El futuro es con Cuba, no con el imperialismo

A propósito del apartamiento de Fidel Castro

En el medio siglo que lleva la revolución cubana, sus enemigos tuvieron todo el tiempo del mundo para imaginar su fin. Muchos pensaron que ocurriría cuando Einsenhower, presidente de Estados Unidos (1954-62), le impuso un embargo petrolero, en 1960, que redujo el aprovisionamiento de Cuba a menos de 72 horas de consumo. Menos fueron los que albergaron ilusiones en la invasión de Playa Girón, abril de 1961, o durante la crisis de los misiles, en octubre de 1962. Algunos vieron una oportunidad en la crisis que desató una camarilla vinculada a la burocracia rusa, encabezada por un stalinista llamado Escalante, que hubiera podido quebrar al régimen desde adentro. Luego vino el asesinato del Che en Bolivia. En 1970 fue el descomunal fracaso de la zafra de los diez millones de toneladas de azúcar, que consumió las energías productivas de la nación. Mucho más grave aún que todos los casos precedentes, la ‘perestroika’, primero, y la restauración capitalista en la URSS, después, dejaron al desnudo la enorme vulnerabilidad de una economía que se había injertado artificialmente en un ‘bloque socialista’ industrialmente atrasado en muchos aspectos. Cuba se encuentra aún en emergencia, como consecuencia de la ruptura de esas relaciones económicas. Entretanto, el régimen flirteó un intentó de salida con la dolarización de la economía y con la ilusión de una integración económica creciente con lo que hoy es la Unión Europea. Aquellas amenazas y esos reveses dejaron una marca profunda en la sociedad cubana, y mostraron con holgura los límites de un ‘socialismo’ autárquico y de un régimen político de partido único y de poder personal. Pero fracasaron en forma rotunda en la pretensión de producir una reversión histórica y devolver a Cuba al corral del imperialismo. La fantasía se repite ahora con la incapacidad temporal de Fidel Castro y con la posibilidad de su desaparición.


Es incuestionable que por su papel histórico y por la función que desempeña en la estructura del Estado y en la conciencia social, la situación de Fidel Castro es única. Pero esto no quiere decir que se confunde con la sociedad misma; la expresa a través de un prisma particular e incluso cambiante. No es lo mismo la excitación revolucionaria del primer año de la revolución; el enorme ascenso de la lucha contra la invasión del 61 o la resistencia al acuerdo URSS-EEUU, cuando la crisis de los misiles, que el reflujo actual, que tiene además una larga data. Incluso hay un cambio con relación a la década del ‘90, de ascenso internacional del ‘neo-liberalismo’ y disolución de la Unión Soviética, con el contexto presente de insurrecciones y levantamientos en América Latina, y de un empantanamiento militar mortal del imperialismo yanqui en Asia – incluida la presente agresión criminal contra Líbano y Gaza. Los que ponen un signo igual entre el debilitamiento de Fidel Castro y la desintegración de la Cuba independiente se van a llevar otro chasco.


Los problemas de Cuba son sociales y políticos, no de ‘sucesión’. En los meses pasados, Fidel Castro volvió a emprenderla contra la corrupción y por un mayor control del partido comunista, repitiendo un esquema que viene de hace más de dos décadas. La economía del Estado se diluye hacia una acumulación privada clandestina que opera desde el propio aparato estatal. Sin una revolución política, que quiebre el gobierno vitalicio (de una burocracia), es imposible canalizar positivamente la riqueza nacional.


Desde Washington y Miami se impulsa virtualmente una guerra civil en Cuba con vistas a la privatización de la economía y el restablecimiento de la explotación capitalista directa. Todo lo relativo al ‘pluralismo’ y a las ‘elecciones’ no son más que eufemismos para imponer el colonialismo; basta ver lo que ocurre en Irak, que sin embargo no podría exhibir la transformación social que ha conocido Cuba como consecuencia de la revolución. Es interesante que el régimen político de Estados Unidos haya logrado neutralizar todas las ‘aperturas’ realizadas con dirección a Cuba por parte de sus monopolios económicos más encumbrados. El intento de establecer una China del Caribe no logró mayoría en el ‘establishment’ norteamericano, y esto por una razón fundamental: porque hubiera afectado la supervivencia de un amplio sector de la economía norteamericana, como ocurre hoy con las exportaciones chinas en diversos rubros. En estas condiciones, el imperialismo sólo tiene en su agenda la destrucción de la economía estatal cubana y el retorno a su condición de refugio turístico. El retroceso que está experimentando Puerto Rico, en la actualidad, es significativo de la incapacidad del imperialismo de ofrecer una re-industrialización capitalista a su propio patrio trasero.


Una desaparición de Fidel Castro podría sí acentuar las tendencias centrífugas que él ha denunciado en parte, pero que por otra parte se vienen acentuando desde largo tiempo. En este sentido, una agudización de los problemas económicos hará emerger claramente una lucha social. Pero esto está planteado desde ahora. En oposición a cualquier forma, ‘democrática’ o no, de restauración capitalista abierta, y frente al callejón sin salida del inmovilismo, hay que abrir el debate de una estrategia socialista internacional para la revolución cubana siempre viviente.


 


Foto: Télam


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