El destino de Arabia Saudita

En las últimas semanas se han acumulado las evidencias de una crisis de fondo entre Estados Unidos y la monarquía saudita: los sauditas retiraron fondos de los bancos norteamericanos por unos 200 mil millones de dólares en los últimos meses; un informe preparado por uno de los institutos de investigaciones que habitualmente trabajan para el Pentágono define a Arabia Saudita como “el núcleo del mal, el más peligroso oponente de los Estados Unidos (que) está presente en cada nivel de la cadena terrorista”; Arabia Saudita se opone públicamente al ataque norteamericano contra Irak, le ha negado el uso de las bases que posee en su territorio para el ataque y ha obligado a otros países de la región, como Qatar, a seguir el mismo camino. Es una crisis de fondo porque la monarquía saudita, junto con Israel, ha sido el aliado incondicional de Estados Unidos en los últimos cincuenta años en el Medio Oriente.


Incluso los familiares de las víctimas del atentado del 11 de septiembre iniciaron una demanda por un billón de dólares contra bancos e instituciones caritativas sauditas y tres miembros de la familia real, acusándolos de financiar el atentado.


El trasfondo de esta crisis es la crisis mortal en que se encuentra el régimen saudita.


Después de una década de estancamiento como consecuencia de los bajos precios internacionales del petróleo, Arabia Saudita acumula por primera vez en su historia una enorme deuda externa y enfrenta una insoluble desocupación, que alcanza al 25% de la población, en particular a los jóvenes. “Existen muy serias dudas acerca de la lealtad de la juventud, que representa más de los dos tercios de la población, hacia una monarquía que en menos de una generación ha visto caer los ingresos per cápita de 24.000 a 7.000 dólares anuales” (The Economist, 22/8). Claro que la caída del ingreso promedio en un 70% da sólo una idea muy pálida del retroceso de las condiciones de vida de las masas: los cinco mil miembros de la familia real, que monopoliza la riqueza nacional, no han visto caer sus ingresos un centavo. La enorme masa de trabajadores extranjeros, palestinos, irakíes y de otros países árabes, constituyen, según una gráfica definición, “una bomba de tiempo” como consecuencia de sus miserables condiciones de vida.


Asimismo, el régimen político está restringido a la camarilla real, no hay ninguna institución representativa en el reino, las organizaciones políticas y sindicales están fuera de la ley, la represión es omnipresente y toda la vida social está férreamente regimentada por las organizaciones religiosas. Toda Arabia Saudita es una gigantesca olla a presión.


En este cuadro, tiene lugar una aguda crisis política en la familia gobernante. Un ala de la monarquía, que gana peso, es partidaria de una relativa independencia de los Estados Unidos. “Incluso antes del 11 de septiembre, Arabia Saudita ha comenzado a diversificar sus compras de armas, mientras el príncipe Abdullah, el gobernante efectivo del reino, se ha ocupado de establecer relaciones más fuertes y estrechas con Rusia, China y la Unión Europea. Dentro de la familia real existen debates acerca de volverse hacia los países vecinos, como Pakistán, en busca del tipo de paraguas estratégico que hoy le ofrecen los norteamericanos. ‘Sería mucho más barato y menos problemático’, dice un consejero del ministerio saudita de Asuntos Exteriores” (Business Week, 9/2). El sector de la casa gobernante que más radicalmente propone una ruptura con Estados Unidos es precisamente el de Bin Laden, cuya familia forma parte de la camarilla real.


Un hecho de la mayor importancia es el fracaso de las negociaciones para la apertura de la explotación de la riqueza gasífera del reino en beneficio de los mayores pulpos petroleros norteamericanos y algunos europeos (Exxon/Mobil, Shell, British Petroleum, Conoco, TotalFina/Elf y otros). El negocio de 25.000 millones de dólares era “el primer intento saudita de readmitir a las compañías petroleras internacionales desde que el sector energético fue nacionalizado en 1976” (Financial Times, 25/7) y abría el camino para una posterior penetración directa en el campo petrolero. Por eso fue boicoteado por el ala “antioccidental” de la monarquía. El fracaso de estas negociaciones “es una clara señal de que la tradicionalmente pro-norteamericana familia real saudita es incapaz de contener el creciente sentimiento antinorteamericano en el reino” (Business Week, 9/2).


La salida a esta crisis no podrá procesarse sin un “violento estallido político (…) El problema no es qué hará mañana Arabia Saudita; el verdadero problema es si existirá mañana una Arabia Saudita” (Corriere della Sera, 6/9).