Francia y la pandemia: la crisis la paga el pueblo

Corresponsal en Paris

Los últimos días han sido notables con la aparición permanente de las cabezas del Estado en la televisión para comunicar su improvisación cotidiana. El jueves 12 habló el presidente Macron para anunciar que las elecciones municipales se harían el domingo y que en cambio se cerraba el sistema de enseñanza; el viernes, el primer ministro restringió el derecho de reunión; el sábado dio una nueva vuelta de tuerca y cerró bares, restaurantes y cines; el domingo, el presidente votó normalmente; el lunes, Macron interviene solemnemente para decir que Francia está en guerra, que la población estará confinada, que la segunda vuelta de las elecciones se posterga indefinidamente y que las “reformas” en curso quedan en suspenso, incluida la de las jubilaciones. El martes, el ministro de Economía anuncia miles de millones de euros para salvar a las empresas y medidas propias de una economía capitalista administrada.


Todos estas idas y vueltas ponen de relieve una realidad: el gobierno saca de la galera una medida cada día para tratar de mostrar que controla una situación incontrolable, que no hay alternativas, que está en juego una epidemia pasajera, aunque muy dura, y no un sistema social, que los gobernantes lo hacen bien y que las dificultades se originan en el comportamiento de la población: entonces hay que confinarla.


Macron declara la guerra


La derrota de los candidatos del gobierno en las elecciones municipales del domingo 15 lo empujó un poco más hacia el precipicio. Macron tuvo que jugar una de sus últimas cartas: declarar al país en guerra, reclamar la unión nacional y condenar la población al confinamiento.


Por la tonalidad y las referencias, el presidente quiso rememorar la guerra del 1914-18, el sometimiento de los socialistas de la II° Internacional y los dirigentes del movimiento obrero -salvo los núcleos revolucionarios- a la política burguesa, el nacionalismo, la masacre inevitable. Se permitió identificar a los médicos con los soldados enviados al frente, que merecen por ello el apoyo de la Nación.


Esta retórica guerrera y demagógica quiere esconder que el gobierno no hizo nada para organizar realmente el combate contra la epidemia, que el sistema hospitalario fue destruido, que la investigación básica fue saboteada, que el sistema educativo está deshecho, que las prestaciones sociales son totalmente insuficientes, que la discriminación de clase existe ante la enfermedad y la crisis, que los ricos son y serán más ricos y sanos y que los pobres más pobres y enfermos.


El discurso tuvo un objetivo político muy claro: culpar a la población del agravamiento de la epidemia. El domingo y el lunes se mostraron una y otra vez las imágenes de la gente paseando por los parques y por las orillas del Sena, como si fuera la razón de la decisión del confinamiento para imponer un régimen policial y militar porque la realidad es que la población piensa, con razón, que el gobierno miente, que sus necesidades no son tomadas en cuenta, que las cifras son manipuladas, en una palabra, que el egoísmo de los gobernantes y de los poderosos prima sobre la solidaridad.


Salvar al capitalismo


Luego de Macron, tuvimos el discurso del ministro de Economía, que se encargó de explicar cómo el gobierno tratará de salvar al capitalismo, “cueste lo que cueste”. Los miles de millones que no estaban disponibles para el sistema sanitario, la educación y la vivienda, aparecen ahora para salvar a las empresas. Su síntesis fue “hay una guerra contra el virus y también una guerra económica y financiera”.


En este cuadro de crisis, el gobierno tiene que intervenir directamente, facilitando el dinero que las empresas no reciben como resultado de la producción y realización de la plusvalía, para evitar así una crisis y un derrumbe inmediato de la actividad. El gobierno constituyó un fondo de garantía de 300.000 millones de euros para los préstamos bancarios a las empresas. Hay también un paquete de 45.000 millones de euros para cubrir los impuestos y las cotizaciones sociales de las pequeñas y medianas empresas que no se cobrarán y para alimentar un llamado “fondo de solidaridad” para los negocios cuya actividad disminuya en un 70 %, que recibirán 1.500 euros con una simple declaración. La deuda pública superará el techo del 100 % del PBI y el déficit presupuestario se incrementará por lo menos en 2 puntos; la norma del 3 % pasó a mejor vida.


Finalmente, el Ministro planteó la posibilidad de “nacionalizar” o “renacionalizar” las empresas que deberían quebrar, si fuera el único recurso. Por supuesto, se trataría de volver luego a privatizarlas. La audacia del Ministro mide la profundidad de la crisis.


El gobierno financiará también el paro parcial y las suspensiones de personal, aunque no en su totalidad. Los cambios en la indemnización del paro, que excluían a casi un millón de desocupados, fueron postergados del 1° de abril al 1° de septiembre. La generosidad del Estado hacia los capitalistas no tiene su contrapartida con los obreros y los jóvenes. El trabajo “independiente” y uberizado no tiene prácticamente ninguna indemnización.

Claro está que estos costos serán pagados por la población y la clase obrera (si el régimen social y político no se modifica) con la inflación, las quiebras y los impuestos, que seguirán a estas semanas de esfuerzo de “congelamiento”. Es una crisis que afecta a la raíz misma de la actividad capitalista, porque se desarrolla a través de la imposibilidad física de los actos de producción e intercambio.


La clase obrera actúa


La población resiste a la represión del gobierno y el movimiento obrero resiste a la codicia del capital. Los sindicatos de Peugeot impusieron el cierre de las fábricas porque el trabajo puede alimentar la circulación del virus; los obreros y obreras del comercio exigen condiciones higiénicas mínimas. El tema más urgente y significativo son las condiciones de trabajo del personal hospitalario, que motiva reclamos y exigencias, y no interrumpe la actividad de médicos y enfermeras pero agrava las posibilidades de contagio y agota física y mentalmente.


Es la crisis capitalista que aparece acelerada por la actividad de un virus. El movimiento obrero y la población tratan de reaccionar sin aceptar ciegamente las decisiones, o ausencia de decisiones, del gobierno y los capitalistas. Es un esfuerzo que tiene que reforzarse y ampliarse.