El Estado Vaticano…

..."Cuando la Iglesia se hizo fascista"

Extractos de la nota "¿Y si el Papa renunciase a ser jefe de Estado?", de Juan Arias en El País

La promiscuidad entre lo temporal y lo espiritual en la Iglesia católica se remonta al siglo VIII, cuando en el año 756 Pepino el Breve, rey de los Francos, concedió a la Iglesia grandes territorios en el centro de Italia.


Aquel poder temporal de los Estados Pontificios acabó en 1870 con la anexión de los mismos por parte de Víctor Manuel y del Estado del Vaticano al Estado de Italia. Pío IX decidió considerarse prisionero y empezó a vivir de las limosnas de los fieles.


Duró poco aquel sueño de los cristianos de un Papa y una Iglesia sin poder temporal. En 1929, Benito Mussolini, fundador del Fascismo, ofreció al entonces Papa Pío XI la devolución del pequeño Estado Vaticano, el título y los privilegios de jefe de Estado y una serie de palacios de la ciudad de Roma.


Esta vez, el Papa aceptó que la Iglesia de Roma volviera a entrar por la puerta grande del poder temporal. El precio fue alto: Mussolini pidió a Pío XI que los católicos que militaban en la Democracia Cristiana dieran sus votos al Partido de Mussolini e hicieran profesión de fe fascista. Y el Papa bajó la cabeza y le entregó a los católicos. Y la Iglesia de Roma se hizo fascista.


La Iglesia se modeló así, también, como poder temporal, con sus derechos Canónicos, copiados del derecho Romano, sus relaciones espúrias con los Estados totalitarios y su derecho a intervenir en los conflictos mundanos, en las leyes de Parlamentos democráticos y laicos y hasta en los asuntos de alcoba.


La Iglesia, nacida de la idea revolucionaria del respeto universal a la dignidad de todos como hijos de un mismo Dios, perdió su primera virginidad cuando el emperador Constantino, en el siglo IV, hizo de los cristianos, de una secta perseguida por no querer plegarse al poder temporal, un nuevo poder mundano traspasándole todos los privilegios imperiales para suplir al poder de un Imperio en crisis.


Y volvió a perder su virginidad cuando, en la persona de Pío XI, vendió la independencia de la Iglesia original, por un plato de lentejas: un territorio de 40 hectáreas, el título de jefe de Estado con banco propio y la potestad de dictar condenas a muerte.


12/4/12