Estados Unidos: Té cargado

La política norteamericana vive un cimbronazo. Cuando promedian las elecciones internas del Partido Republicano, el movimiento derechista denominado Tea Party lleva ganadas las candidaturas a senador de siete estados, varias de gobernador (entre ellas, Nueva York) y una decena a la Cámara de Representantes (diputados). La última interna, en Dellaware, dio ganadora a Christine O’Donnell, una partidaria de la legalización de la tenencia de armas, la abstinencia sexual, el fin de los impuestos, la expulsión de los inmigrantes irregulares y la liquidación de todo el aparato estatal. El timón del conservadurismo norteamericano pasa a la extrema derecha.

La arrolladora marcha del Tea Party ha tenido un efecto contradictorio en el Partido Republicano. Insuflado por un nuevo y masivo activismo conservador, lo ha corrido más a la derecha y, al mismo tiempo, ha estrechado su base electoral. En la elección de Florida, el candidato del establishment partidario propuso una ley inmigratoria incluso más severa que la de Arizona, pero no le alcanzó para ganarle al candidato del Tea Party. Los últimos resultados aumentarán las posibilidades de que Sarah Palin, la gobernadora Alaska y figura principal del movimiento, sea la candidata republicana a la presidencia en 2012.

Pero la elección de candidatos extremistas no significa que el Partido Republicano se haya podido reestructurar alrededor de una nueva política. Según una encuesta de The Economist, el 40% de los votantes independientes comparte los argumentos del Tea Party, pero menos de una cuarta parte muestra simpatías por sus dirigentes. La campaña xenófoba puede transformarse en un arma de doble filo y reducir los votos del partido Republicano. Una parte importante de los capitalistas apoya la necesidad de una reforma migratoria y rechaza la Ley Arizona (ver Prensa Obrera Nº 1.138, 22/7).

El ascenso ultraderechista ha acentuado las tendencias a la dislocación del Partido Republicano. Según el presidente del Comité Nacional Demócrata, Tim Kaine, “el Partido Republicano vive una auténtica guerra civil” (El País, 15/9). Por este motivo, se viven momentos de optimismo para los alicaídos demócratas, cuando la popularidad de Obama está cayendo en picada (40%). En estas condiciones, los demócratas podrían retener la mayoría en el Senado. Los demócratas tienden a abandonar su tradicional discurso progresista en un desesperado intento por evitar una fuga de simpatizantes hacia el Tea Party (Obama ha deportado más inmigrantes que Bush y acaba de hacer aprobar una partida de 600 millones de dólares para reforzar los controles fronterizos). El principal enemigo de los demócratas de Obama es la abstención electoral, que promete ser muy superior a la de dos años atrás.

Si Obama, con una mayoría holgada en ambas Cámaras del Congreso, apenas pudo hacer aprobar algunas reformas -dolorosamente y en una versión desdibujada-, no es descabellado pensar que será incapaz de aprobar una sola ley en la segunda mitad de su mandato. Estados Unidos se enfrentará a la nueva etapa de la crisis capitalista con un régimen político paralizado.