El Papa en Estados Unidos Un argentino en la agenda de Obama


Un factor que no se debe soslayar en el aterrizaje del Papa en suelo estadounidense es el derrumbe de la Iglesia católica norteamericana, cuyos 75 millones de fieles -pese a que hablamos de una minoría religiosa- transforman a Estados Unidos en “el cuarto país con más católicos del mundo” (El País, 22/9).


 


La Iglesia norteamericana estaba necesitada del “efecto Francisco”. Una encuesta del Pew Research Center señala que “por cada americano convertido al catolicismo, seis lo abandonan -fácilmente la pérdida neta más alta de cualquier iglesia” (The Economist, 19/9). El caudal de fieles podría ser incrementado por medio de la población latina, pero ésta se encuentra en disputa con las iglesias evangélicas. Esto explica el insistente llamamiento papal durante su gira a ‘abrir los brazos a los extranjeros’.


 


En la base del retroceso católico se encuentran los abusos sexuales de sus sacerdotes. Las organizaciones de víctimas mencionan más de 10 mil casos de abuso de menores entre 1950 y 2002. Los abusadores “se ocultan detrás de abogados caros y profesionales de las relaciones públicas” (Clarín, 24/9), de acuerdo a las víctimas, lo que revela una protección institucional. Las pérdidas multimillonarias en juicios por casos de abuso se transformaron en un problema económico de peso para las arcas del clero.


 


El Papa exhortó a que no se repitan los crímenes, pero sus declaraciones frente a 400 miembros del Episcopado fueron condescendientes con la institución. En cualquier caso, el esfuerzo de Francisco por “recobrar la credibilidad y la confianza propia de los ministros de Cristo” (ídem) no satisfizo a las organizaciones de las víctimas, que denuncian la impunidad de los abusadores.


El borrón y cuenta nueva de Francisco es también un intento de otorgarle a la Iglesia un rol político de cara a las elecciones de 2016 y frente a una polarización social que engendra rebeliones populares, cuyas últimas demostraciones son los levantamientos contra los crímenes raciales de la policía.


 


Agenda


 


No fue Obama (ni siquiera un demócrata) quien llevó a Francisco al Congreso norteamericano, sino el jefe de la bancada republicana John Boehner, que renunció un día después en medio de agudas divisiones dentro del bloque republicano. En el discurso papal, desapareció todo vestigio ‘anticapitalista’ y Estados Unidos pasó a ser “la tierra de los libres y de los valientes”. Las referencias al cambio climático, la inmigración o la pena de muerte fueron la cobertura de un planteo de pura cepa conservadora. Fue ovacionado por los republicanos cuando “recordó el rol central de la familia en el desarrollo de la sociedad norteamericana” (Clarín, 25/9). La referencia a “limitar todo tipo de abuso o usura con los países en vías de desarrollo” (La Nación, 25/9) no es una diatriba anticapitalista sino que entronca con el planteo de un sector del capital, que ante la bancarrota propicia una rediscusión de los criterios de reestructuración de las deudas soberanas (y por tanto, su pago 'religioso').


 


Francisco se ha alineado en la agenda de Obama, que incluye el pacto con Irán y los procesos de negociación con Cuba y del gobierno colombiano con las Farc. El vasto 'frente popular extra nacional' de Obama, al que Francisco ha dado la bendición, procura asegurar la dominación capitalista en un cuadro de retroceso del imperialismo.