Europa, Europa

Los últimos siete días transparentaron la inmensidad de la crisis financiera de Europa. Pero no solamente esto, sino por sobre todas las cosas la incapacidad de la Unión Europea para hacerle frente.

En primer lugar, cayó el banco belga Fortis, con activos por más de un billón de dólares, que recientemente había participado en la compra del ABN-Amro Bank. Para evitar la quiebra fue objeto de una nacionalización parcial, de la cual participaron tres estados: Bélgica, Holanda y Luxemburgo. En la misma línea se ubicaban otro belga, Dexia, con activos de alrededor de 800 mil millones de dólares, y el Natixis.

También se declaró en posición comprometida el italiano Unicredit, con 1,2 billones de dólares de activos, cuando se conoció la quiebra del alemán Hypo Real Estat (550 mil millones de activos), donde Unicredit tiene inversiones cruzadas. Asimismo se conoció la nacionalización del inglés Bradford and Bingleton (activos por 90 mil millones de dólares). Los mentideros financieros han hecho correr el rumor de que el alemán Commerzbank (800 mil millones de dólares de activos) sería el próximo en presentar sus cartas de quiebra.

La unión de tres países para nacionalizar al Fortis puso de relieve algo conocido: hay en Europa alrededor de treinta bancos cuyos activos van del 80 al 600 por ciento del PBI de sus países. Son bancos que no se deberían dejar caer pero que, al mismo tiempo, son imposibles de rescatar por los Estados en forma individual. Este hecho ha dejado al desnudo la impotencia de los Estados nacionales de Europa, por un lado, y de la Unión Europea, por el otro, porque esta última no cuenta con el presupuesto de un Estado efectivo ni con la capacidad de desarrollar una deuda pública. El Banco Central Europeo puede actuar como proveedor de dinero (liquidez) en situaciones de apremio, pero no tiene a su lado un Tesoro de Estado, que es el único que puede meter la mano en el bolsillo de los contribuyentes o emitir deuda pública.

Esta situación explosiva se manifestó abiertamente el último miércoles cuando Francia propuso crear un fondo europeo de alrededor de 600 mil millones de dólares, con “la idea de ayudar al rescate de los bancos, como en el plan de Paulson de 700 mil millones de dólares, pero no para absorber los activos tóxicos (incobrables o invendibles)” (Financial Times, 1/10).

Pero si ya a Paulson le había resultado difícil pasar por el Congreso, la propuesta francesa fue rechazada sin contemplaciones por Alemania -y por razones harto ‘comprensibles’, toda vez que es el Estado más poderoso financieramente de Europa. Por eso los alemanes sostienen que el problema de los ‘activos tóxicos’ lo debe resolver Estados Unidos con sus operativos de rescate, y de ningún modo comprometer a las finanzas germanas.

Un capítulo especial de esta crisis queda reservado para España, cuyo gobierno insiste en que tiene una banca sólida -a pesar del reciente hundimiento de la constructora-financiera Sacyr-Valle Hermoso, y con él la posibilidad de que Repsol, de la cual Sacyr es la principal accionista, pase a manos extranjeras. En realidad España es el país que se encuentra más comprometido; de un lado, porque la insolvencia de las familias para pagar las hipotecas es la mayor de Europa; del otro, porque tiene un gigantesco déficit de cuenta corriente con el exterior, o sea que su deuda externa es elevada. El andamiaje bancario de España reposa sobre esta deuda y sobre este flujo de capitales exteriores.