El imperialismo más cobarde de la historia

El imperialismo yanqui viene bombardeando implacablemente Afganistán desde hace más de una semana, desde alturas inalcanzables para las precarias baterías antiaéreas de los talibanes. Como ocurriera en Irak y en Yugoslavia, los yanquis sólo “pelean” a distancia, incluso contra las naciones más pobres y menos armadas. Se trata no de una cobardía personal sino política, pues la sola perspectiva de repetir la experiencia de Vietnam produce escalofríos en la “elite del poder” norteamericana. La abrumadora supremacía militar de los Estados Unidos apenas logra ocultar su enorme debilidad política.


Aunque parezca mentira, “el dominio del cielo está lejos de serlo a baja altura”, informa Le Monde (13/10), debido, ni más ni menos, que al temor por “las baterías antiaéreas móviles o a los cohetes suelo-aire que se cargan en los hombros”, lo cual hace “peligroso el empleo de helicópteros a baja altura”. Un responsable francés que trabaja con los planificadores militares norteamericanos dice que los “Estados Unidos caminan sobre huevos…”. Es para no creer.


La guerra a distancia no ha dejado de provocar, sin embargo, una enorme catástrofe humanitaria. Para la responsable de ayuda humanitaria de la ONU, la ex presidente de Irlanda, B. Richardson, la combinación de los bombardeos con la proximidad del crudo invierno centro-asiático pondría en peligro la vida de nada menos que siete millones de personas. Es de esta única forma que el imperialismo “combate” al terrorismo.


De acuerdo a fuentes militares pakistaníes, citadas por el Washington Post (Le Monde, 14/10), los cazas británicos y norteamericanos han evitado golpear a las fuerzas talibanes que defienden Kabul, lo cual debería sorprender porque “si golpearan ahora a la artillería de los talibanes, la marcha sobre Kabul sería un paseo para la Alianza del Norte”. Esta Alianza es una fuerza afgana, manejada en parte por jefes de Uzbekistán, que apoya a Estados Unidos, y que se opone a los talibanes. Pero “los Estados Unidos parecen querer evitar esta batalla todo el tiempo que sea necesario hasta encontrar una solución de recambio al poder de los talibanes”. Es decir que la masacre aérea en que está empeñado el gobierno Bush no tiene todavía un desemboque político claro, de modo que se trata de una agresión por la agresión misma. Por otra parte, parece que “no es suficiente apoderarse de Kabul, es necesario también controlar el sur, la región pashtun, y en particular la ciudad de Kandahar, que es el feudo de los talibanes…”.


La precariedad de la política norteamericana está en parte determinada por los compromisos que Bush se ha visto obligado a contraer con el gobierno de Pakistán, en el sentido de que no se permitiría que los talibanes sean sustituidos por la Alianza norteña. Es que esto último provocaría un colapso interno en el gobierno y servicios de seguridad pakistaníes, debido a que la Alianza es anti-pakistaní y pro-india y pro-rusa. El imperialismo yanqui se encuentra acosado por el temor a un levantamiento popular en Pakistán, que seguiría inevitablemente a cualquier dislocación de su aparato estatal. Incluso en Indonesia, aseguran los diarios, está creciendo el movimiento anti-bélico de inspiración musulmana, con el resultado de colocar al gobierno “a la defensiva”. La crisis política generada por la guerra de la Otan comienza a crecer geográficamente. El presidente del Instituto de Estudios Estratégicos de Francia acaba de alertar en Le Monde que las manifestaciones palestinas que apuntan al derrocamiento de Arafat constituyen el modelo que deberían temer todos los gobiernos proimperialistas, desde el Medio Oriente hasta el centro de Asia. Sea como fuere, el retraso en implementar una guerra en tierra y una salida política, amenaza con empantanar la guerra imperialista en el crudísimo invierno afgano, que se encuentra a un mes de distancia. Los yanquis no querrían terminar como los ejércitos expedicionarios británicos, el siglo pasado, y el de la ex URSS, hace dos décadas, que mordieron el polvo de la derrota ante los bárbaros y corajudos afganos.


Este cuadro de crisis ilustra la inviabilidad de la utopía que le adjudica al imperialismo la posibilidad de sustituir a los procesos autóctonos y a las clases sociales nativas, en la tarea de “construcción de la Nación” y de formación del Estado nacional. La agresión militar imperialista tiene como resultado, de este modo, la incorporación al sistema imperialista mundial de todas las contradicciones sociales precapitalistas y de las relaciones de sometimiento de la periferia atrasada por el centro opresor. La debilidad del imperialismo yanqui no es por cierto militar sino política, y se pone de manifiesto con tanta mayor agudeza cuanto más débil es el pueblo agredido.


Este empantanamiento se complica por las disensiones dentro del gobierno de Bush, entre quienes buscan la salida política que permita mantener el precario equilibrio en el centro de Asia, y quienes opinan que la “lucha contra el terrorismo” sería una farsa si no se ataca y ocupa militarmente a Irak, y se reemplaza al gobierno de Saddam Hussein por otro que responda a la Otan. La “línea dura” entiende que de este modo se evitaría que la Intifada palestina se salga de cauce, y se fortalecería la opción de salida encarnada por el gobierno sionista de Sharon. La posibilidad de que Estados Unidos extienda el escenario bélico tiene puestos los pelos de punta a los gobiernos de la Otan.


Si todo esto no alcanzara para describir una verdadera crisis mundial, se pod ría añadir la reciente declaración oficial norteamericana que incluye a las Farc y a Colombia dentro del campo de acción de la “alianza contra el terrorismo”. Cobra de este modo todo su significado la reciente apelación al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Tiar) a apoyar a Estados Unidos. Aunque predomina en los círculos de gobierno de Estados Unidos la línea intervencionista democratizante, que se manifestó recientemente en la aceptación oficial que tendría una victoria de Lula en Brasil, ella podría no ser contradictoria con una intervención militar en Colombia, en la expectativa de rodearla del apoyo de los gobiernos democratizantes latinoamericanos.


De cualquier modo, la magnitud de la presente crisis está perfectamente escenificada por la intervención sin precedentes de la Banca Federal de los Estados Unidos, en el rescate de pulpos, ramas económicas enteras y hasta países y regiones. Existe una virtual concentración nuclear de la crisis en dos o tres instituciones vitales de los Estados Unidos. Los vaivenes de la “guerra contra el terrorismo” amenazan con sacudir la estabilidad del imperialismo mundial.


La crisis ha puesto al desnudo también la mediocre estatura internacional de los aliados norteamericanos de la Otan y de Rusia; ni qué hablar de esa hoja de parra del despotismo imperialista que es la ONU. El gobierno Bush simplemente los ha pasado por encima. El límite de la hegemonía norteamericana no se encuentra marcado por las resistencias o autonomías que puedan exhibir estas potencias de cuarta, sino por la conflagración social que la dominación norteamericana podría ocasionar, como ya está ocasionando, incluso en los países europeos desarrollados y en Japón. La ocupación del suelo de las ex repúblicas soviéticas de Asia Central por parte del Pentágono, ya está provocando un mar de fondo en el gobierno de Putin, en las fuerzas armadas y por sobre todo en las masas rusas. Solamente los “comunistas” chinos parecen encaminarse sin fisuras detrás del imperialismo yanqui, quizás por la promesa de éste de que, “democratización” mediante, podrá aspirar alguna vez a incorporar a Taiwan según la fórmula de “un país, dos sistemas”. Pero es precisamente esta política la que acabará sacudiendo al Estado chino.


Las guerras imperialistas han sido siempre una gigantesca levadura para la acción revolucionaria. Pongamos a la orden del día, como la más importante de las tareas, la movilización contra el imperialismo yanqui y la Otan, oponiéndole dos consignas: la Unidad Socialista de América Latina y la unidad de acción y política de la clase obrera internacional.