Estados Unidos: Clinton interviene el sindicato de camioneros

Apenas cinco días después de la victoria de los Teamsters (camioneros) sobre la patronal de la UPS, la justicia anuló las elecciones sindicales de diciembre último e intervino el sindicato hasta la realización de nuevos comicios. Alegó que fueron usados fondos del sindicato para la campaña electoral de la lista de Ron Carey, el presidente de los Teamsters.


La medida tiene el indisimulable propósito de ‘enfriar’ al movimiento sindical, revigorizado por la victoria de los camioneros. Ataca a un sindicato que viene de derrotar a la patronal en una gran huelga, la mayor en los Estados Unidos en los últimos treinta años, que contó con la viva simpatía de la población trabajadora y que abrió un amplio debate sobre las posibilidades de los trabajadores de parar la ofensiva capitalista después de dos décadas de derrotas.


Se trata del segundo gran golpe estatal contra el movimiento sindical en menos de una semana: dos días después de la victoria sobre la UPS, Clinton prohibió por decreto la huelga de los ferroviarios de la Amtrak.


El gobierno y la burocracia mafiosa


Ron Carey fue elegido presidente de los Teamsters en 1991 con un programa que planteaba la ‘limpieza’ de la vieja burocracia ligada a la mafia del asesinado Jim Hoffa. Fue reelegido en diciembre, cuando derrotó por 52 a 48% a la lista de Jimmy Hoffa (hijo).


La justicia anuló las elecciones a requerimiento de Hoffa, que acusó a asesores externos al sindicato de montar un esquema financiero con el objetivo de desviar fondos sindicales a la campaña de Carey. Aunque los fondos fueron devueltos y la justicia absolvió a la dirección de los Teamsters de cualquier responsabilidad personal, anuló las elecciones. Pese a que la campaña electoral de Carey de 1996 se basó menos en la movilización de la base sindical que la de 1991, es evidente que fue la red de militantes que lo respaldan —la TDU, Camioneros por un sindicato democrático— la que decidió la elección.


¿Y las finanzas de Hoffa? La revista norteamericana Labor Notes (julio de 1997) revela dos casos en los que Hoffa fue encontrado responsable de desviar fondos de los locales que dirigen los burócratas que lo respaldan hacia su propia campaña. En ambos, la justicia se limitó a ordenar el reintegro de los fondos malversados.


Todo esto confirma que la anulación de las elecciones es una intervención política del Estado norteamericano contra el movimiento sindical.


La raíz política del escándalo


La crítica más severa contra la dirección de los Teamsters por la cuestión de los asesores externos proviene del propio movimiento sindical.


Aún antes de la anulación de las elecciones, Labor Notes publicó una crítica a “la nociva dependencia de los asesores, aun cuando no implique una violación de la ley”. Estos ‘asesores’ se han convertido en la verdadera dirección de los sindicatos: “editan sus periódicos, organizan sus convenciones, asesoran a sus dirigentes, dirigen sus campañas de publicidad y despilfarran millones de dólares en políticos que, justamente, emplean a muchas de las mismas firmas de asesores”. Reemplazan a los militantes sindicales y actúan sin ningún control político o financiero de la base o aun de la propia dirección, reforzando la aguda burocratización de los sindicatos norteamericanos.


Labor Notes da en la clave cuando afirma que “los consultores son un canal directo a los demócratas”, es decir, al aparato del Estado.


“Es hora de deshacerse de los asesores externos”, concluye Labor Notes. Cierto, pero para hacerlo la vanguardia sindical debe superar la política que ha convertido a esos ‘asesores’ en la verdadera dirección sindical.


Los Teamsters desenmascaran

‘la prosperidad americana’


La victoria de los Teamsters ha servido para poner al desnudo la realidad del crecimiento económico norteamericano. Un banquero, Stephen Roach, jefe de los economistas de Morgan Stanley, acaba de señalar que ese crecimiento “floreció sólo porque las corporaciones norteamericanas aplicaron una inflexible presión sobre su fuerza de trabajo” (The New York Times, 26/8).


Para el banquero, “no hay una pizca de evidencia macroeconómica creíble que apoye la noción de una significativa mejora en la productividad norteamericana. (Al contrario) el peso de la evidencia está crecientemente del lado de una recuperación producida por la presión sobre los trabajadores (…) Presionadas por la intensa competencia global y frustrados sus esfuerzos para aumentar la productividad en la información o en los servicios, las empresas quedaron atadas a recortar los costos laborales (…) Ha habido un dramático realineamiento en la distribución del ingreso (…); en 1996, la rentabilidad del capital fue la más alta en los últimos 28 años, mientras la participación de los asalariados en el ingreso cayó muy por debajo de lo alcanzado en la década del 80”. El banquero va todavía más lejos cuando sostiene que “una recuperación apoyada en la presión laboral no es sostenible (porque) lleva a una lucha salvaje entre obreros y capitalistas” (ídem).


Aunque afirma que “difícilmente una huelga marque una tendencia”, el banquero advierte que “ahora los sindicatos están reforzados para pasar a la acción”.


“Los trabajadores, concluye, han comenzado a desafiar las verdaderas fuerzas que provocaron el espectacular crecimiento de las corporaciones”.


Todo un pronóstico político.