Fraga y Carrillo, socios de la democracia española

Acaba de morir Manuel Fraga Iribarne, ministro de Francisco Franco y viejo líder del Partido Popular que hoy gobierna España con Mariano Rajoy. Fue un pilar de la derecha española y, sobre todo, de la llamada “transición” que le permitió al país pasar de la dictadura franquista a una monarquía parlamentaria sin que pudiera desarrollarse la crisis revolucionaria que se avizoraba, la cual, desde un año antes (Franco murió en noviembre de 1975), había estallado con enorme fuerza en la vecina Portugal.


¿Cómo lo logró? En principio, a sangre y fuego. En enero de 1976 comenzó en España un reguero de huelgas, en su mayoría victoriosas. A las fábricas paradas se añadían comercios cerrados en solidaridad con los huelguistas y manifestaciones de masas. El 3 de marzo de ese año, en Vitoria luna ciudad del País Vasco), uno manifestación chocó con la policía. Después de horas de lucha callejera y al verse desbordada, la policía disparó ráfagas de munición de plomo y asesinó a cuatro trabajadores. Fraga, ministro de la Gobernación, rubricó aquel crimen con una frase de hierro: “La calle es mía”.


Por cierto, la represión por sí misma no puede ser suficiente para contener una situación de esas características. Fraga tuvo, para ese propósito, un colaborador invalorable: el Partido Comunista español y, particularmente, su jefe, Santiago Carrillo. En 2006, en una entrevista con el diario El País, el jefe fascista le hizo un reconocimiento explícito al líder estalinista: “El ejemplo de Carrillo y el mío fue un modelo de sentido de Estado”. El País reprodujo esa entrevista el último 16 de enero, días después de la muerte de Fraga.


El “talento” de Fraga


Ahora, el anciano Carrillo devolvió el homenaje: “Fraga fue un hombre de talento, con capacidad para adaptarse a los tiempos”, declaró (elPeriodico.com, 16/1). El dirigente, que transformó al PCE en una agencia política de Stalin durante la Guerra Civil, añadió que Fraga era “muy de derechas, muy autoritario y muy empecinado”, pero cumplió “un papel positivo” en el tránsito hacia el parlamentarismo.


Carrillo recuerda en esa entrevista que, en 1978, Fraga lo llevó al Club Siglo XXI, un reducto de la extrema derecha española. “Tuvo el valor de enfrentarse con una serie de personas que, incluso, abandonaron el club en ese momento”. Véase hasta qué punto aquel fascista necesitaba de la asistencia del estalinismo y de qué manera le hizo entender esa necesidad al resto de la derecha.


Fraga Iribarne era impulsor decidido de que se cumpliera el mandato de Franco para que Juan Carlos Borbón ocupara el trono, tal como sucedió. No resultó sencillo, porque en ese punto las aguas estaban divididas: la derecha llamada “carlista” propugnaba la asunción de Carlos Hugo de Borbón Parma. El asunto se resolvió a tiros. El 9 de mayo de 1976, mientras organizaban una ceremonia religiosa en Montejurra, Navarra, los carlistas fueron atacados a balazos por un grupo armado. Uno de ellos resultó muerto y hubo varios heridos.


Luego se sabría que esa operación fue ejecutada por el argentino Rodolfo Almirón ex organizador de la Triple A, junto a los mafiosos italianos Stefano de la Chiaie, Giuseppe Calzona y otros. Pues bien, en esa época, Almirón ya estaba bajo la protección directa de Fraga Iribarne. Trabajaba para él.


Pero volvamos a 1976, acuerdo de Fraga con el PCE.


La bandera, la monarquía


Cuando empezó 1976, el primer ministro era Adolfo Suárez, de la Unión de Centro Democrático (UCD) y, como quedó dicho, Fraga Iribarne era su ministro de la Gobernación. España era un reguero de huelgas, paros y movilizaciones, sobre todo después de la masacre de Vitoria, en la que hubo cuatro obreros asesinados.


En medio de ese caos, en marzo, Suárez y Fraga debieron echar lastre. El 17 de ese mes, el primer ministro promulgó un decreto de amnistía para un grupo de presos políticos y, el 28 de abril, se permitió el funcionamiento de las organizaciones sindicales, prohibidas por el franquismo. El 13 de mayo regresó a España la presidenta del PCE, Dolores Ibarruri, quien hasta entonces había vivido exiliada en Moscú. Desde entonces y durante todo un año, Ibarruri y Carrillo jugaron su autoridad política entre los trabajadores y sobre la burocracia sindical de Comisiones Obreras para desarmar las huelgas, aislarlas y evitar que desembocaran en una posible crisis de características revolucionarias.


Así ganó el PCE su lugar en la “transición”. El 9 de abril de 1977, el gobierno legalizó al partido estalinista. De inmediato, en todos sus actos, el PCE hizo un gran despliegue de banderas españolas, repudiadas por los republicanos, y aceptó la monarquía. Esa línea persiste hasta hoy: hace apenas semanas, Carrillo dijo estar convencido de que “mañana seremos una república, pero ahora hay cosas más urgentes que atender”.


Tenía razón Fraga Iribarne: el estalinismo español, como él mismo, es “un modelo de sentido de Estado”.