El separatismo negro

La ‘marcha del millón de hombres negros’ a Washington, del pasado 16 de octubre, fue el punto culminante de dos semanas de tensión racial en los Estados Unidos, la más aguda en las últimas dos décadas. La absolución –por un jurado mayoritariamente negro– del negro O. J. Simpson, acusado de asesinar a su esposa blanca y al amante de ésta, también blanco; el anuncio de nuevos recortes en los programas oficiales de asistencia social y de promoción de los negros (‘acción afirmativa’) y la difusión de nuevos estudios y evidencias sobre la desesperada situación social de los jóvenes negros, y acerca de la salvaje represión judicial y policial de que son objeto, fueron escalando la tensión racial al punto que se llegó a afirmar que en Estados Unidos existirían “dos naciones en una sola tierra” (The Washington Post, 4/10).


A la ‘marcha del millón …’ concurrieron, según fuentes oficiales, ‘apenas’ 400.000 personas … a las que hay que agregar los 2,2 millones de familias que la siguieron por TV, lo que la convierte en el hecho político de mayor ‘audiencia’ en los últimos años, incluyendo todos los discursos de Clinton y hasta las visitas del Papa (New York Times, 19/10. Fue la mayor movilización negra en los Estados Unidos desde 1963. Las diferencias entre una y otra marcha, sin embargo, son notorias. La de 1963 fue convocada por Martin Luther King bajo las consignas de abolición de toda la legislación discriminatoria contra los negros y  por la promoción oficial de la ‘igualdad de oportunidades’ (políticas, educativas, legales y económicas); participaron unas 250.000 personas, entre ellas un número importante de blancos. La marcha de 1995, en cambio, fue convocada por ‘La Nación del Islam’, una organización que tiene un programa separatista acabado: la formación de un Estado negro separado en el territorio de los Estados Unidos (ver aparte). Los ‘integracionistas’, herederos de Luther King, como Jesse Jackson, se vieron obligados a marchar a la convocatoria formulada por sus adversarios políticos en el movimiento negro. Su principal dirigente, Louis Farrakhan, es un derechista y fundamentalista islámico conocido por sus declaraciones antisemitas, contra los homosexuales y contra la ‘integración racial’, y sospechado de ordenar el asesinato de Malcom X, su adversario político en el movimiento separatista negro. ‘La Nación del Islam’ convocó a marchar sólo a los ‘hombres negros’, excluyendo a los ‘no negros’ que defienden su causa e incluso a las mujeres negras, a las que recomendó permanecer “en su lugar, el hogar”.


El separatismo y el integracionismo son las dos tendencias que se han enfrentado históricamente en el movimiento negro por la conquista de las libertades democráticas. El ascenso actual del separatismo es la consecuencia del completo fracaso del integracionismo para imponer la ‘igualdad racial’.


A pesar de la legislación antidiscriminatoria aprobada desde mediados de los ‘60 –y aun a pesar de la ‘acción afirmativa’, la llamada ‘discriminación positiva’ en favor de los negros–, la situación social de los negros es desesperante: sufren el doble de desempleo y cobran la mitad del salario promedio de los blancos; la tercera parte de la población negra se encuentra por debajo del nivel de pobreza (porcentaje que es el doble que el de blancos en la misma situación); la deserción escolar de los jóvenes negros cuadriplica la de los blancos; madres solas sostienen el 64% de los hogares negros (más que el triple que en los hogares blancos); los negros tienen nueve veces más posibilidades que los blancos de morir asesinados; la tercera parte de los jóvenes varones negros pasó por un tribunal y hoy se encuentra en la cárcel o goza de libertad condicional.


A semejanza del feminismo –que expuso todas sus limitaciones políticas para defender la condición de las mujeres cuando logró imponer su programa (la igualdad ante la ley)– el movimiento integracionista negro fracasó cuando la igualdad legal se demostró incapaz de derribar las condiciones sociales que mantienen la opresión de los negros. Al contrario, con el paso del tiempo y la acentuación de la crisis capitalista, la aplicación de las leyes se fue adaptando a la diferenciación social existente: los negros no gozan del mismo tratamiento ante la ley, ante la justicia y ante la policía que los blancos, como lo prueba la existencia de “una legislación cada vez más represiva que está llenando las prisiones de jóvenes negros” (Le Monde, 17/10).


El ascenso del separatismo negro es una reacción al ascenso de la derecha norteamericana, que “cuestiona (ideológicamente) los grandes principios igualitarios de los ‘60” (ídem) y que, en el plano práctico, se ha propuesto derrumbar los programas de ‘acción afirmativa’: después de los grandes recortes que los ‘programas sociales’ sufrieron bajo las presidencias de Reagan y Bush, el Congreso, dominado por los republicanos –y la mayoría de los Estados, en particular el de California– han venido recortando sistemáticamente los gastos destinados a la promoción social de los negros.


Contradicciones


Frente a la masa congregada en Washington, el principal orador de la ‘marcha del millón … ’, Louis Farrakhan, se cuidó muy bien de darle una expresión revolucionaria al separatismo negro. En un discurso muy largo (dos horas y media), no defendió el programa de la separación ni reclamó lo que debería ser el primer paso en una dirección separatista: la formación de un partido político negro independiente. Al contrario, llamó a los negros a inscribirse masivamente para votar … (por los demócratas o por los republicanos).


Farrakhan puso el acento, no en el separatismo, sino en la “responsabilidad individual de los hombres negros en la defensa de sus familias y comunidades”. Farrakhan ha tomado como propio el lenguaje de la derecha norteamericana: la defensa de los “valores familiares”, la promoción del papel de los “jefes de familia”  y de la “autoconfianza” de los “hombres negros”. En los planteamientos de Farrakhan quedaron en evidencia los rasgos reaccionarios del fundamentalismo islámico, que le asesta un golpe demoledor a las relaciones democráticas en el seno del propio movimiento negro, al relegar políticamente y socialmente a la mujer.


Farrakhan no planteó ninguna reivindicación frente al poder del Estado –al contrario, sus llamamientos a la “autorresponsabilidad individual y de la comunidad” significan un ‘repliegue’ del movimiento negro sobre sí mismo– y reduce la idea de un movimiento nacional negro a un simple ‘lobby’  ante los poderes públicos. Con estos planteamientos, que significan una adaptación a las tendencias reaccionarias de la sociedad capitalista en descomposición, Farrakhan conduce al movimiento negro a un callejón sin salida.


La preeminencia de estos planteamientos pone al desnudo la incapacidad de la izquierda, que desecha por completo la posibilidad de que el movimiento negro se transforme en nacional.


La ‘marcha del millón …’ encierra la posibilidad del surgimiento del  potencialmente revolucionario movimiento nacional negro.  Las tendencias fascistas de la burguesía norteamericana obligan a las masas negras a replantear la posibilidad de la separación estatal, territorial y nacional dentro de los Estados Unidos.


La contradicción de un movimiento potencialmente revolucionario, que se insinúa por debajo de una dirección abiertamente reaccionaria explica las divergencias de apreciación de la burguesía norteamericana sobre las perspectivas políticas abiertas por la marcha. En el mismo diario y en el mismo día (The New York Times, 18/10), una nota de opinión dice que los planteamientos separatistas de “La nación del Islam” son “un golpe al ‘sueño americano’ y al objetivo de la unidad (y) un peligro que puede degenerar en un desastre permanente”, mientras que la opinión editorial del diario enfatiza los “aspectos alentadores (del) llamado a nutrir familias más fuertes y a proteger a la juventud negra de las drogas y el crimen”.