampoco, que obtendría una mayoría propia en la Constituyente, al menos si se tienen en cuenta los resultados de las elecciones pasadas. Debido a esto, precisamente, ha llegado a un acuerdo con el partido Sociedad Patriótica, al ex presidente Lucio Gutiérrez. Gutiérrez fue derrocado hace tres años por un levantamiento popular, luego de haber gobernado con un guión que le trazó el FMI. Una alianza semejante constituye por si sola una capitulación política de Correa. Los diputados de Sociedad Patriótica se alinearon con el resto de la oposición para rechazar un intento de Correa de convocar a la Constituyente pasando por encima del Congreso.


 


En cuanto a la deuda, digamos que contrató al argentino Guillermo Nielsen, un hombre del ‘establishment’ financiero, para que lo asesore en la renegociación. Ha dejado en claro que no pretende declarar un ‘default’, repitiendo el procedimiento que ya siguieron Jorge Battle y Tabaré Vázquez en Uruguay, que alargaron los plazos de vencimiento de la deuda. El proyecto de presupuesto para 2007 prevé su pago regular. Correa ha hecho una gran alharaca, pero, al igual que Evo Morales, se conformaría con un aumento de los ingresos presupuestarios, no pretende un cambio de las relaciones sociales.


 


El otro tópico de la agenda de Correa tiene que ver con la revisión de los contratos petroleros, sobre lo cual no adelantó todavía nada. En cualquier caso se trataría de una tentativa de mejoramiento fiscal, sea aumentando regalías, sea (lo cual es más ambicioso) procurando obtener la mayoría accionaria en los contratos vigentes (aunque en este caso debería tener los recursos para comprar la participación privada).


 


Es posible que Correa haya llegado a la conclusión que enfrenta obstáculos que sólo podrá remover con el tiempo, y por sobre todo a fuerza de presiones sobre el Congreso y mucha demagogia social. Más o menos a lo Kirchner. Mientras tanto buscará el socorro de Venezuela. En cualquier caso no estamos frente a una transformación social ni a un intento de movilización popular.


 


Los límites de Correa se aprecian en su negativa a poner fin a la dolarización de la economía de Ecuador. Esto significa que seguirá siendo el paraíso de los importadores. No plantea salir de ella cuando se dan las mejores condiciones para hacerlo, debido a los altos precios del petróleo —el principal ingreso internacional del país. Es más, la dolarización se inscribe en una contradicción con la tendencia monetaria internacional del momento. Es que luego de que Estados Unidos recurriera a los grandes déficits fiscales para salir de la crisis de 2000-02, el resto del mundo se vio obligado a fomentar sus propias monedas y sus propios mercados de capitales para poder absorber la gigantesca emisión de dólares que han producido esos déficits. Correa se mantiene contra la corriente porque una des-dolarización podría llevar a la quiebra al sistema bancario y plantearía la necesidad de su nacionalización.


 


La experiencia de Correa ubica bien la característica transicional del nacionalismo latinoamericano en la actualidad. Mientras por un lado postula la negación del neo-liberalismo, por el otro no puede llevar hasta el final sus propios postulados. Correa dijo que el mundo no se encontraba en “una época de cambios” sino que asistía a “un cambio de época”. Lo que no dijo es que el nacionalismo burgués no está la altura de semejante cambio, ni podría estarlo.