Fracasa “la paz” del terror sionista

El alineamiento de Arafat con el imperialismo yanqui en Afganistán, no ha hecho avanzar un milímetro la causa nacional palestina, pero sí la brutal guerra que libra el sionismo para acabar con ella. Entre el terrorismo palestino y el sionista existe una diferencia de principios muy clara: el primero es el de una nación oprimida y tiene un carácter popular, el segundo es un terrorismo de Estado y de naturaleza social opresora. Sobre este último recae enteramente la responsabilidad política y moral por la pérdida de vidas inocentes.


Los largos meses de masacres del sionismo no han logrado, sin embargo, someter a la Intifada palestina, aunque la insurgencia popular ha retrocedido, dejando el espacio los métodos terroristas-suicidas. El gobierno sionista imputa los atentados a Arafat y discute abiertamente eliminarlo. El propósito real es, sin embargo, proceder a una anexión de parte de los territorios ocupados y la expulsión de su población. Para eso se barajan, alternativamente, la construcción de un muro electrónico que separe físicamente a las poblaciones o la celebración de acuerdos de seguridad con comandantes locales de la Autoridad Palestina. En ambos casos, la salida es altamente ficticia, porque el muro no se podría aplicar materialmente en ciudades como Jerusalem y hasta es resistido por una parte del pueblo judío que no quiere ningún retorno a los guetos. Los acuerdos locales son variantes aún más precarias.


Es claro, sin embargo, que el gobierno Bush no está dispuesto a presionar al sionismo a ninguna concesión política sustancial que permita reconstruir la autoridad de Arafat y capacitarlo para recuperar su capacidad de represión contra el activismo palestino. Embalado en la “guerra contra el terrorismo”, el imperialismo yanqui se encuentra limitado por su propia política a arbitrar un salida en el Medio Oriente. Pero precisamente esta contradicción ha acentuado la propaganda a favor de un ataque a Irak, alegando que la eliminación de Saddam Hussein daría un espacio “geopolítico” para las concesiones a Arafat.


Pero el “espacio geo-político” no está para nuevas aventuras, en la medida que va creciendo la impresión de una seria crisis en curso en Arabia Saudita. El desempleo en el reino ha llegado al 20%, el precio del petróleo está cayendo y, por primera vez, los monarcas beduinos han debido tomar créditos internacionales para pagar los servicios de su deuda externa.


A la luz de la situación de conjunto del Medio Oriente, es claro que una política palestina realmente revolucionaria, pondría el eje, no en la búsqueda de un apoyo inconsistente en los gobiernos árabes, sino en la unión política con los activistas y organizaciones que los combaten, en función de la perspectiva de los Estados Unidos Socialistas del Medio Oriente.