En su 30° aniversario, el gobierno chino reivindica la masacre de Tiananmen

La retórica nacionalista y la guerra comercial con Estados Unidos.

En las vísperas del 30° aniversario de la masacre de Tiananmen, el gobierno chino de Xi Jingping volvió a reivindicar la avanzada del Ejército que se cobró en los primeros días de junio de 1989 la vida de miles de manifestantes. Fue a través del ministro de Defensa Wei Fenghe, que sostuvo este domingo en un foro en Singapur que “ese incidente fue una turbulencia política y el gobierno central tomó medidas para detener las turbulencias, lo cual es una política correcta” (Clarín, 3/6). 


Las “turbulencias” a la que se refiere el general Fenghe fueron en verdad una verdadera revolución política contra el gobierno, con una rebelión estudiantil que se había extendido hacia las principales ciudades del país y ganaba sectores crecientes de trabajadores, en reclamo de libertad de expresión y organización, contra la corrupción de los funcionarios y frente a la carestía y los despidos resultantes de las reformas pro “libertad de mercado” implementadas por el gobierno de Den Xiao Ping. Y la “política correcta” de las que habla fue el avance de más de diez mil soldados, con tanques y blindados, sobre centenares de miles movilizados en la explanada central de Pekín el 4 de junio y en los días posteriores, asesinando a dirigentes detenidos; según un memo secreto del embajador británico de entonces, desclasificado en 2017 por el Reino Unido, “el número de civiles muertos era de unos 10.000” (ídem).


La reivindicación de la masacre es en verdad un autoelogio de la burocracia, que capitaneó en las décadas posteriores, en alianza con el imperialismo, el proceso de restauración capitalista cifrado en aquellas “reformas” resistidas por el pueblo. A diferencia de la ex Yugoslavia, donde tuvo lugar su desmembramiento en un puñado de países con gobiernos títeres del imperialismo, en China (y Rusia) la burocracia orquestó la restauración capitalista sosteniendo la unidad nacional. Con el fin de afianzar y defender a la protoburguesía local, se han instituido gobiernos bonapartistas como el de Xi Jingping, que buscan a la vez garantizar la superexplotación de los trabajadores chinos y defender a los explotadores nativos contra el intento del imperialismo mundial de colonizar el país y sus mercados, e incluso desmembrarlo con esos fines.


Represión y guerra comercial


La declaración de Fenghe forma parte de una inflamación de la retórica nacionalista china y en defensa de un “gobierno fuerte”, cebada por la guerra comercial con Estados Unidos que no deja de agravarse (nuevos aranceles de Trump a productos chinos en 2018, respuesta china en sintonía, sanciones yanquis en mayo de este año y, en el mismo mes, la ruptura de Google con Huawei, que promete consecuencias explosivas). En este tono, el editor del diario estatal chino Global Times amenazó días atrás con “‘la posibilidad de deshacerse de los bonos del Tesoro’ norteamericano que la República Popular acumula en sus reservas” (Clarín, 17/5). Desde ya, la burocracia canta patriotismo con sus métodos típicos, que son los de la falsificación histórica: Jingping conmemoró días atrás el inicio de la Larga Marcha en 1934, que preparó la Revolución China de 1949, luego de haber realizado en diciembre otro acto para saludar el 40° aniversario del comienzo de las reformas de mercado, que vinieron a enterrar esa revolución, citando al Mao que sostenía que “el Partido lo lidera todo” (El País, 18/12). 


La gobernanza con mano de hierro que defiende la burocracia es la que se aplica contra las huelgas que no dejan de surgir contra la superexplotación, y en la detención de activistas que recogen en muchos casos la tradición revolucionaria del marxismo.


A tono con la pelea comercial, el gobierno fascistoide y guerrerista de Donald Trump se vistió de derecho-humanista ante el aniversario de Tiananmen, reclamando a través del Secretario de Estado Mike Pompeo que China dé un informe completo de los muertos en aquella masacre y libere a activistas de Derechos Humanos detenidos. Que el emplazamiento no supera la chicana queda claro cuando se recuerda que en 2016 Trump señaló, poco antes de su victoria electoral, que la matanza de 1989 había sido la muestra de un gobierno “fuerte y potente” que actuaba contra una  “revuelta”. 


Este Trump preelectoral era más coherente con el accionar del imperialismo estadounidense, que tras los hechos de Tiananmen mantuvo sus acuerdos con el gobierno restauracionista chino y le dio su apoyo. No por nada el hombre entonces a cargo, George H.W. Bush, fue calificado por la prensa oficial china, tras su muerte el año pasado, como un “viejo amigo”.


Contra el propósito del imperialismo de colonizar y desguazar al gigante asiático, avanzando aún más sobre las condiciones de vida de las masas, la clase obrera de China tiene planteada una organización revolucionaria contra la burocracia restauracionista, por el poder obrero. El mejor homenaje a los estudiantes y trabajadores masacrados en Tiananmen.