Encuentro por los 30 años del Foro de San Pablo: mejor no hablar de ciertas cosas

Marcado contraste con la Conferencia Latinoamericana y de los EE.UU.

Horas antes de que comience la Conferencia Latinoamericana y de los EE.UU., tuvo lugar el “encuentro de mandatorios” por los 30 años del Foro de San Pablo, donde hicieron uso de la palabra los gobernantes de Nicaragua -Daniel Ortega-, Venezuela -Nicolás Maduro- y Cuba -Miguel Díaz-Canel. A pesar de la efeméride, no tuvo el brillo de otros tiempos. Los oradores se concentraron en amplios relatos sobre las grandes gestas del pasado y en reivindicaciones de sus propias medidas gubernamentales.

La presencia de Mónica Valente -ex vice presidenta de la CUT y referente del PT- como moderadora no puede ocultar el hecho de que Lula decidió autoexcluirse del evento, evitando siquiera dedicarle un tuit al aniversario del sector político del cual fue miembro fundador y uno de sus principales animadores durante décadas.

Los 30 años del Foro dieron cuenta de un espacio virtualmente quebrado, en un contexto en el cual los diferentes líderes regionales le han soltado la mano a su viejo socio venezolano y se han embarcado en todo tipo de componendas a cielo abierto con el imperialismo, sin que esto implique, por su parte, una radicalización del núcleo chavista. Las razones de este giro no responden a que la derecha (golpista) continental habría convencido a los partidos que se reivindicaban del Foro sobre el carácter “dictatorial” de Maduro, sino a una política de mayor alineamiento con el imperialismo. La Casa Blanca viene reclamando los buenos oficios del progresismo latinoamericano para abrir paso a una transición “ordenada” en Venezuela que culmine con el desalojo de Maduro del poder, o sea, una variante golpista más cosmética.

Pero para los exponentes de estas variantes más laxas y de contemporización con Estados Unidos y la Comisión Europea, como el Grupo de Puebla o –los más audaces y demagogos- la Internacional Progresista, no se encuentran por ello en una posición más ventajosa. Sus capacidades como pilotos de tormentas –con escasos recursos-, a la luz de la crisis más importante de la región, aún deben ser verificadas. Ejemplo de esto son los encontronazos desatados en torno al Mercosur y los proyectos de libre comercio, que dividen aguas entre las burguesías nacionales y avivan las tendencias centrífugas.

La cuarentena impuesta a Venezuela por sus antiguos aliados recrudecerá, a su turno, el cerco sobre Cuba, que se convierte así en una presa aún más apetecible para Estados Unidos.

No deja de llamar la atención que una transmisión de estas características evite toda referencia a los levantamientos en Chile, Ecuador o Puerto Rico, por nombrar solo algunos de los que conmovieron al continente durante los últimos meses. El hecho de dar la espalda a los masivos alzamientos cimenta aún más la tesis, por si aún quedaban expectativas luego de tres décadas, sobre la total ausencia de perspectivas revolucionarias –o siquiera progresivas- en los líderes del Foro. Mientras se degrada la lucha de los pueblos a piezas de museo lo que prima es un indisimulable tendencia reaccionaria, lo cual se traduce en una represión feroz contra cualquier tipo de reclamo de sectores obreros y de la izquierda en sus propios países. El rol deslucido del Foro de San Pablo y de las fuerzas que se reivindican del socialismo del siglo XXI no puede imputarse únicamente a la desaparición física de los grandes caudillos ni a la disgregación de sus miembros, sino que se relaciona con el hecho de colocarse decididamente en la vereda de enfrente al presente -y futuro- de las grandes rebeliones continentales, fogoneadas por la crisis mundial.

¿Renovación?

Un punto importante en el que se detuvieron los tres oradores fue en la necesidad de ampliar y renovar el Foro, abriendo el juego a más fuerzas políticas, sin vetos ideológicos ni sectarismos, para frenar el avance neoliberal

Lejos de ser una invocación hacia nuevos sectores que se radicalizan, el objetivo es contener a los antiguos miembros que abandonan el barco uno tras otro. Además del PT, es el caso especialmente de López Obrador, cuyo primer viaje oficial como presidente de México -efectuado hace un mes- no tuvo como destino la tierra de Bolívar y Miranda, sino la del gringo Trump, a quien Maduro calificó durante el encuentro como “supremacista blanco”. López Obrador se jugó por los lazos de sumisión comercial ante el vecino del norte antes que por la solidaridad con los hermanos latinoamericanos que padecen las restricciones imperialistas y, aún más significativo, le dio un respaldo político al gobierno estadounidense en medio de una rebelión masiva, desatada por la opresión hacia los negros y a los migrantes latinos. Su rol como presidente de la Celac, más que una prenda de unidad, parece destinada a reconocer la influencia de su línea, preponderante entre los países de Centroamérica y el Caribe, de colaboración con Estados Unidos.

Otro tanto vale para Alberto Fernández (miembro del grupo Puebla) y su vice Cristina Fernández de Kirchner, que mantienen la adhesión argentina al grupo Lima, junto a Guaidó y a los golpistas de Bolivia. Un antecedente significativo ocurrió con la crisis del año pasado, cuando José Mujica -ex presidente de Uruguay- y el ex ministro de Economía Daniel Astori calificaron que en Venezuela había una dictadura, mientras que el entonces candidato presidencial del Frente Amplio Daniel Martínez se mostró “impactado” por las presuntas pruebas del grupo Lima y se declaró neutral ante la intentona de Trump-Guaidó.

Pero el dato más importante no es el pasaje de un sector del Foro a la colaboración más estrecha con el imperialismo, sino que este hecho no produjo ni una divisoria de aguas ni una evolución hacia la izquierda en ninguno de sus miembros. Lejos de parir una nueva gesta antiimperialista, el Foro ha profundizado la búsqueda de acuerdos dentro del marco del capital. El caso más flagrante es el de Nicaragua, que fue galardonada por la revista Forbes con el premio al mejor proyecto de inversión extranjera. No es para menos, la postración del gobierno sandinista ante el FMI es total. El país centroamericano se encuentra al borde de la bancarrota, con una deuda que representa el 90% de su PBI, lo que intenta ser saneado con una ofensiva brutal contra los trabajadores, a quienes se le priva, además, de su libertad de organización sindical. El manejo criminal de la pandemia, negando la peligrosidad del virus y retaceando los insumos más elementales –mientras continúa el pago en regla de la deuda externa- configuran un cuadro social de barbarie. Como si esto fuera poco, Ortega no se restringió de apelar a la represión interna -con grupos paramilitares incluidos, que dejó como saldo cientos de muertos en las protestas de 2018. En esa ocasión, Maduro, Evo Morales, pero también el FMLN y los K encubrieron la represión asesina calificando los genuinos reclamos como “intentos desestabilizadores”.

Injerencia imperialista

La claudicación de los miembros más prominentes del Foro no borra la gravedad de la presión imperialista: el incidente en el consulado venezolano y el despliegue de tropas en la frontera de Colombia, el renovado cerco contra Cuba, el golpe en Bolivia, entre muchos otros. Es claro que Trump quiere aprovechar la debilidad de sus contendientes latinoamericanos para inclinar a su favor la delicada situación en el frente interno.

Valiéndose como insumo para sus críticas a Trump, Maduro realizó la única y telegráfica mención a las protestas en Estados Unidos, específicamente a Portland, pero cuidándose de circunscribirlas como manifestaciones contrarias a los métodos despóticos del presidente yanqui. La extrema moderación sobre el tema más candente se une a las expectativas de los oradores del Foro por un recambio favorable al Partido Demócrata en las elecciones estadounidenses de noviembre próximo. Quien fue más a fondo con esta orientación es Daniel Ortega, que llegó a elogiar el diálogo de la gestión Barack Obama -con nombre y apellido-, olvidando que fue bajo esos supuestos años gloriosos cuando recrudecieron las sanciones contra Venezuela, incluyendo su consignación en la lista de países que representan una amenaza para la seguridad de Estados Unidos, y que el presidente “dialoguista” recurrió a los nada democráticos golpes de estado en Honduras, Paraguay y Brasil, entre otras tropelías.

Del Foro de San Pablo a la Conferencia Latinoamericana y de los EE.UU.

Una lectura apresurada de esta situación podría llevar a decretar que el Foro de San Pablo se ha transformado en un “cadáver insepulto”. Pero no es así. Los partidos que se reclaman del Foro -y sostienen su programa de colaboración de clases- han intervenido como una variante de contención en las diferentes rebeliones. Esto es especialmente notorio en el caso de Chile, donde el Partido Comunista juega a fondo para rechazar el planteo de fuera Piñera y encuadrar las luchas en los marcos del régimen burgués. En otras latitudes, los referentes de ese espacio utilizan su prestigio para cimentar coaliciones y hacer pasar ajustes inauditos, a veces incluso apelando al recurso de posar de oposición, tal como se constata en todo Centroamérica.

Si esta crítica es válida para este espacio, lo es doblemente para aquellos partidos que, reclamándose revolucionarios, practican el seguidismo a variantes nacionalistas o frentepopulistas -y hasta comparten frentes y partidos en común. Una variante agravada de este movimientismo fue haberse encolumnado -luego de años de apoyar a los partidos del Foro de San Pablo y del chavismo- detrás de las intentonas de la derecha golpista. El Partido Obrero y otras organizaciones del continente realizaron un aporte a la reciente Conferencia Latinoamericana y de los EE.UU. focalizado en la crítica a estas posiciones estratégicas que mellan los planteos revolucionarios, en las cuales la mayor parte de la izquierda del continente reincide recurrentemente –y, luego, encubre bajo múltiples piruetas.

La continuidad del polo de independencia política que plantea la Conferencia Latinoamericana, es decir, la permanencia de acciones de lucha común, de nuevas Conferencias resolutivas, y de la clarificación de posiciones en un debate franco, contribuirá a que la próxima tanda de rebeliones continentales supere los escollos de la colaboración de clases, se dote de una dirección revolucionaria y luche por gobiernos de trabajadores.