El derrumbe de México y sus consecuencias

Lo que la prensa ha convenido en denominar la devaluación mexicana, constituye en realidad un derrumbe financiero en toda la línea. La medida inicial de desva­lorizar el peso mexicano en un 15 por ciento, fracasó en menos de 24 horas cuando se comprobó que no había logrado detener la fuga de capitales. A partir de ahí la paridad internacional de la moneda se desbarrancó hasta un 40-50 por cien­to, provocando enormes pérdidas a los inversores en títulos mexica­nos. Solamente los Fondos de In­versión norteamericanos recono­cieron pérdidas por 10.000 millo­nes de dólares. El salario mínimo de 4 dólares por día, que cobra el 60 por ciento de los trabajadores de México, cayó a 2.30 dólares. La catástrofe no se confina a estos límites, porque aún hay que tener en cuenta la situación de los ban­cos, que tienen fuertes deudas en dólares y compromisos de vender dólares al anterior tipo de cambio. De acuerdo al Financial Times (23/12), el Fondo gubernamental encargado de asegurar los depósi­tos bancarios se encuentra “subcapitalizado” como consecuencia de los pagos que tuvo que realizar en los últimos seis meses para res­catar a bancos quebrados. México tiene una deuda externa de millones de dólares, pero sólo en 1995 debe rescatar 58.000 millones en letras de tesorería, de los cuales 20.000 millones de dó­lares vencen en los próximos tres meses (The Washington Post, 26/ 12). Es natural, entonces, que se comente que la Reserva Federal de los Estados Unidos estaría prepa­rando un paquete de ayuda finan­ciera de 25.000 millones de dóla­res para México. Por impresio­nantes que estas cifras puedan pa­recer, no está excluido que la si­tuación real sea aún peor, ya que los datos que se brindan están ma­nipulados. Hasta hace pocos días, por ejemplo, la prensa financiera internacional atribuía a México unos 12.000 millones de dólares en sus reservas, pero ahora se sabe que no superaban los 6.000 millones. A fines de 1993 esas reservas totali­zaban 24.000 millones de dólares, lo que significa que durante el año tuvo lugar una hemorragia de millones de dólares.


Frente a un estallido de seme­jante envergadura, ¿tienen algún sentido las seguridades que se esfuerza por dar Cavallo de que Ar­gentina sería un caso distinto? ¿Qué queda entonces de las reite­radas afirmaciones de que Argen­tina estaba siguiendo el ejemplo “exitoso” de México, o de aqué­llas que dicen que la economía se ha “globalizado”?  Hace solamen­te 45 días, el actual ministro de finanzas de México aseguraba, él también, que “no había necesi­dad de devaluar” (The Financia! Tunes, 9/11) y que una salida de capitales sería compensada por una disminución de las importa­ciones —la tesis preferida de Ca­vallo. Pero Argentina y México tienen en común, junto a toda América Latina, el hecho de que sus economías han sido exclusiva­mente financiadas por el ingreso de capital especulativo, por mon­tos sin precedentes, provocando un gigantesco endeudamiento ex­terno a corto plazo. Argentina tie­ne vencimientos de capital, en 1995, por 5.000 millones de dólares, sin ninguna posibilidad de refinanciarlos^ esto equivale a la mitad de las reservas argentinas. El saldo del presupuesto nacio­nal no alcanza para pagar los intereses de la deuda públi­ca. La devaluación argenti­na es sólo una cuestión de tiempo.


Para que la catástrofe mexicana no sea el anuncio del derrumbe argentino, de­bería poder ser clasificada como un hecho aislado, pero se olvida que sigue inmedia­tamente a la catástrofe vene­zolana de hace algunos me­ses, y un poco más lejos en el tiempo a la de Turquía, Fili­pinas y otros “mercados emergentes”, que sufrieron el “boom” y el “crac” de la especulación internacional.


Lo increíble es que no se tenga en cuenta la propia devaluación sufrida por el dólar durante el transcurso de 1994, como consecuencia de la salida de capitales de los Estados Unidos y la ten­dencia al derrumbe de los títulos públicos y las acciones del merca­do de Nueva York. “La posibili­dad de un aterrizaje suave (de Wall Street) está desaparecien­do”, dice The Economist (10/12), quien también revela una tenden­cia al retiro de inversores de los Fondos de los Estados Unidos. La quiebra reciente del Fondo de In­versión del condado de Orange, en California, puso de manifiesto la crisis generalizada de los especu­ladores. Especuladores como George Soros; bancos de inver­sión como Goldman Sachs; Fon­dos gigantescos, como Fidelity, han tenido en este año pérdidas enormes. Como consecuencia de la caída de los títulos públicos nor­teamericanos, las acciones de los bancos de ese país han perdido el 10 por ciento de su valor (The New York Times, 23/12). Las alternati­vas de financiamiento internacio­nal a este derrumbe son por el momento inexistentes, toda vez que los bancos japoneses deberán dar de baja a sus préstamos inco­brables por valor de 200.000 mi­llones de dólares.


Si se mira bien, México debe­ría ser considerado privilegiado debido a su libre acceso al merca­do norteamericano. Si en algún lugar fuera aplicable la tesis de que la deuda externa sirve para modernizar a la industria y para exportar, ese lugar debería ser México. México, sin embargo, ha registrado un déficit sistemático en su comercio internacional, en especial con Estados Unidos, que llegó en 1995 a los 25.000 millo­nes de dólares; es decir que ha sido un vaciadero de exportaciones norteamericanas. De los 50.000 millones de dólares invertidos por el capital norteamericano en México, menos de 15.000 millo­nes han ido a activos físicos (The New York Times, .27/12); en Ar­gentina la proporción es todavía menor, aun teniendo en cuenta la compra de empresas instaladas, que no agrega capital nuevo.


La crisis mexicana y la corrida cambiaría que ha provocado en Argentina y en América Latina señalan la irreversible caducidad de los “planes Cavallo”, que consis­ten simplemente en financiar el movimiento económico mediante el ingreso masivo de capital espe­culativo. El ciclo ahora se ha inver­tido; si Cavallo no devalúa, dejará sin financiamiento a las empresas privadas y al Estado. Esto ya se está manifestando en el constante creci­miento de las tasas de interés. Pero una devaluación deberá provocar, primero, un derrumbe financiero. Si por necesidades políticas o temo­res financieros el gobierno no toma la iniciativa de la devaluación, ella la producirá “el mercado” median­te la fuga de capitales y la caída de bancos.


La situación es más grave de lo que se piensa. Un estudio reciente demuestra que los bancos norte­americanos han ocultado el monto real de sus préstamos e inversio­nes en América Latina, para no transgredir el tope de exposición que les exigen las reglamentacio­nes de los Estados Unidos. Como consecuencia de esto, gran parte de sus compromisos figuran en las cuentas de sus sucursales (The Economist, 22/10/94). Mientras que el crédito de los bancos norte- americanos con Améri­ca Latina estaba regis­trado oficialmente en 90 mil millones de dólares, a través de sus sucursa­les ese monto subía unos 53 mil millones más, un 60 por ciento adicional.


La mayor parte de este dinero se encuentra in­vertida en títulos públi­cos y en acciones, los que en el caso argentino han caído notablemente en su cotización, provo­cando grandes pérdidas a los bancos. Para disi­mular estos quebrantos, Cavallo los autorizó hace un mes a contabili­zar el valor de su cartera no al precio de mercado, sino al valor nominal de emisión. Si la disposi­ción en nada cambia la realidad de las pérdidas, sirve para engañar a los accionistas y evitar que vendan sus participacio­nes en los capitales de los bancos. John Reed, el presidente del Citibank, responsabilizó por esta situación al déficit fiscal crea­do por Cavallo como consecuen­cia de la rebaja de los aportes pa­tronales a la Segundad Social. La posibilidad de una crisis bancaria en Argentina está planteada, pre­cisamente, por las pérdidas que sufren los bancos como resultado de la caída de los títulos públicos, lo cual se ha agravado luego del derrumbe mexicano. A esto se agrega la morosidad en la devolu­ción de los préstamos por parte de la industria, para conformar un cuadro de potencial corrida bancaria. Por todo esto, las caídas de Argencard y de Extrader no son un hecho aislado, más bien anuncian que nuevos bancos se sumarán a la cesación de pagos.


¿Puede el Mercosur ofrecer una salida?


Incluso si se supone una ex­pansión de la demanda brasileña, la situación económica se compli­caría en lugar de distenderse, ya que plantearía mayores exigen­cias de financiación en un cuadro de crisis financiera; las tasas de interés subirían aún más y blo­quearían cualquier alternativa de reactivación. Por otro lado, hay que tener en cuenta que en Brasil existen fuertes presiones devaluacionistas como consecuencia de la aparición de un déficit en el co­mercio exterior, las que natural­mente inciden sobre Argentina. En recientes declaraciones, Cava­llo admitió la posibilidad de deva­luaciones pactadas entre Brasil y Argentina. En cualquier caso, la crisis financiera amenaza con des­integrar la flamante unión aduane­ra del Mercosur.


Un ejemplo del pantano en que se encuentra la política económica oficial lo brindan los Fondos de Pensión, donde los fondos de los aportistas se han desvalorizado en forma absoluta como consecuen­cia de la caída de la Bolsa y debe­rán seguir haciéndolo por la mis­ma razón. Se trata de una situación insostenible. ¿Podría salir del paso con una ayuda financiera norteamericana?


El derrumbe de México lo des­miente. Todo lo ocurrido en esta crisis demuestra que la devalua­ción inicial del 15 por ciento fue efectuada con el acuerdo de la Reserva Federal. El hecho de que esta devaluación pactada no hu­biera podido detener la fuga de capitales, constituye un fracaso político muy serio del gobierno Clinton y de los banqueros yan­quis. Si Cavallo reclama el apoyo de Estados Unidos o del FMI, és­tos le exigirán, con seguridad, que fije una política y un plazo para operar una devaluación.


Lo más importante de toda esta crisis es que ha derrumbado el mito del “mercado” y de la “esta­bilidad” y que ha mostrado que el destino de millones de personas se encuentra al arbitrio de un puñado de especuladores internacionales.


El mercado es anarquía y la estabi­lidad es hipotecamiento. A la des­ocupación y a la pobreza, se agre­gan ahora la carestía e incluso la hiperinflación. Ninguno de los problemas que existían hace diez años han sido resueltos: la deuda externa está más arriba que nunca, a pesar de las privatizaciones y de las refinanciaciones. De nuevo hay una situación de cesación de pagos. El capitalismo no puede sobrevivir sin producir crisis cada vez más intensas y profundas.


Al seguir a los partidos patrona­les, los trabajadores confiaban su salida a los planes económicos de la burguesía. El derrumbe de estos planes plantea a la clase obrera la obligación de seguir un camino propio, autónomo, independiente. Para parar la crisis que nos amenaza es necesario quitarles a los capita­listas el monopolio de los grandes medios de producción y financieros y ponerlos bajo control obrero. Esta es la base para detener la hemorra­gia económica y reestructurar el país sobre bases que sirvan a sus auténticos productores.