El Vaticano cobija a abusadores sexuales

La denuncia es pasible de excomunión

En sólo 45 días, 20 de las 27 diócesis alemanas de la Iglesia Católica investigan casos de paidofilia, ya se acumularon más de 300 denuncias. Esta vez, el escándalo estalló en el país natal del Papa y ya no es el irlandés John Magee –secretario personal de tres papas: Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II– quien está en el banquillo por encubrir a cientos de pederastas y sádicos sino directamente Ratzinger y su hermano Georg.

Georg Ratzinger, obispo y director del milenario coro de la catedral de Regesburger Domspatz, consintió tres décadas de ataques sexuales y golpizas contra sus “gorriones”. La institución estaba dirigida por “un sofisticado sistema de castigos sádicos en conexión con la lujuria sexual” del que Ratzinger no era ajeno, según el prestigioso compositor Franz Wittenbrink, ex alumno del coro. En cuanto al Papa, el Vaticano debió reconocer que, siendo obispo de Munich, había admitido el traslado a su diócesis de violadores.

El Vaticano cerró filas e intentó adjudicar la hecatombe a “una conspiración mediática contra el vicario de Dios” con el propósito de minar la confianza en la Iglesia. El fiscal del ex Santo Oficio, el obispo Charles Scicluna fue más creativo: en todas las instituciones hay paidófilos, dijo. Y, más que niños, los curas violan adolescentes, y eso ya no es paidofilia (menores de 12 años) sino efebofilia. Espectacular.

Las excusas vaticanas fueron cortadas de cuajo por una iracunda Angela Merkel, que ya bastantes problemas tiene con la crisis mundial. La primera ministra acusó a la Iglesia de levantar un “muro de silencio” para obstruir las investigaciones y recordó que la antigua directiva eclesiástica Crimens Sollicitationis –que exige a los obispos tratar confidencialmente los abusos sexuales, sin informar a la Justicia, so pena de excomunión– lleva la firma de Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santa Inquisición.

En “un peligroso efecto cadena”, en dos semanas unas 350 víctimas denunciaron que habían sido violados por sacerdotes también en los Países Bajos y Austria, incluido el famoso coro de los Niños Cantores de Viena. Dos obispos y un sacerdote fueron procesados en Brasil. Y se sumaron otros en Chile, Estados Unidos, Italia, España y México, por mencionar sólo los más recientes. Los diarios hablan de un tsunami en el Vaticano y de que el papa “atraviesa su vía crucis”. Dicho sea de paso, sus balbuceantes disculpas públicas porque la Iglesia abusó del 1% de la población irlandesa han sido tomadas como una afrenta por las víctimas.

Sexo, mentiras y dinero

Los problemas no son sólo ésos. Ni tampoco los repetidos escándalos de corrupción, fraude electoral y vínculos con la mafia, que acaban de llevar a la cárcel al ahora ex senador y gentilhombre del papa, Nicola Di Girolamo. El Vaticano “se ha convertido en un infierno” y los medios mencionan abiertamente una guerra sin control entre fracciones del clero y la jerarquía vaticana, la que probablemente potencia y alienta la difusión de los escándalos. A las crisis de 2009 con los episcopados alemán, austríaco y francés por el perdón papal a los lefevristas, le sucedió en febrero un choque salvaje con los obispos romanos. Un periódico de Berlusconi, Il Giornale, precipitó la renuncia del director del periódico del Episcopado romano, Dino Boffo, publicando documentos que lo presentaban como un libertino y un homosexual, además que mostrarlo extorsionando a la mujer de su amante. Boffo renunció. Poco después se supo que los documentos –todos falsos– habían sido deslizados a Il Giornale por el director de L’Osservatore, Giovanni Maria Vian, y por el secretario de Estado vaticano y hombre de máxima confianza de Ratzinger, Narciso Bertone. Ratzinger difundió entonces una carta al clero, lamentando “el odio sin reservas de algunos católicos” y que “en la propia Iglesia se muerde y devora”.

Sandro Magíster, un reputado vaticanista, consideró que el Vaticano está fracasando en subordinar a los grandes episcopados considerados demasiado independientes, que prefieren un aggiornamiento a la era Obama y estiman que la política ultraconservadora del Papa debilita a la Iglesia (L’Expresso, 11/2). Sólo que más que disciplinar, Ratzinger va dejando las hilachas. La situación “se ha desbordado hasta alcanzar una crisis de niveles internacionales que pone en evidencia que la autoridad del Papa y la gobernabilidad de la Iglesia están vulneradas” (La Jornada, 17,2). Algunos vaticanistas sugieren que estas fisuras “presagian riesgo de naufragio no frente al relativismo cultural, sino por las fracturas del navío católico” (ídem).