Francia: Beneficios históricos para el gran capital

"Internacionalización", parasitismo y estancamiento


Las empresas francesas batieron en 2005 todos los récords de beneficios. Las cuarenta que integran el índice bursátil de París obtuvieron 84.000 millones de euros, un 27% más que en 2004. La petrolera Total y la farmacéutica Sanofi-Aventis encabezan la lista. Las empresas francesas derrotaron ampliamente, por el monto de sus ganancias, a todos sus competidores europeos. No se trata de una bonanza ocasional. Los beneficios de los grandes pulpos vienen creciendo sistemáticamente: los dividendos a los accionistas representan el 11% del ingreso nacional francés, una proporción que duplica la de una década atrás.


 


El 80% de estos beneficios proviene, sin embargo, de sus operaciones en el exterior; el mercado interno representa apenas el 35% de sus operaciones (contra el 75% para las empresas norteamericanas y japonesas). Esto es la consecuencia de la violenta política de “deslocalizaciones”, que alega como causa el alto costo laboral en Francia, pero que tiene mucho que ver con las ventajas impositivas que se ofrecen en el exterior. Las actividades que requieren mano de obra calificada y un cierto desarrollo de infraestructura, se radicaron en España o en los países de Europa Oriental; las que no los requieren, se radicaron en China. El 70% de las exportaciones de las empresas francesas provienen de sus plantas en el extranjero.


 


Así, Francia sufre una aguda “desindustrialización” en el preciso momento en que la industria francesa obtiene beneficios históricos. La participación de la industria en el PBI ha caído del 28 al 23% en los últimos cinco años; la de los servicios creció del 46 al 54%.


 


Mientras tanto, la economía francesa se encuentra estacada. Francia apenas creció, en los últimos años, a un ritmo del 1% anual (por debajo del crecimiento demográfico). Como consecuencia de esta exportación de capitales en las ramas menos sofisticadas se refuerza, en la metrópoli, el peso del capital financiero y de los servicios industriales. La Bolsa de París aumenta su peso como distribuidora de las rentas del capital invertido en el exterior. No solamente refuerza la tendencia de los capitalistas a vivir como meros “cortadores de cupones”, sino que estos cupones son la base de operaciones financieras especulativas que sobrepasan varias veces los valores de los dividendos de la industria.


 


Más del 40% del capital de las empresas cotizantes en la Bolsa de París se encuentra en manos “no continentales”, es decir, de fondos de inversión y de pensión norteamericanos y británicos. Es decir que lo que se presenta como “el capital francés” es una alianza entre el capital financiero francés y el internacional, bajo el arbitraje de la Bolsa de París y, en última instancia, del Estado francés.


 


“¿Esto es sostenible?", se pregunta un editorialista, en referencia a la desigualdad entre los mercados exteriores de los capitales franceses y su mercado interno. Christophe Lambert, presidente del grupo Publicis, no tiene dudas: “en última instancia, no podremos ser fuertes internacionalmente si el mercado interno es débil” (Financial Times, 27/1). Es decir que la burguesía imperialista francesa hace grandes negocios como testaferra del capital internacional que no es francés. Contradictoriamente, es sobre esta base que la burguesía de Francia y de los demás países de Europa pretende desarrollar una Unión Europea ‘autónoma’.


 


Lo más grave es que, precisamente cuando su autonomía se reduce, el estancamiento económico en la metrópoli aviva la lucha de clases del proletariado metropolitano. Simultáneamente, su expansión confiscatoria hacia las naciones atrasadas acelera los procesos revolucionarios en la periferia.