El mito del modelo japonés

Japón es un país insustentable. ¿Puede alguien pensar que un artefacto tan complejo como un reactor nuclear haya sido colocado en un lugar con riesgo sísmico y de tsunami? Pues parece que en Fukushima hay siete. Ningún estudio de impacto ambiental, exigido por la legislación vigente, validaría la construcción de una sola máquina de este tipo en un terreno tan inapropiado.

El material radiactivo emitido ha contaminado gran parte del territorio, el cual por muchísimos años quedará inutilizado. También están comprometidos los alimentos y el agua, dado que la nube radiactiva es dispersada por los vientos y luego cae por gravedad en forma de material particulado incorporándose al suelo y a las aguas. Estos isotopos radiactivos tiene una vida media larga, muchos superan los 25 años. Recordemos que Chernóbil sigue emitiendo radiaciones, a pesar de haber sido confinada con cemento.

La insustentabilidad del Estado nipón no se manifiesta solamente por este episodio desgraciado. Hay situaciones crónicas de contaminación: por ejemplo, la derivada de la incineración de todos los residuos (domiciliarios e industriales), disponiendo luego las cenizas (previa inmovilización) en reservorios conectados con el mar. Han habido protestas de pescadores porque estas cenizas tienen muchos metales pesados y contaminan los peces. La ingesta de éstos genera cáncer. Los datos epidemiológicos mencionan a este país entre los de mayor prevalencia de cáncer de estómago.

La crisis del sistema capitalista es una crisis de sobreproducción. Hay una lucha por los mercados, un incentivo al consumo y los bienes consumidos tienen incorporados una gran cantidad de energía. El consumo es desmedido, a veces suntuario e inequitativo. También hay una imposición de maquinaria nuclear por parte de las empresas que poseen esta tecnología.

Los países que han perdido la Segunda Guerra Mundial están impedidos de desarrollar tecnología nuclear; por lo tanto, los Estados no son dueños de los emprendimientos, sino que todo está en manos de grandes empresas.

La corporación nuclear ha salido a minimizar los hechos -en particular en Argentina aparecen personajes, voceros del gobierno, a defender la tecnología a toda costa y en cualquier lugar. El Ministerio de Planificación tiene proyectadas varias centrales. La empresa Nucleoeléctrica Argentina SA opera dos centrales al límite de su vida útil (más de 30 años)) y una en construcción, Atucha II (iniciada a principios de la década del ’80 y próxima a su finalización). Las plantas proyectadas son onerosas para el país. No solamente por los sobreprecios que se pagan sino porque, en general, en los costos no se prevén las etapas de cierre, la disposición de los elementos combustibles quemados que tienen vida media muy larga y los impactos ambientales propios de la extracción del mineral, lo que, por otra parte, cuenta con la oposición de las comunidades afectadas.

Volviendo a Japón, lo que está sucediendo en esta etapa de descomposición del sistema capitalista es, en gran escala, un ciclo: cavar zanjas, tapar zanjas, cavar zanjas. Primero destruyeron el país con dos bombas atómicas, luego lo “reconstruyeron”, luego volvieron a destruirlo… y el futuro está abierto. ¿Se organizarán los trabajadores para tomar la conducción de las centrales y de todas las usinas y tomarán las riendas de la situación? Porque la alternativa de un nuevo Plan Marshall en el marco de esta crisis capitalista no parece viable. Mientras los empresarios huyen de la zona trasladan sus oficinas a lujosos hoteles lejos de Tokio, los trabajadores están dejando su vida para controlar la reacción en cadena. Sería entonces el momento de que, en este marco, surja la organización que lleve a los trabajadores a gobernar, expropiar las usinas y los grandes medios de producción y ponerlos a disposición del conjunto de la sociedad.