Entre nuevas elecciones y un gobierno militar

¿La victoria de la derecha en las elecciones israelíes significa el fin del ‘proceso de paz’ patrocinado por el imperialismo norteamericano en Medio Oriente? Ciertamente no; antes bien, el gobierno triunfante no tardará en sufrir, en carne propia, la inviabilidad de la política de la derecha sionista.


La derecha sionista obtuvo una espectacular victoria electoral. El estrecho margen del 0,9% a favor de Netanyahu (del Likud) frente a Shimon Peres oculta el derrumbe del oficialismo y de sus aliados de centroizquierda (el Meretz), que perdieron el 25% de sus bancas, y el fenomenal avance de los partidos religiosos, que casi duplicaron su representación parlamentaria. La victoria derechista es todavía más espectacular si se recuerda que todavía en marzo, Peres tenía una ventaja de casi 20 puntos en las encuestas y que se benefició con el apoyo explícito de Clinton, de las potencias europeas, de “una poderosa coalición de industriales que representan los dos tercios del PBI israelí” (Financial Times, 28/5) y hasta de las direcciones árabes.


¿Por qué ganó la derecha?


Netanyahu ganó tan sólo porque su contrincante le sirvió el triunfo en bandeja. En efecto, Peres se negó a convocar a elecciones en noviembre, inmediatamente después del asesinato de Itzak Rabin, cuando la derecha era acusada de ser la ‘responsable moral’ y hasta la ‘autora intelectual’ del asesinato.


En enero, bajo la presión del alto mando militar, Peres rompió la tregua establecida con el Hamas, al ordenar el asesinato de su principal dirigente militar, conocido como ‘el ingeniero’. La tregua permitió el período más prolongado sin atentados palestinos en Israel. En represalia, Hamas realizó una serie de atentados que, por primera vez en toda la campaña electoral, pusieron a la derecha al frente de las encuestas. Inmediatamente después, y también bajo la presión del alto mando, Peres lanzó los bombardeos sobre el Líbano… que culminaron en un desastre político y militar, ya que Israel no pudo imponer ninguno de sus objetivos.


Mistificación a dos bandas


Durante la campaña electoral se puso en circulación la especie de que la ‘política de paz’ conduciría al desmantelamiento de las colonias sionistas en Gaza y Cisjordania, a la partición de Jerusalén y a la creación de un Estado palestino.


Pero lo cierto es que bajo el gobierno de Peres —como antes bajo el de Rabin—, la población de los asentamientos, lejos de retroceder, creció en casi 330.000 personas, ¡un 25% en tan sólo cuatro años! El sector más ‘caliente’ de los asentamientos fue Jerusalén oriental —la parte árabe de la ciudad—, donde los nuevos emplazamientos sionistas se extendieron hacia el este, hasta penetrar profundamente en los territorios ocupados (Le Monde, 29/5).


El acuerdo de Oslo y los que lo siguieron, “no obligan a Israel a retirar sus soldados de Gaza y Cisjordania” y, en cuanto a Jerusalén, “(los laboristas) no prevén ninguna concesión de importancia” (ídem). Tampoco es cierto que Peres propiciara un Estado palestino: los ‘territorios autónomos’ palestinos ocupan apenas el 6% de las tierras ocupadas por Israel en Gaza y Cisjordania en 1967. Más aún, “contrariamente a una idea muy difundida, mientras la OLP reconoció en múltiples oportunidades la existencia del Estado de Israel sobre la vieja tierra palestina, el Estado judío, por su parte, jamás admitió el derecho a la autodeterminación de los palestinos” (ídem).


Todo esto explica que Jossi Ahimeir, asistente del derechista Netanyahu, haya caracterizado a los ‘acuerdos de Oslo’ como “no mucho más que lo que nosotros mismos propusimos a los palestinos: autonomía civil en las ciudades y aldeas, control de la seguridad en nuestras manos” (ídem). Estas declaraciones —que permiten apreciar la ‘convergencia’ entre la ‘solución’ que pretenden darle a la ‘cuestión palestina’ tanto los derechistas como los laboristas— desnudan el carácter reaccionario y antinacional de los ‘acuerdos de Oslo’ y de la ‘Autoridad Palestina’ encabezada por Arafat… a la cual muchos ‘izquierdistas’ apoyan en nombre de los “derechos nacionales palestinos”.


La derecha en el poder


El programa de Netanyahu establece la ampliación de los asentamientos sionistas en Gaza y Cisjordania y el mantenimiento de Jerusalén y el Golán en manos israelíes. Durante la campaña, sin embargo, atenuó las diferencias que lo separaban de Peres, al comprometerse a reconocer los acuerdos de Oslo y respetar lo ya acordado con los palestinos. La victoria le dio a Netanyahu una sólida base parlamentaria, pero fracturada en cuanto a la política a seguir. Ocurre que la primera y más evidente contradicción del nuevo gobierno ‘duro’ es que está encabezada por un ‘blando’: dentro del arco derechista y de su propio partido, Netanyahu es considerado como una ‘paloma’; los principales dirigentes del Likud (como Ariel Sharon), del Tsomet (el partido de Rafael Eytan) y los partidos religiosos, son partidarios de desconocer (‘revisar’) los ‘acuerdos de Oslo’, de extender la ‘franja de seguridad’ que Israel ocupa en el sur del Líbano (Eytan), de desconocer a la OLP (Sharon) y de extender los asentamientos en Gaza y Cisjordania, expulsando a los palestinos (partidos religiosos).


Este programa choca con la ‘política de paz’ dictada por el imperialismo norteamericano. Hay que recordar que hace poco más de cuatro años, Bush  provocó la derrota de la derecha, cuando se negó a financiar la expansión de las colonias sionistas que pretendía llevar adelante el anterior gobierno del Likud. Advertido de esta realidad, Netanyahu recurre al escapismo cuando dice que va a financiar la nueva expansión de los asentamientos mediante el ingreso de capitales externos, atraídos por un programa de privatización masiva de las empresas públicas. Además, la victoria de Netanyahu provocó un derrumbe de la Bolsa y de la moneda israelíes y un principio de fuga de capitales…


La política imperialista pretende la firma de un acuerdo entre Israel y Siria, que ‘cierre el paquete’ del ‘proceso de paz’. Netanyahu (y el alto mando militar), por el contrario, sostienen que “Siria todavía no está preparada para un acuerdo de paz” (Jerusalem Post, 25/5).


El cuadro que evoca la política de la derecha —extensión de las colonias, permanencia de las tropas sionistas en Gaza y Cisjordania, negativa a negociar con Siria, la asfixia financiera de las ‘zonas autónomas’ palestinas, choques con los Estados Unidos— ha llevado a la prensa sionista e internacional a especular con lo que es la peor pesadilla del alto mando sionista: un relanzamiento de la Intifada palestina. Esto explica que, para algunos analistas internacionales, “Netanyahu en el poder, bajo la presión de Washington, no tendrá otra alternativa que hacer lo mismo (que Peres)” (Le Monde, 28/5). Es sintomático, entonces, que Netanyahu se haya declarado partidario de “respetar los acuerdos de Oslo” y, sobre todo, que el principal candidato a ocupar la cancillería sea David Levy, un ex miembro del Likud que rompió con el partido cuando Shamir comenzó a chocar con los norteamericanos, y firme partidario de “intercambiar tierras por paz con los sirios” (Clarín, 2/6). Pero esto provocaría inmediatamente el estallido de la coalición derechista.


La perspectiva de la impasse que enfrenta Netanyahu llevó a que aparecieran “fuertes rumores de un ‘gobierno de unidad nacional’ del Likud y los laboristas” (Clarín, 31/5). Peres lo rechazó… hasta tanto se agote la ‘experiencia derechista’, es decir, hasta que una serie de rápidas crisis políticas, choques externos y fracturas de los partidos en el gobierno ponga a los derechistas ante la evidencia de que no existe alternativa a la política dictada por el imperialismo norteamericano. Mientras el gobierno de Netanyahu sirva para ejercer una presión extrema sobre Siria, para obtener de ella concesiones fundamentales, seguirá en pie. Pero, si como teme la prensa mundial, la política derechista provoca un relanzamiento de la Intifada, entonces los días de Netanyahu estarán contados: los militares que lo llevaron al poder dictarán su caída.


La fractura del ‘establishment’ sionista es demasiado profunda, la presión del imperialismo demasiado intensa y la coalición derechista gobernante demasiado contradictoria, es decir, la situación es demasiado explosiva, como para que Netanyahu pueda sobrevivir un tiempo prolongado simplemente haciendo equilibrio. Todo esto permite pronosticar que el gobierno de Netanyahu marcha a una crisis política a corto plazo e, incluso, a la disolución del parlamento y a la convocatoria a nuevas elecciones. Sólo por esta vía tortuosa, el ‘proceso de paz’ podrá proseguir su marcha.