Fue derrotada la huelga general en Bolivia

Hace poco menos de dos meses, la Central Obrera Boliviana declaró una huelga general acompañada de ayunos masivos, para oponerse a la privatización de YPFB y de las jubilaciones y para reclamar un petitorio salarial. La huelga en ningún momento logró paralizar al país, ni tampoco impulsar la ocupación de los campos, refinerías e instalaciones petroleros, gremio que ocupaba un lugar estratégico en la lucha. La burocracia de la Federación de Petroleros logró un entendimiento con el gobierno para no privatizar algunos ductos y refinerías, a lo cual se llegó muy rápidamente dado que el interés principal de la privatización pasaba por el control del negocio gasífero de Bolivia a Brasil. Algunas semanas más tarde, el gobierno logró que levantara la huelga el gremio de la salud, aun sin reconocerle el pago de los días caídos. Al final, la COB no se limitó a levantar la huelga y dejar en pie la perspectiva de reanudar la lucha por las reivindicaciones, sino que firmó un acuerdo con el gobierno, que por supuesto no satisface ninguno de los reclamos e impone la casi totalidad de los planteos oficiales, pero que restablece la colaboración entre la COB y el Estado. Este cierre de la huelga tipifica una clara traición política. Los aumentos salariales que se acordaron fueron los ofrecidos por el gobierno, el cual descontará los días de huelga cuando éstos no sean compensados con trabajo adicional.


La cuestión fundamental es que no hubo una real huelga general y que en ningún momento la lucha escapó a los límites trazados por la política de la burocracia de la Central Obrera, muchos de cuyos dirigentes son también dirigentes de partidos que pertenecen a la coalición de gobierno. Durante la huelga se produjeron manifestaciones masivas e incluso un sector combativo ganó la dirección del importante sindicato de la metalúrgica Vinto, de 3.000 obreros, el cual, sea dicho, no firmó el levantamiento de la huelga. Pero este empuje popular no se materializó en organizaciones de base que escaparan a la dirección de la burocracia, ni en el surgimiento de nuevas direcciones. Parece ser que las consignas referidas a una nueva dirección y a la formación de organismos que respondieran a las masas en lucha, estuvieron ausentes. También se recibe la impresión de que los luchadores bolivianos han mistificado el método de la huelga de hambre masiva, que por norma general refleja la debilidad política de las masas combinada con la desesperación. Dos jubilados murieron como consecuencia de las huelgas de hambre, sin que ello hiciera pestañar al gobierno. En lugar de ver cómo ayudar a las masas a darse una nueva dirección en medio de la lucha, se produjo en la izquierda boliviana un principio de debate sobre la consigna de la COB al poder, sin percibir que la dirección de la COB y de la mayoría de los sindicatos eran el principal obstáculo, no ya para tomar el poder, sino para ganar la huelga reivindicativa. En Bolivia pareciera que “el pasado oprime el cerebro de los vivos”, como si cualquier conflicto importante entre las clases no pudiera ser más que una repetición de la revolución de 1952. La unidad del movimiento sindical en la COB es respetada religiosamente, porque se cree que sus ‘ampliados’ son una especie de soviet nacional; por eso, ni las direcciones más combativas impulsaron la superación de la dirección cobista durante la fase más activa de la huelga.


Durante la huelga se puso en evidencia un fortalecimiento del Condepa, un partido sin programa, tradición o principios, que refleja el largo desmembramiento que ha venido sufriendo el nacionalismo boliviano. El Condepa ha usado en forma demagógica la oposición a la privatización de YPFB, y más especialmente, a la entrega de los ferrocarriles a una empresa chilena. La demagogia anti-chilena también mostró las debilidades de la huelga y sirvió para desviar la atención de la entrega petrolera. El Condepa no es una alternativa de recambio de la burguesía, porque se trata de un conglomerado aventurero, pero su fortalecimiento durante la huelga, o mejor, a medida que la huelga entraba en un callejón sin salida, demuestra  que las masas del altiplano aún deben madurar para poder alcanzar el estadio de una acción revolucionaria.


Un periodista boliviano caracterizó descuidadamente al gobierno de ese país, en un artículo en uno de los principales diarios, como “un gobierno débil con un programa fuerte”. Si el periodista hubiese explicado la fuerza de ese  ‘programa’ por el respaldo que le prestan la casi totalidad de los partidos, no digamos ya del que recibe del imperialismo y la burguesía nativa, habría dado en el clavo de la situación política de Bolivia, la cual demuestra que incluso un gobierno ‘débil’ puedar llevar adelante toda la ofensiva capitalista cuando está ausente una fuerte vanguardia obrera y un claro programa político de los explotados. No siempre la existencia de gobiernos burgueses ‘débiles’ debe ser interpretada como sinónimo de una situación revolucionaria; incluso puede ser interpretada como un ‘lujo’ que se da el imperialismo cuando no existe la perspectiva inmediata de que se creen esas  situaciones revolucionarias.



Lea en En Defensa del Marxismo •Sobre la caracterización de la situación revolucionaria• “Un ‘comité de enlace’ que apoya a los frentes populares y disemina la confusión”, por Jorge Altamira, nº11, abril/96.