Estados Unidos: millones de precarizados van a la huelga

Por cuarta vez en menos de un año, los trabajadores de negocios de comidas rápidas, en Estados Unidos, salieron a pelear por sus derechos. Si las huelgas de noviembre, abril y julio pasado, habían abarcado a un puñado de ciudades, esta vez -el 29 de agosto pasado-, alcanzó a 58 metrópolis.


Los trabajadores, de cadenas como McDonald's, Burger King, Taco Bell y Wendy's, reclaman una suba del salario mínimo a 15 dólares por hora y el derecho a representación sindical. Como informamos a propósito de la huelga del 31 de julio (PO Nº 1.279 online, 1º/8), los trabajadores de los fast food se encuentran entre los peores pagos, con salarios iguales o apenas superiores al mínimo legal de 7,25 dólares la hora. Este, no actualizado desde 2007, representa uno de los más bajos de la historia norteamericana; la media salarial del país es de unos 20 dólares (CBS News, 29/8). En los últimos años, debido a la pérdida de empleos mejor remunerados, la industria de la comida rápida ha empleado crecientemente a trabajadores adultos, o sea con cargas de familia. Muchos de los más de cuatro millones de trabajadores de comida rápida no reciben seguro de salud, ni se les pagan las faltas por enfermedad.


Mientras la industria de la comida rápida tiene ganancias por 200 mil millones de dólares al año, muchos de sus trabajadores dependen de cupones de alimentos y la Ayuda Médica que otorga el Estado (New York Daily News, 22/8).


Rebelión de los precarizados


La vulnerabilidad social en Estados Unidos ha avanzado en forma extraordinaria. Según un informe de la Oficina gubernamental de Estadísticas Laborales, el 79 por ciento de la población se encuentra en una situación de "inseguridad económica" -o sea desempleo periódico, dependencia de ayudas del gobierno como cupones de alimentos, o ingresos inferiores al 150 por ciento del nivel de pobreza (http://www.bls.gov). A nivel nacional, el número de pobres de los Estados Unidos sigue anclado en una cifra récord: 46,2 millones, el 15 por ciento de la población. A la tasa oficial de desempleo, que cayó a 7,4 por ciento en julio de este año, deben sumarse las ocho millones de personas que trabajan a tiempo parcial -sea porque sus horas se han reducido o porque no encuentran un empleo a tiempo completo -y otros 7 millones de personas que han dejado de buscar trabajo o están sólo "marginalmente unidas" a la fuerza laboral. Mientras tanto, aumenta la polarización social.


En este contexto, la importancia de la pelea de los trabajadores de los fast food radica en que estos puestos de trabajo ocupan un lugar cada vez más importante en la economía de Estados Unidos: casi el 70 por ciento de los puestos de trabajo creados desde el inicio de la recesión está en industrias de bajos salarios. Las cámaras patronales y la mayoría de los medios de comunicación denuncian el pedido de aumentos de salarios, en el marco de la crisis, como una expresión de analfabetismo económico de los huelguistas.


También es significativa su organización misma. Durante décadas, los trabajadores de comida rápida no se pudieron organizar, debido a la elevada rotación de personal y a la estructura de propiedad de la industria (basada en franquicias), en un país donde sólo el 11 por ciento de los trabajadores está sindicalizado (en la década de 1950 eran más del 30%, y más del 20% en la de 1980).


El presidente de la AFL-CIO, la central sindical norteamericana, el burócrata Richard Trumka, se ha deslindado de sus propias responsabilidades con el pretexto de que "no pudimos acompañar el cambio de ritmo en la economía, del entorno político y a los jóvenes", y de que los ataques a los trabajadores los impulsan los republicanos. Pero bajo el gobierno de Obama los ataques a los trabajadores se redoblaron. Ahora, tanto demócratas como republicanos planean avanzar con los recortes de beneficios sociales como Medicare y la Seguridad Social.


Los sindicatos perdieron cerca de 3 millones de miembros desde la recesión; es que la burocracia sindical ha entregado todas las peleas contra cierres y despidos, a pesar de la predisposición a la lucha de los activistas. Ahí está para probarla el levantamiento laboral de Wisconsin de febrero-marzo de 2011; o, unos meses más tarde, el estallido de Occupy Wall Street, que se extendería por todo el país, y contaría con la solidaridad generalizada de los trabajadores. Sin embargo, estas ondas de activismo obrero rara vez encontraron su expresión en los lugares de trabajo. El sindicato automotriz aceptó rebajas salariales gigantescas e incluso el hipotecamiento del seguro previsional. La huelga de los maestros de Chicago, de septiembre del año pasado, logró, en cambio, una victoria contra un gobierno demócrata, luego de más de una semana de huelga y piquetes.


La lucha de los trabajadores de los fast foods continúa esta tendencia. ¿Preauncia una nueva era en el movimiento obrero norteamericano?