Internacionales
14/11/1995|473
EE.UU.: Nueva dirección en la AFL-CIO
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En la última convención nacional de la AFL-CIO (la central obrera norteamericana), se produjo un hecho inusual: la competencia abierta por la dirección entre dos candidatos. Históricamente, las convenciones de la AFL-CIO eran un mero formalismo para bendecir al burócrata ya designado entre bastidores.
La convención fue precedida —otro hecho inusual— por un “intenso debate” (Le Monde, 27/10). El tema: el agudo retroceso de los sindicatos, tanto en términos de organización de los trabajadores como de influencia ante los poderes del Estado, y el retroceso de sus conquistas. En 1950, 1 de cada 3 trabajadores norteamericanos estaba sindicalizado; hoy, esa relación es de apenas 1 de cada 6 (y 1 de cada 10 en las empresas privadas). Al mismo tiempo, la burocracia no logró hacer aprobar las leyes que propiciaba —como la que prohibía a las patronales el uso de ‘reemplazos temporarios’ (rompehuelgas)—, ni tampoco logró impedir la sanción de aquéllas a las que se oponía frontalmente, como el Tratado de Libre Comercio (Nafta) con México y Canadá. Este retroceso, muy pronunciado en los últimos años, forzó en agosto la renuncia de Lane Kirkland, el anterior presidente de la AFL-CIO.
Fue elegido como presidente John Sweeney, dirigente de la Service Employes International Union (empleados de servicios), que derrotó a Tom Donahue, antiguo segundo de Kirkland y candidato del oficialismo. La nueva dirección —que ha sido calificada como “renovadora” (ídem)—cuenta con el apoyo de los mayores sindicatos: los Teamsters (camioneros) —que hace pocos años produjeron su propia ‘renovación’—, los metalúrgicos, los mecánicos, los mineros (que también desplazaron a la vieja burocracia) y la federación de empleados de los estados, condados y municipalidades, entre otros, además del propio y muy poderoso sindicato de Sweeney.
Los ‘renovadores’ señalan que su principal objetivo es la organización y el reclutamiento de nuevos afiliados, en particular entre las capas más oprimidas —los trabajadores poco calificados, las mujeres y las minorías étnicas. Sweeney, precisamente, se ha destacado por haber logrado duplicar en los últimos años el número de los afiliados de su sindicato, especialmente entre los trabajadores poco calificados. The New York Times (27/10), por ejemplo, califica como “notable” que Sweeney haya logrado sindicalizar a 20.000 asistentes de salud, una capa de trabajadores mal pagos, hasta entonces nunca ligada a los sindicatos.
Sweeney se ha destacado también por el uso de “tácticas de confrontación y de resistencia civil que el movimiento sindical norteamericano dejó de usar en las últimas décadas” (The Washington Post, 28/10). Un ejemplo: una mañana de setiembre pasado, a la hora de entrada, un masivo piquete del SEIU bloqueó el principal puente de acceso a Washington para protestar contra los inminentes recortes en el presupuesto municipal que afectaban a los afiliados a sus sindicatos.
La nueva dirección ‘renovadora’ promete reproducir estos métodos “de confrontación” a escala nacional, con lo que “ha logrado galvanizar la energía de muchos activistas de los sindicatos” (Financial Times, 26/10). En su discurso de asunción, Sweeney declaró que “debemos volver a despertar el espíritu de lucha de nuestro movimiento … debemos convertir a la AFL-CIO en una máquina austera de combate”. La vicepresidenta electa, Linda Chaves-Thompson (de la Federación de Empleados de los Estados, condados y municipios), después de declarar que “ha terminado la época de manejarnos como gentlemen”, anunció que estaba “dispuesta a ir presa nuevamente si es necesario” (Financial Times, 26/10). Chaves-Thompson, efectivamente, fue detenida hace poco tiempo mientras manifestaba en favor de los trabajadores de los hoteles de San Francisco. Richard Trumka, del sindicato de mineros, fue más lejos cuando declaró que, con la asunción de la nueva dirección ‘renovadora’, “acaba de comenzar la peor pesadilla de las corporaciones norteamericanas” (Financial Times, 26/10).
Sweeney no encabeza una tendencia de izquierda. Es un burócrata que ha estado al frente de su sindicato durante 15 años, cobrando un doble sueldo (como dirigente del sindicato nacional y, al mismo tiempo, como dirigente del sindicato local). Impulsó la candidatura de su vencido, Donahue, en oposición a la de Kirkland y sólo cuando éste se negó a enfrentársele, promovió el movimiento que forzó la renuncia de Kirkland y lanzó su propia candidatura. “Los trabajadores de base no jugaron ningún papel en su campaña presidencial y no hay ningún plan para democratizar los sindicatos permitiendo la elección de los dirigentes por el voto directo de los afiliados” (Financial Times, 26/10). Como Sweeney y Donahue son ambos neoyorquinos, un dirigente sindical calificó así la disputa entre ambos: “Esto no es una revuelta desde abajo. Es un altercado entre dos viejos compañeros que han crecido juntos en el Consejo Sindical Central de Nueva York” (ídem).
Que una fracción de la vieja burocracia se vea obligada a entrar en choque con sus ‘viejos compañeros’, a presentarse como ‘renovadora’, a utilizar un lenguaje ‘combativo’ y a declararse partidaria de los ‘métodos de confrontación’, resalta todavía más claramente el fracaso de su política en los últimos veinte años y el giro a que se ve obligada para tratar de frenar su retroceso. Como los propios burócratas han declarado en la convención, “las buenas maneras (con las patronales) y el lobby en Washington no alcanzan para detener la declinación” (ídem). Que esto mismo es lo que piensa la base obrera, lo revela el brusco aumento del número de huelgas y de huelguistas en EE.UU. en 1994/95.
El giro de la burocracia norteamericana es también una reacción al ascenso de la derecha republicana. La pérdida de la mayoría demócrata en el congreso a manos de los republicanos “hundió la última defensa de los sindicatos” (Le Monde, 27/10). Pero obedece, también, a la necesidad de combatir las “nuevas formas de sindicalismo –sindicatos asociativos, coordinadoras– que han aparecido por afuera de las estructuras tradicionales” (ídem). Incluso, dentro de las propias filas de la AFL-CIO, “el sentimiento de mayor vulnerabilidad y el estancamiento de los salarios está generando un creciente descontento y resentimiento entre los trabajadores” (The Washington Post, 28/10). Un ejemplo de cómo se expresa este “creciente descontento” es la lucha por la renovación del convenio colectivo en la Boeing.
La huelga comenzó cuando los 32.000 trabajadores sindicalizados de la Boeing votaron rechazar la ‘oferta final’ de la empresa —el mayor constructor mundial de aviones— por considerarla “insultante”. Los trabajadores reclaman mayores salarios y beneficios de salud y, sobre todo, una garantía de mantenimiento del empleo ante la práctica, cada vez más utilizada por la empresa, de ‘derivar’ la fabricación de determinadas piezas y subconjuntos a empresas del exterior.
El desarrollo de esta lucha es muy ilustrativo. Comenzó con un ‘trabajo a reglamento’, siguió con ‘demostraciones ruidosas’ (una vez cada hora, concertadamente, los trabajadores golpeaban el piso con fierros, herramientas y pistolas neumáticas) y con demostraciones en los comedores. Continuó con manifestaciones internas; en la más importante, en la planta de Everett, más de 3.000 trabajadores marcharon por las instalaciones y ocuparon la pista utilizada para el despegue de los aviones terminados, obligando a cerrarla. El día que debía votarse el comienzo de la huelga, muchos trabajadores salieron marchando juntos de las plantas hacia los locales sindicales. Una mayoría abrumadora del 76% de los 32.000 afiliados al IAM votaron por ir a la huelga.
Este ‘humor’ de los obreros es una de las razones decisivas del giro al que se ve obligada la burocracia sindical norteamericana.