“El gobierno británico no tiene alternativas”

La enfermedad de la ‘vaca loca’ –una infección cerebral que ataca al ganado vacuno y que es sospechosa de transmitirse a los humanos, causando la mortal “enfermedad de Creutzfeld-Jakob”– desató una crisis sanitaria y económica de enormes proporciones en Gran Bretaña. La crisis más profunda, sin embargo, es la política, ya que según todos los observadores, es “la peor que haya sufrido un gobierno conservador en los últimos diecisiete años” (International Herald Tribune, 27/3).


La causa de la crisis es el propio gobierno de Major. Voceros de la Unión Europea han dejado trascender oficiosamente su “poca confianza en la habilidad del gobierno de Gran Bretaña para enfrentar la crisis” (Financial Times, 30/3). Con un lenguaje más directo, la Unión Nacional de Productores (NUF), la mayor organización británica de productores agrícolo-ganaderos y tradicionalmente muy próxima al partido conservador, acusó a Major de encabezar “un gobierno inepto, incapaz de adoptar medidas severas, draconianas y desesperadas” (International Herald Tribune, 29/3) para resolver la crisis. Tanto la Unión Europea como los productores británicos acusan al gobierno de Major —y a su antecesor, el de la Thatcher— porque “arrastraron el problema durante diez años y sólo lograron empeorarlo” (Financial Times, 30/3).


Major fracasó en toda la línea en su intento de ‘devolver la confianza’ a la carne británica, tanto entre sus connacionales como en Europa. Sus anuncios de que los métodos utilizados para la producción de alimentos son “seguros” y de que “la probabilidad de contraer la enfermedad de Creutzfeld-Jakob por consumo de carne vacuna es menor que la de ganar la lotería” (¡textual!), han hecho caer aún más las ventas de carne … a pesar de que los precios se redujeron a la mitad. “En menos de una semana, el pánico arruinó a la industria británica de la carne, alienó a millones de consumidores, posiblemente hizo inelegible al gobierno conservador y dañó seriamente su relación con sus socios europeos” (International Herald Tribune, 29/3).


El pánico se extiende a toda Europa. Francia, Alemania, España y Bélgica reportaron caídas de hasta el 30% de las ventas de carne vacuna a pesar de la brusca reducción de su precio. Los países importadores del Medio Oriente prohibieron el ingreso de carne europea, una medida que podría extenderse a otros importadores. Europa teme que Estados Unidos –que atraviesa un período de sobreproducción ganadera– aproveche la oportunidad para desplazarla de sus mercados habituales. Esto explica que la Unión Europea haya tendido un rígido ‘cordón sanitario’ alrededor de Gran Bretaña: prohibió la exportación a cualquier lugar del mundo de carne británica y de una amplia gama de productos sospechosos de utilizar sus derivados, desde cosméticos a medicamentos. Los intentos británicos de obtener el levantamiento de la veda han fracasado estrepitosamente.


Ante la magnitud de sus fracasos, el gobierno de Major parece dispuesto a abandonar su rechazo inicial al sacrificio de animales y a aceptar ahora una “matanza selectiva” de hasta 15.000 cabezas por año. La Unión Europea financiará el 70% de las compensaciones a los ganaderos; el costo de la matanza recaerá, por completo, en manos del gobierno británico.


La Unión de Productores, sin embargo, exige llevar la matanza “más allá de lo que reclama la ciencia” (International Herald Tribune, 28/3) para restaurar la confianza de los consumidores: plantea sacrificar 800.000 cabezas, ‘mucho más allá’ de lo que el gobierno está dispuesto a admitir. Para los ganaderos, el sacrificio masivo de animales —infectados o no— es la única manera de obtener algún ingreso por animales que son invendibles en cualquier mercado.


La razón de fondo de la crisis es que “la veda no va a ser levantada (porque) incluso con una matanza muy extendida, difícilmente se restaure la confianza” (Financial Times, 27/3). Esto porque “no hay método para garantizar la ausencia de BSE (síndrome espongiforme bovino, nombre científico de la enfermedad)” y porque “se necesita mucho tiempo (después de la matanza) para garantizar que no han quedado animales infectados” (ídem). La política de ‘desregulación’ promovida por los gobiernos de Thatcher y Major –que en nombre de la ‘reducción de costos’ permitió la masiva utilización de animales infectados y autorizó la utilización de métodos ‘más baratos’ para la producción de alimentos para ganado que permitieron la sobrevivencia de los virus causantes de la enfermedad– hundió por un largo período a la ganadería británica.


El gobierno de Major, sin embargo, se resiste —todavía— a llevar adelante la matanza extendida que le reclaman los ganaderos por el temor a la depresión económica prolongada, al enorme crecimiento del déficit fiscal que provocaría y al descalabro financiero que le seguiría.


“El gobierno británico —editorializa el Financial Times (27/3)— no tiene alternativas sensibles para reasegurar a los consumidores, compensar a los productores y eliminar la enfermedad tan pronto como sea posible”. Un gobierno que ‘no tiene alternativas’ para enfrentar su ‘mayor crisis en diecisiete años’ es un gobierno condenado. La ‘vaca loca’ ha convertido a los ganaderos británicos, al ‘establishment’ de la industria alimenticia y a los bancos relacionados con ella —tradicionales bastiones del partido conservador— en la oposición que terminará derrocando al gobierno de Major.