El carácter del Estado en Rusia

Con el desmantelamiento del monopolio del comercio exterior, la liquidación de la planificación centralizada y el lanzamiento de un plan de privatizaciones del conjunto de los medios de producción por parte de la burocracia rusa, el PO caracterizó la naturaleza de clase del Estado que “heredó” a la URSS como “un Estado obrero en completa disolución, es decir como un Estado no obrero” (Prensa Obrera Nº 348, 19/12/91). Esta caracterización se ajusta plenamente al proceso económico y social que se desarrolla hoy en Rusia: el Estado no preserva la propiedad colectiva sino que, por el contrario, promueve el desarrollo de la propiedad privada; la propiedad estatal todavía mayoritaria sólo sirve al acaparamiento privado de los burócratas con vistas a su rápida transformación en capitalistas. “Sin planificación ni monopolio del comercio exterior, sin moneda, el Estado obrero es una abstracción” (ídem).


El proceso de liquidación de las bases sociales del Estado obrero por parte de la burocracia abrió paso a un conjunto de relaciones sociales de transición capitalista que informan todo el proceso económico y social que vive Rusia y que consiste en la tendencia a la transformación en propiedad privada de las prebendas y beneficios acumulados por la burocracia en décadas de monopolio del poder político, es decir en la transformación social de la burocracia en clase capitalista.


El desenvolvimiento de relaciones sociales capitalistas (intercambio “privado”entre las empresas, libre acceso al mercado mundial, acaparamiento de divisas, asociación al capital imperialista) han precedido a las privatizaciones –las cuales, en última instancia, se reducen al cambio del status jurídico de los medios de producción– y les sirven de base. En este cuadro, el conjunto de las empresas, aun cuando todavía sean estatales, están obligadas a actuar como empresas capitalistas, a buscar un beneficio y una acumulación en oposición a otras empresas, a los consumidores y a sus trabajadores, es decir, en oposición al conjunto de la sociedad. Aunque todavía estatales, la naturaleza social de estas empresas es ya radicalmente opuesta a las de “propiedad colectiva” creadas por la Revolución de Octubre.


Acumulación “primitiva”


La política privatista que arrancó con Gorbachov ha llevado a Rusia a “una baja catastrófica de la economía y la cultura” —como pronosticara Trotsky en el caso de una “caída de la dictadura de la burocracia actual sin que fuera reemplazada por un nuevo poder socialista”. “La producción industrial se derrumbó un 40% y la inflación trepó 2.000% en los últimos dos años; el rublo se ha hundido; la educación, la salud y la investigación científica están en ruinas y se han extendido las epidemias (como la difteria)” (Le Monde Diplomatique, octubre de 1993).


Mientras la población se hunde en la miseria, la burocracia se ha servido de la liquidación del monopolio del comercio exterior y de la planificación centralizada para saquear las riquezas del país y fugar capitales. “El ministerio de Seguridad de Rusia dice que uno de cada tres barriles de petróleo y una de cada dos toneladas de níquel llega al exterior por canales ‘no oficiales’” (The Washington Post, semanario, 15/2). Es lógico entonces que uno de cada cuatro dólares exportados quede en el exterior y que el International Institute of Finances evalúe la fuga de capitales en 17.000 millones de dólares para los años 1991 y 1992. Le Monde Diplomatique (octubre de 1993) va más lejos todavía: calcula la fuga de divisas en 40.000 millones, como consecuencia del pillaje, de la especulación, del contrabando y de la venta en los mercados europeos de riquezas naturales, recursos estratégicos, armas y obras de arte por parte de “businessmen” que han amasado fortunas en meses.


“Estas formas ‘primitivas’ de acumulación capitalista corresponden a las características del proceso de restauración capitalista en Rusia, e incluso en la mayor parte del ex bloque oriental. La privatización de las empresas públicas significa, en general, un cambio de patrimonio pero no una inyección de capitales; los burócratas que se aprovechan de esas privatizaciones tienen el poder de mando pero no capitales. Es por eso que, sean públicas o privadas, las empresas dependen del crédito oficial, el cual es usado para fugar capitales al exterior y especular con la inflación”


(Prensa Obrera, nº 385, 23/3/93).


Maffias


Otro aspecto particularmente revelador de las relaciones sociales establecidas en Rusia es la proliferación de bandas maffiosas que han convertido a Moscú en “el paraíso de los lavadores de dinero sucio”, en la “Paraguay europea”, y que han elevado la tasa de criminalidad a niveles superiores a los de las más violentas ciudades norteamericanas o asiáticas.


No se trata de un asunto policial sino,  principalmente, económico. Estas maffias ya existían bajo el régimen burocrático; dominaban el mercado negro, en particular de productos agrícolas. La restauración les ha brindado la oportunidad de “aplicar” las ganancias obtenidas en la intermediación para convertirse en propietarias y darle un status legal a la diferenciación social. Hoy, dominan el comercio minorista, son propietarias de 40 bancos en Moscú (Madres de Plaza de Mayo, noviembre de 1993) y participan activamente en las privatizaciones. Además, están directamente ligadas al poder político: el vice primer ministro Chumeiko y el alcalde de Moscú, Lujkov, son sindicados como los representantes de la maffia en el gabinete de Yeltsin (Lutte Ouvrière, 22/10).


Pero las organizaciones maffiosas no son otra cosa que asociaciones de capitalistas que promueven sus negocios por medios delictivos y violentos. Esto es claro si se recuerda el papel jugado por la maffia en la “reconstrucción” del capitalismo italiano de posguerra (una tarea en la que contó con el apoyo del ejército de ocupación norteamericano) y las “íntimas relaciones” existentes entre el “crimen organizado”, los grandes capitalistas y los gobiernos tanto en Japón como en Italia o en Estados Unidos.


El enfrentamiento entre estas maffias y los “capitanes de la industria” rusos (que se oponen a los pillajes … de los demás) es un enfrentamiento puramente capitalista, que tiene como base la lucha por el monopolio de la restauración.


Privatización


El proceso de privatización ha comenzado por los servicios, el comercio y las industrias ligeras, en particular las de la alimentación. Según las estadísticas que presenta Le Monde Diplomatique (y que ella misma relativiza porque las considera poco confiables) el 31% de las empresas de la Federación —que representan el 10% del capital total y ocupan al 20% de la mano de obra– ya se encuentra privatizado.


Esta amplia privatización ha favorecido, fundamentalmente, a los “capitanes de la industria”: del total de empresas privatizadas, el 70% de las comerciales y productoras de alimentos y el 62% de las de servicios han quedado en manos de los “colectivos de trabajo”, que engloban a los gerentes, a los empleados administrativos y a los obreros. Pero, advierte Le Monde Diplomatique, “no hay que concluir que se está poniendo en pie un régimen de autogestión. La mayoría de los colectivos no alcanzan a comprar más que creando cooperativas en las cuales los inversores rusos —los burócratas— y extranjeros tienen un poder de hecho”. Así, “los managers de los grupos industriales han reforzado sus posiciones: disponiendo de una red de actividades que cubre a la CEI en su conjunto, ellos comandarán a partir de ahora las privatizaciones, la formación de precios y la puesta en marcha del nuevo programa gubernamental” (ídem).


La privatización industrial ya está comenzando. El gobierno está sacando a la venta unas 700 empresas por mes, incluidos algunos grandes pulpos, como la automotriz Zil,  la Siberian Yuganskneftgaz (una de las mayores petroleras rusas, del doble del tamaño de YPF —La Nación, 28/11), la Gazpron (el monopolio estatal del gas) o la Surguneftgaz, otra gran petrolera.  “La gran privatización que comienza en la industria se realiza en el 80% de los casos bajo la forma de transferencias a sociedades por acciones en las cuales el ‘paquete de control’ (por lo menos el 51% de las acciones) queda en manos del colectivo de trabajo, que los obtiene en condiciones de favor” (ídem). El resto de las acciones, se subasta.


La propiedad del “colectivo” no es, todavía, una forma desarrollada de propiedad  capitalista, pero implica ya un cambio en la calidad de la propiedad, puesto que las empresas pasan a comportarse de manera abiertamente capitalista, con accionistas externos (y aun con accionistas ocultos detrás de las cooperativas), y por lo tanto, constreñidas por las “leyes del mercado” a obtener beneficios que distribuir.


Fondos mutuales y especulación “bursátil”


Desde el golpe de octubre, el ritmo de las privatizaciones se ha acelerado. “Ahora es claro que las privatizaciones van para adelante”, declara un operador de una de las Bolsas de Moscú. “El creciente número de grandes y lucrativas empresas que están saliendo a la venta” ha valorizado el llamado “voucher”, el bono que Yeltsin entregó a cada ruso para cambiar por acciones de las empresas a privatizar, “que es objeto de una fuerte especulación” (ídem). En apenas semanas, el precio en dólares de los “vouchers” ¡se ha cuadruplicado!, constituyéndose en la inversión más “rentable” de todo el planeta (La Nación, 28/11).


La especulación sobre el “voucher” revela que existe un movimiento de capitales que está participando activamente en la privatización de las empresas. Este movimiento ha dado lugar al surgimiento de “fondos mutuales”, que compran los “voucher” a los particulares y les pagan con cuotas partes de esos mismos fondos; luego, con los “vouchers” acumulados participan en las subastas de las privatizaciones y se convierten en accionistas de las empresas privatizadas.


Se trata de instituciones puramente capitalistas —”modeladas a imagen y semejanza de los fondos mutuales occidentales” (Business Week, 1/11)— que “están emergiendo como una fuerza clave en la privatización de la industria” (ídem). Muchos de estos “fondos mutuales”, incluso, hacen “rápidos beneficios revendiendo acciones en un mercado secundario” y montando operaciones de “take over”  (adquisición hostil de una empresa por un competidor, con el objeto de despedazarla y vender sus activos para producir rápidos beneficios). ¡Aún no hay propietarios plenamente capitalistas y ya están desarrollados los rasgos más parasitarios de la senilidad capitalista, los rentistas que viven de “cortar cupones” y las operaciones de destrucción especulativa de las fuerzas productivas instaladas!


Estos “fondos mutuales”, sin embargo, pueden convertirse en el camino más directo al desastre. El caso de Checoslovaquia es aleccionador. Allí, tres “fondos mutuales” tienen en su poder acciones de centenares de empresas, que representan más del 60% de la economía nacional … pero muchas de ellas están virtual o efectivamente en quiebra. Los “fondos”, sin embargo, han dejado para más adelante cualquier intento de “racionalización” industrial. ¿Por qué? Porque “los bancos  proveen respaldo financiero a los fondos que poseen importantes participaciones en un gran número de compañías que tienen deudas entre sí y con los bancos. Entonces, nadie quiere patear el barco. Nadie sabe cuánto puede durar este estado de cosas pero es una potencial causa de inestabilidad en una todavía frágil estructura” (Financial Times, 16/11). Ahora que las empresas están privatizadas, los privatizadores han descubierto que son un verdadero “clavo”, pero no pueden deshacerse de ellas sin provocar un estallido de toda Checoslovaquia.


Contradicciones


Para la burocracia, la privatización no resuelve el problema sino que, más bien, recién comienza a plantearlo. Es que si las empresas privatizadas no son capaces de vender su producción en el mercado mundial o, cuando menos, de resistir los embates de la competencia extranjera, marcharían inevitablemente a la quiebra, mandando al demonio todos los “ahorros” que los burócratas “supieron conseguir”.


Esto implica que, después de la privatización, la burocracia está obligada a imponer una “reestructuración” de las empresas que implicará un caótico proceso de millones de despidos, cierre de empresas, liquidación de ramas enteras de la producción y expropiación de miles de burócratas devenidos capitalistas. Pero, precisamente, porque están obligados a “reestructurar” la industria rusa, no es menor “la ‘dificultad’ que se han creado (los burócratas) al ‘asociarse’ a sus víctimas (los trabajadores de las empresas) en el proceso de privatización” (Prensa Obrera nº 385, 23/3/93).


En previsión del cataclismo que plantea la “reestructuración industrial”, algunas franjas de la burocracia han reclamado hacer más lento el ritmo de las privatizaciones o, directamente, imponer protecciones a la industria local contra la competencia extranjera. Detrás de los choques entre Yeltsin y el parlamento ahora disuelto estaba presente la tensión de la burocracia por la perspectiva de esta violenta “reestructuración”: una de las últimas leyes votadas por el Parlamento —que Yeltsin vetó— prohibía a los bancos extranjeros tomar depósitos de los “residentes en Rusia”, es decir, no sólo las empresas rusas sino también las empresas mixtas con el capital extranjero.


Esta “resistencia” burocrática al capital externo es una resistencia puramente capitalista; para los burócratas que la promueven no se trata, ciertamente, de proteger la propiedad estatal sino sus propias porciones de mercado, de propiedad y de plusvalía extraída a los obreros.


Todo esto confirma el carácter puramente capitalista del proceso desatado por la burocracia. Ninguna fracción de la burocracia defiende hoy la propiedad estatal —y menos la propiedad colectiva. Sólo una revolución política, que expropie a la burocracia y reimplante el monopolio del comercio exterior y la planificación centralizada podrá volver a poner en pie en Rusia la propiedad estatal con un contenido anticapitalista.


Deflación mundial


El proceso de restauración capitalista y la desintegración de la ex URSS forman parte de un proceso más amplio de enorme descalabro económico en los mercados mundiales …¡y los producirá en una escala todavía infinitamente mayor! Las ex repúblicas de la ex URSS, que salen a un mercado mundial sobresaturado a vender sus productos a precios de remate, han desplomado los precios de renglones enteros de la producción mundial. Un caso ilustrativo es el del aluminio: el precio se ha reducido a la mitad desde el desmembramiento de la ex URSS y el 85% de las empresas occidentales está vendiendo su producción a precios inferiores a sus costos de producción como consecuencia de las exportaciones rusas (Financial Times, 19/10).


Así, el derrumbe de los regímenes burocráticos no sólo es un factor político de la crisis mundial —al desaparecer un gendarme que no ha encontrado reemplazante— sino también un factor económico de la crisis, al potenciar violentamente la tendencia a la deflación de los precios mundiales que amenaza con mandar a la quiebra a sectores enteros del gran capital.


Pero el potencial deflacionario de la restauración del capitalismo en Rusia será todavía más destructivo cuando la industria se vea obligada a “reestructurarse”, es decir, a salvarse emprendiendo una lucha a muerte con la competencia nacional e internacional para mantenerse en pie. El despido de los millones de trabajadores rusos que implicará esta “reestructuración”  tendrá un efecto devastador sobre los salarios de todos los trabajadores europeos, mientras que la liquidación de mercancías a bajo precio tendrá un efecto todavía más catastrófico que el que ya sufre la industria del aluminio.


Se plantea, en consecuencia, un proceso de destrucción de fuerzas productivas tan enorme que no podrá menos que conmover los cimientos del orden social, en Rusia y en todo el mundo,  algo que viene a confirmar la potencialidad revolucionaria del hundimiento de los regímenes burocráticos.


La restauración del capitalismo no está definitivamente asentada en la ex URSS, no por las “resistencias” de la burocracia ni por “las herencias del pasado”, sino por las poderosas tendencias a la emergencia de crisis revolucionarias que no puede sino desatar a cada paso.