Egipto: La revolución tira abajo las máscaras

El nuevo levantamiento popular en Egipto ha funcionado como un realineador de las relaciones políticas surgidas de la revolución de febrero. La irrupción de la juventud para reclamar la expulsión de los militares del gobierno se produjo contra la voluntad de los principales partidos, principalmente la Hermandad Musulmana (HM). De iniciadora de la primera movilización contra el continuismo militar, esta organización se retiró apenas vislumbró que podía ser sobrepasada en métodos y objetivos por un movimiento laico y democrático.

De esta forma, cuando la crisis política producida por la movilización popular desencadenó la re-nuncia del gobierno designado por los militares, la HM accedió a participar del “diálogo” de emergencia convocado por la cúpula castrense. En este encuentro, se estableció un cronograma de “transición”, acordado por ambas partes. La Hermandad Musulmana se ha convertido en el principal sostén de los militares, con la mira puesta en un triunfo electoral en las legislativas, de todas maneras tuteladas por la camarilla militar.

El viernes 26 y la Hermandad Musulmana

El Financial Times describió a la enorme masa de jóvenes que copó la Plaza Tahrir como “desocupados” (¿piqueteros?) repudiados por una mayoría de la población, a los que ésta responsabilizaría del derrumbe de la economía. Sin embargo, el viernes 26 de noviembre, a una semana de iniciadas las nuevas protestas, fueron convocadas tres manifestaciones que describen con claridad el verdadero cuadro de situación. Los “manifestantes de la Plaza Tahrir” convocaron a una protesta denominada el ‘Viernes de la Última Oportunidad” -en referencia a la exigencia de una renuncia inmediata de los militares-, que reunió nuevamente a decenas de miles de personas. Las protestas se replicaron en las principales ciudades del país, como Alejandría, Port Said y Suez. En un barrio de El Cairo, mientras tanto, los grupos gangsteriles del régimen llamaron a una manifestación en apoyo a la Junta Militar, que reunió, según los medios, menos de tres mil personas.

La convocatoria a la Plaza Tahrir fue abiertamente boicoteada por la HM que, en cambio, convocó a un acto en una Mezquita contra Israel. Muchos jóvenes isla- mistas, sin embargo, se dirigieron a la plaza Tahrir. Se está procesando, incluso, una división al interior de la dirección de la HM. El secretario general de la agrupación, Mohamed Beltagy, criticó duramente la decisión de la organización de firmar un acuerdo con los militares mientras continúa la represión. Beltagy, en una actitud desafiante, se acercó a la Plaza Tahrir -de donde, sin embargo, fue expulsado por los manifestantes, en repudio a la política de la Hermandad Musulmana. Estamos frente a un proceso de diferenciaciones políticas claramente revolucionario.

La “transición”

La cúpula castrense designó un nuevo ejecutivo, encabezado por un ex primer ministro privatizador de Mubarak, con prontuario de torturador. Los manifestantes repudiaron inmediatamente la decisión, al punto que bloquearon la llegada del primer ministro al palacio de gobierno. Los activistas reclaman la cabeza del titular del Consejo de las Fuerzas Armadas, Hussein Tantui, y el desmantelamiento del aparato represivo. Una gran parte de los enfrentamientos entre los manifestantes y las fuerzas de seguridad tuvo lugar en torno del Ministerio del Interior, cercano a la plaza, donde se encuentra el corazón del sistema de represión sobre la población instaurado desde el régimen de Mubarak.

El imperialismo norteamericano, entrelazado hasta los tuétanos con el establishment militar egipcio, se ha visto empujado a pedir la renuncia de la Junta y la entrega del poder a un gobierno civil. Sin embargo, aquí se abre la cuestión más problemática: el gobierno “civil” designado por los militares carece de cualquier autoridad política -en Egipto hay poco espacio para un ‘gobierno técnico’. Por su lado, la Hermandad Musulmana, a pesar de su acuerdo con los militares, no puede integrar un gobierno de “unidad nacional”, ya que le equivaldría a un “harakiri” político. El imperialismo no accedería a un gobierno integrado por la HM sino en caso extremo, dada la hostilidad de los Hermanos Musulmanes hacia el sionismo. Por último, el levantamiento popular golpeó los planes de Turquía de tutelar una reorganización de Medio Oriente, a cuenta del imperialismo, con la Hermandad Musulmana bajo su alero.

El Baradei, las masas, las huelgas

El ex titular del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Mohamed El Baradei, ha ganado cierto protagonismo por ser el único político que apoya abiertamente las protestas en Tahrir. Este ex funcionario del imperialismo, ahora reciclado en representante de una variante democratizante en Egipto, fue “aclamado por decenas de miles de personas” en la plaza, según señalan tanto el diario El País como La Nación. El Baradei busca colocarse como la mencionada alternativa ‘civil’. No cuenta, sin embargo, con el apoyo del establishment militar ni de la Hermandad Musulmana, y carece de estructura política propia. El Baradei fue desplazado al frente de la OIEA por el imperialismo norteamericano, porque éste consideraba que no cumplía sus planes contra Irán.

A diferencia de febrero, en esta ocasión no aparecen todavía las huelgas obreras. Desde la caída de Mubarak en adelante, las medidas de lucha y la organización en el movimiento obrero tuvieron un ascenso pronunciado, a pesar de la violenta represión militar. Esa intervención será el factor decisivo.