El genocidio de la Otan en los Balcanes

Cuando Clinton y el alemán Schroeder rechazaron la propuesta rusa para poner fin a la guerra en Yugoslavia, dejaron al desnudo la verdadera finalidad de la criminal agresión que esta ejecutando la Otan contra ese país.


El acuerdo alcanzado entre el primer ministro de Yeltsin, Primakov, y el presidente yugoslavo, Milosevic, preveía el retiro de las tropas serbias de Kosovo y el emplazamiento en este territorio de una fuerza militar de interposición constituida por tropas de Rusia y de otros países, incluso de la Otan, pero con exclusión de las principales potencias de esta. Pero lo que los imperialismos yanqui y europeo pretenden es, precisamente, la posibilidad de una ocupación indefinida de Yugoslavia. Es lo que buscaron imponer en las negociaciones realizadas en Rambouillet, Francia, hasta mediados de marzo: la definitiva instalación de la Otan en los Balcanes. El imperialismo yanqui-europeo ya se encuentra ocupando precariamente la región a partir de las tropas instaladas en Bosnia y Macedonia, del orden de los veinte mil soldados. La cuestión decisiva, sin embargo, era la ocupación politico-militar de la propia Yugoslavia.


Esta ocupación tiene para la Otan un alcance estratégico, ya que consagraría su dominación en los Balcanes, incluido el reforzamiento político-militar de Turquía, confrontada a la rebelión del Kurdistan y a la crisis palestina. Además de servir a la modificación del mapa geográfico de la región, la presencia de la Otan lograría su acariciado objetivo de reforzar la restauración capitalista en Europa del este, Ucrania y Rusia, la cual hoy se encuentra en una completa crisis. La ocupación militar de los Balcanes consumaría el declarado propósito de la Otan de extender su alcance al este y, en palabras recientes de Clinton, permitir la intervención militar del imperialismo en cualquier punto del planeta.


El plan ruso estaba lejos de contrariar abiertamente esos planes, incluso porque la propia Rusia es hoy una dependencia financiera de la banca internacional. El acuerdo Primakov-Milosevic excluía, resueltamente, la autodeterminación nacional de Kosovo, en lo que coincidía con las posiciones imperialistas y constituía sin duda un puente hacia la colonización política y económica de Yugoslavia, al punto que hoy tiene el apoyo nada menos que del Vaticano y de varios sectores de la prensa norteamericana (Thomas Friedman, The New York Times, 31/3). Como alternativa al plan ruso, la Otan se encuentra discutiendo ahora el desembarco de una fuerza de 100.000 a 200.000 hombres a partir de Macedonia, Albania y, fundamentalmente, Grecia.


La catástrofe humanitaria de la Otan


Es absolutamente incuestionable que los bombardeos de la Otan contra las principales ciudades de Kosovo son de lejos los principales responsables de la catástrofe humanitaria de la población albanesa, ni que hablar de la población de Serbia. El éxodo de centenares de miles de personas fue detonado por el bombardeo imperialista, algo que nunca hubiera logrado el ejercito fascistizante de Milosevic, de 40.000 hombres. Nada menos que el Financial Times (31/3) tiene que reconocer que las informaciones sobre masacres serbias son transmitidas por los voceros oficiosos del Pentágono y de la Otan, además de se–alar que la catástrofe humanitaria comenzó con el retiro de los monitores establecidos en Kosovo y el comienzo de los bombardeos. Incluso el jefe de los kosovares, Ibrahim Rukova, acaba de pedir desde Pristina, la capital de Kosovo, el cese de los bombardeos de la Otan para poner fin al holocausto de la población albanesa (La Nación, 6/4).


La completa falta de ‘idealismo’ de la que se jacta la intervención imperialista se comprueba en los planes que la Otan esta haciendo circular en favor de la partición de Kosovo, entregando la parte norte a Serbia, y en favor de terminar con la existencia legal de Bosnia, que seria distribuida entre croatas y serbios. El acuerdo de Dayton, que pretendió mantener la integridad estatal de Bosnia, ha fracasado por completo y el país es hoy un protectorado dividido en tres repúblicas enfrentadas entre sí.


Europa quiere la guerra


Aunque los intereses del imperialismo yanqui en una ocupación militar son claros, incluso porque le serviría para tutelar en su beneficio la llamada unidad europea, no menos rotundos son los intereses del imperialismo europeo, cuyos voceros han reiterado que esperan que un resultado favorable de la guerra les permita construir definitivamente una fuerza de defensa propia. Es precisamente en esta dirección que apuntan las fusiones entre los principales monopolios militares de Europa, en especial de las empresas constructoras de aviones y vehículos espaciales. El principal diario de Italia defendió el interés nacional de este país en la guerra, se–alando que “si la Unión Europea comienza a tener su propia política exterior y por sobre todo de defensa, Italia podría jugar muy bien la importante carta de triunfo que siempre ha tenido ‘una extraordinaria posición geográfica’ y ver crecer su rol tremendamente” (Galli della Loggia, del Corriere della Sera, en el International Herald Tribune, 28/3). A este definido interés ‘nacional’ del imperialismo europeo hay que a–adir su fuerte asociación con los fondos de inversión norteamericanos en el proceso actual de fusiones monopolísticas que tienen lugar en Francia, Alemania e Italia. Esta realidad desnuda el irrealismo de las posiciones de la izquierda europea, como Rifondazione Comunista de Italia, que denuncia que Europa es “una víctima política” de la intervención de la Otan (declaración-voto de Fausto Bertinotti en el Congreso italiano, Liberazione, 27/3).


Por la derrota de la Otan


Para los trabajadores de todos los países, las alternativas son claras: una victoria de la Otan reforzaría la dominación del FMI, del capital internacional, del imperialismo, con el consecuente reforzamiento de los planes de hambre y de miseria. La derrota de la Otan contribuiría a lograr un resultado contrario. La victoria de la Otan seria un golpe brutal a las aspiraciones de libertad nacional de los kosovares, de los kurdos y de los palestinos, que deberían conformarse a los planes de partición y de tutelaje (protectorados) que el imperialismo les tiene reservados, sea en un rincón de los Balcanes, en un rincón de Irak o en un rincón de Palestina. La victoria de la Otan agravaría la crisis en el este de Europa, en Ucrania y en Rusia, reforzando la penetración de los banqueros y preparando nuevas guerras.


Como ocurriera con Galtieri en Malvinas, Milosevic va a capitular ante el imperialismo apenas reciba de este las concesiones territoriales a las que aspira: la zona más rica de Kosovo, una parte de Bosnia. Por eso, la lucha contra la Otan debe servir para trazar la perspectiva de la unidad socialista de los Balcanes, sin Milosevics ni Tudjmans (de Croacia), sin los militares turcos, que ponga en vigencia consecuentemente el derecho a la libre autodeterminación de los pueblos. Al imperialismo hay que oponerle la unidad política de los obreros de todos los países.


Guerra y revolución


Los ‘cerebros’ del Pentágono temen que Yugoslavia se convierta en el Vietnam de la Otan, lo que tendría efectos desintegradores enormes para el capitalismo mundial. Es que esta guerra traduce la crisis de la política imperialista mundial, que no puede poner remedio a su descomposición económica y social por medios ‘pacíficos’. Esta es la lógica que engrana a la crisis mundial con la guerra en los Balcanes. El imperialismo no puede ‘retirarse’, pero le teme como a la peste a una ocupación militar. La contrarrevolución puede engendrar crisis revolucionarias, que esta vez tendrían como protagonistas a los trabajadores de Europa y de Estados Unidos. Pero el desenlace positivo de esta gran crisis mundial dependerá, por sobre todo, de la conciencia de clase de los trabajadores.