Elecciones en Israel: Netanyahu en la tormenta

La continuidad en el poder del primer ministro Benjamin Netanyahu entró en un cono de sombras tras las recientes elecciones israelíes, en las que el bloque de fuerzas en la que supo asentar su mandato no alcanzó la mayoría de bancas para formar gobierno. Su partido, el Likud, obtiene 31 bancas (sobre 120), con lo que retrocede levemente con respecto a las elecciones de abril. Con 17 bancas, los partidos ultraortodoxos también marcan el paso en el mismo lugar. La coalición Azul y Blanco, liderada por un ex jefe del Ejército que dirigió la última campaña contra la Franja de Gaza, vuelve a colocarse como la principal fuerza de oposición a Netanyahu, al obtener dos bancas más que el Likud.


De acuerdo al procedimiento del sistema político israelí, el presidente debe encargar ahora la tarea de formar gobierno a la fuerza que ve más preparada para forjar una coalición exitosa. Aunque el presidente Reuven Rivlin aún no ha escogido ese partido, que sería el Likud o el Azul y Blanco, anticipó su deseo de un gobierno de unidad nacional entre ambas formaciones para salir del pantano político abierto en abril, donde nadie logró formar una mayoría y se desembocó en los nuevos comicios de estos días.


Netanyahu aboga públicamente por ese gobierno de unidad. A tal efecto, invocó la experiencia de los ’80 en que los laboristas de Simon Peres y el Likud llegaron a un acuerdo en que rotaron en el cargo de primer ministro para evitar nuevos comicios y superar el bloqueo político. El Azul y Blanco no descarta una coalición con el Likud, pero reclama que “Bibi”, desgastado por los escándalos de corrupción, dé un paso al costado. En tanto, el partido del ex ministro de Defensa Avigdor Lieberman (Israel, Nuestra Casa, ultraderechista laico), que casi duplica sus votos respecto a abril (y cosecha 9 bancas), a partir de una campaña contra los privilegios de los ultraortodoxos, postula un gobierno del Likud, el Azul y Blanco y su partido, pero con la exclusión de los ultraortodoxos (Shas y Unión por la Torá y el Judaísmo). Otra variante es que el Azul y Blanco explore un acuerdo hacia la izquierda del tablero político, sumando a los laboristas (que se han derrumbado hasta los 6 escaños, muy por debajo de los 27 que alcanzaron en 2015 en alianza con la ex ministra Tzipi Livni) y la Lista Conjunta de los partidos árabes, que con sus 12 bancas se han convertido nuevamente (como en 2015) en el tercer bloque político de la Knesset (de todos modos, la suma de estas tres fuerzas no alcanza por sí misma a formar una mayoría). Finalmente, si no se consigue una combinación mayoritaria, el pantano político conduciría a unas terceras elecciones, al estilo de lo que está ocurriendo en España. Una hipótesis menos probable, pero señalada por algunos analistas, es que Netanyahu lance una ofensiva militar contra Gaza o Hezbollah para replantear el escenario político y retener el poder.


Resquebrajamientos


¿Por qué se ha empantanado el escenario político en Israel? En buena medida, porque los desequilibrios económicos resquebrajaron la coalición política dominante. Netanyahu había logrado formar un bloque de la derecha militarista y la derecha religiosa ultraortodoxa, que a cambio del sostenimiento de algunos privilegios (exención del servicio militar, subsidios, etc.) y una relación incestuosa entre Estado y religión, acompañó las masacres contra los palestinos y la expansión de las colonias. Pero en los últimos años, la carga fiscal que suponen esas concesiones (en el marco de una desaceleración económica) empezó a ser un lastre para la economía israelí. Y empezó a plantear la supresión parcial de esos privilegios. Lieberman, un derechista laico, que formaba parte de la coalición, explotó hábilmente esta situación. Frente al intento de los partidos ultraortodoxos de torpedear el recorte de esas concesiones, utilizó su lugar de bisagra política (cuenta con pocos legisladores pero decisivos) para retirar su apoyo a Netanyahu y abrir el camino a nuevas elecciones y la crisis actual. Entre las elecciones de abril y septiembre de este año, en base a su crítica a los ultraortodoxos, duplicó su caudal electoral. “Liberman –describe el Jerusalem Post- exigió vocal y francamente el matrimonio civil ‘como cualquier país normal’, prometió introducir el transporte público en Shabat, derogar los límites a la actividad comercial en Shabat impuestos por el gobierno saliente, exigir que las escuelas ultraortodoxas enseñen matemáticas e inglés (…) y reclutar hombres ultraortodoxos en el ejército” (19/9).


Pero Netanyahu no sólo se ve golpeado por la ruptura de este bloque político y por una serie de escándalos de corrupción que pueden llevarlo tras las rejas. Ha sufrido también el impacto de todos los retrocesos de Trump en la región, con el que se alineó abiertamente. Netanyahu festejó como un triunfo propio la salida de Estados Unidos de los acuerdos de Viena y la reinstauración de sanciones económicas contra Irán. Sin embargo, la caída del asesor de seguridad John Bolton y la posibilidad de nuevas conversaciones entre Estados Unidos e Irán lo dejaron mal parado. Los yanquis, por su parte, vienen golpeados en la región por su pérdida de influencia en Siria, por el empantamiento de sus aliados sauditas en Yemen, y por la escasa repercusión del plan de su yerno Hared Kushner para Medio Oriente, que busca avanzar en un “proceso de paz” entre israelíes y palestinos lubricado por un ambicioso plan de inversiones (“acuerdo del siglo”, o mejor tal vez, “negociado del siglo”). El vínculo Trump-Netanyahu, por su parte, se ha deteriorado. Olfateando los problemas del primer ministro israelí, el magnate –que bajo su mandato anunció el traslado de la embajada a Jerusalén y reconoció la soberanía israelí sobre los Altos del Golán- evitó esta vez darle un apoyo electoral abierto.


La Lista Conjunta


La elección israelí, dominada por dos bloques centroderechistas, muestra, no obstante todas sus dificultades, el afianzamiento de una política criminal contra las masas árabe-palestinas. Bajo su mandato, Netanyahu avanzó en el reconocimiento de colonias y la masacre contra el pueblo palestino (asesinó más de 250 manifestantes en un año en las Marchas del Retorno en la frontera gazatí-israelí). Prometió durante la campaña la anexión del valle del Jordán, bombardeó Gaza y lanzó todo tipo de diatribas xenófobas. Su oponente, Benny Gantz, se pavonea por su pasado como militar. En este contexto político, la Lista Conjunta de los partidos árabes consigue una  buena performance. Su unificación les permitió ganar más bancas que las obtenidas en abril por separado y convertirse en el tercer bloque político. La hostil campaña de Netanyahu, que incluyó el intento de grabar las votaciones en las escuelas como un modo de intimidar y disuadir a los votantes árabes, tuvo un efecto búmeran, porque la participación entre árabes y drusos subió un 10% con respecto a abril (al 59%, contra un 70% de participación electoral promedio). La población árabe es el 20% de la población israelí. El fenómeno es que, al calor de la ofensiva derechista, se concentra el voto de dicha comunidad por las formaciones árabes. El 80% de los árabes y drusos votaron esta vez por la Lista Conjunta (Times of Israel, 19/9).


La Lista Conjunta rechaza a Netanyahu y si bien dice que no se integraría a un gobierno del Azul y Blanco, sí apoyaría en el parlamento legislaciones sociales o de diálogo con los palestinos (El País, 18/9).


Por de pronto, estas políticas de diálogo están muertas. La llamada “solución de dos estados”, que alentaba un seudo-estado palestino entrecortado y vigilado por Israel, no formó parte de las plataformas de los principales partidos. La propia expansión sionista ha ido inviabilizando este planteo. Las pretensiones anexionistas de Netanyahu marcan la tónica del período político.


Palestina única y laica


La “unidad nacional” que se discute en Israel para salir del pantano político es una reconfiguración que no alteraría las agresiones contra el pueblo palestino, la minoría judía etíope, y la propia militarización de la población israelí.


Frente a la perspectiva de guerras y masacres que ofrece el sionismo, es necesario defender el derecho al retorno de la población palestina, repudiar el bloqueo contra Gaza y luchar por una federación socialista de los pueblos de Medio Oriente.