Fuera la Otan y Rusia del Cáucaso

La crisis del Cáucaso ha dado una vuelta de tuerca más con la decisión de Bush de enviar fuerzas militares a Georgia, bajo el pretexto de reconstruir la infraestructura dañada por la guerra, y la decisión de Rusia de reconocer la separación de Osetia del Sur de Georgia. Para “los militares rusos, ‘este incremento de la presencia naval de la OTAN en el mar Negro agrava la situación’, y en realidad sospechan que los buques de EEUU estén transportando armas a Georgia” (El País, 25/8). Pero un analista político ruso precisa que Rusia tuvo que proceder al reconocimiento unilateral para legitimar su presencia militar en la zona, pero que ese reconocimiento se cancelaría si esa presencia fuera avalada por el Consejo de Seguridad de la ONU (Corrière della Sera, 26/8).

En el acuerdo de seis puntos que el presidente de Rusia, Medvedev, firmó con el francés Sarkozy para detener las hostilidades, hace diez días, se otorgaba a Rusia el derecho de establecer tropas de protección más allá del territorio osetio. De aquí se desprenden dos conclusiones: una, que los yanquis patearon el acuerdo de los rusos con los europeos, dos, que la ‘independencia’ de Osetia del Sur es una carta de una negociación por el reparto de influencias en la explotación económica de la región.

A tres bandas

Ciertamente, la Unión Europea ha protestado contra el reconocimiento unilateral de Osetia del Sur por parte de Rusia, pero esto no ha cambiado un ápice la divergencia que la separa de Estados Unidos en este conflicto. Un vocero incuestionable de los intereses europeos, el editorialista italiano Sergio Romano, dejó perfectamente clara la posición de la UE (Corrière, 20/8): “Rusia y la UE tienen excelentes razones para ir a un acuerdo. Los rusos tienen petróleo y gas; nosotros tenemos los capitales, la tecnología y la cultura económica que necesita Rusia.

Es necesaria una ‘Comunidad euro-rusa por los hidrocarburos y el desarrollo'”. La consigna resume todo. La misma posición ha repetido el canciller italiano. Se trata entonces de la posición de Berlusconi, que se había alineado en forma incondicional con Bush en ocasión de la invasión de Irak.

Una posición de apaciguamiento también adoptó otro viejo aliado de los yanquis, el canciller inglés, a pesar de que la British Petroleum pilotea los ductos de petróleo y de gas que atraviesan Georgia. A los ingleses, sin embargo, no les queda otra, porque enfrentan una dura pelea para mantener sus intereses en la propia Rusia y en Kazaskan, que depende de Rusia para el transporte de hidrocarburos a Europa.

La alemana Merkel no les va a la zaga: “Berlín no tiene intención de abandonar su política de compromiso con Moscú” – asegura sin pestañear el Financial Times (20/8), que agrega que “los políticos conservadores en Berlín le hacen eco al punto de vista de Merkel”. Esto simplemente significa que Alemania pone su veto al ingreso de Georgia y Ucrania a la OTAN, tal como “lo explica Eckart von Klaeden, un confidente de Merkel y experto democristiano en relaciones exteriores en el Parlamento” (ídem). ¿Por qué sorprenderse si Rusia y Alemania están construyendo un gasoducto por el mar Báltico que sortea a todo los países que se encuentran en el medio? El canciller italiano, Frattini, reveló que Georgia le había pedido armamento y aviones de reconocimiento Awacs, lo que rechazó en forma terminante. Para Frattini, el modelo de “cooperación” con Georgia debe seguir el que rige con Ucrania, o sea sin que implique una incorporación a la OTAN y, por lo tanto, garantías de protección militar (Corrière, 19/8).

La cosa no es tampoco así de simple, porque el capital europeo necesita integrar, al menos a Ucrania a la UE, y no podría hacerlo sin aceptar el ingreso a la OTAN, que es la condición que pone Estados Unidos. Ni siquiera Israel estaría dispuesto a acompañar a Estados Unidos en una aventura caucásica, a pesar de que hasta la crisis estuvo armando y entrenando a militares y paramilitares georgianos.

Israel ha decidido un repliegue a partir de un acuerdo con Moscú para que no venda cohetes tierra-aire sofisticados, los A-330, que había pedido Siria, y con la expectativa de que tampoco los venda a Irán, en definitiva, como lo dijo el canciller ruso, no hay ningún interés en “romper el equilibrio en el Medio Oriente”. No solamente en el Medio Oriente: Putin ha reiterado la colaboración rusa con la OTAN en Afganistán, donde los intereses de unos y otros coinciden, como también ocurre en Chechenia, por razones diferentes e incluso contradictorias.

Para el imperialismo ‘occidental’ se trata de abrir la ruta de la colonización capitalista de toda la ex Asia soviética y para Rusia de mantener el sometimiento de su periferia musulmana. Por último, la crisis afecta fuerte a Turquía, quien últimamente estuvo tratando de hacer las paces con Armenia, apuntando a una federación del Cáucaso que integraría además a Georgia y a Azerbaidjan. En lugar de esto, ahora tiene a varias flotas en sus costas del mar Negro y comprometida la llegada de los combustibles que vienen desde distintos lugares de Rusia y Asia.

Más crisis y guerras

El alineamiento de fuerzas que ha puesto de manifiesto la crisis en el Cáucaso no solamente anticipa una acentuación del conflicto entre Estados Unidos y Rusia por toda la región periférica de Asia, sino también con la Unión Europea. Esta en discusión un nuevo reparto de cartas en la colonización capitalista, no ya del Cáucaso, sino de toda el Asia Central y de Rusia.

En las trastiendas esto viene ocurriendo desde hace bastante tiempo: la ENI de Italia le ganó a Exxon la dirección operativa de yacimientos en Kazaskan; hay en marcha un conflicto entre la rusa Gazprom y, de nuevo, Exxon por el transporte de gas del norte ruso, que la yanqui quiere vender a China y la rusa al mercado interno ruso; también hay otro conflicto de British con los accionistas rusos del emprendimiento BP-TNK. La restauración capitalista es, ante todo, un proceso de colonización a cargo del capital extranjero que choca en forma inevitable y constante con los intereses de la mafia capitalista que crece en Rusia a la sombra del Estado.

El balance de lo ocurrido hasta el momento deja en claro un colosal debilitamiento del imperialismo yanqui, que no refleja sino su fracaso político-militar en Irak y en Afganistán y, por sobre todo, la gigantesca crisis financiera que amenaza llevarlo a una depresión generalizada. El carácter imperialista de las otras fuerzas en pugna no debe desdibujar esta realidad, toda vez que el imperialismo yanqui es el centro organizador (y desorganizador) del imperialismo mundial y de la conquista capitalista de los ex estados ‘socialistas’.

El revés norteamericano en el Cáucaso tendrá como una de sus principales consecuencias una crisis al interior de la burguesía norteamericana y una crisis política en regla. Los que fueron ‘palomas’ en la guerra contra Irak, a la que presentaron como ‘distraccionista’ de los verdaderos intereses norteamericanos, son los ‘halcones’ en el Cáucaso, al cual otorgan un lugar central para lo que denominan el dominio de Eurasia –  o sea de las riquezas de Asia central (materias primas minerales) para someter a sus rivales en Europa.

La restauración capitalista en el ex espacio soviético ya ha dado muestras sobradas de que es un proceso catastrófico; en este plano se inscribe la crisis actual. El imperialismo no puede proceder a la colonización de esas vastas sociedades y geografías sin desatar guerras de opresión y guerras interimperialistas. No se trata de una acción contra Rusia como Estado porque este Estado y las fuerzas sociales dominantes en Rusia están asociados a la restauración capitalista, ni tampoco, por esa misma razón, de una operación de cerco geopolítico.

La Bolsa de Moscú está dominada por el capital extranjero; en dos días de crisis sacaron de Rusia más de 20.000 millones de dólares. Rusia es una semicolonia del capital financiero internacional, pero al mismo tiempo el capital que se ha desarrollado sobre la base de la privatización del patrimonio estatal nace con intereses propios, imperialistas, sobre la periferia del Estado ruso.

También bajo el zarismo Rusia era una semicolonia del capital anglo-francés sin por eso dejar de destacarse como un estado imperialista –  primero al servicio de sus intereses comerciales, luego de los industriales y financieros. Una victoria de Rusia en el conflicto actual sería un golpe para el imperialismo yanqui, aunque al nivel de sus intereses o planes inmediatos (no estratégicos), pero al mismo tiempo reforzaría la capacidad de opresión del Estado ruso sobre sus obreros y campesinos y sobre las nacionalidades que somete.

De cualquier modo, semejante ‘victoria’ está excluida a mediano plazo; la Rusia semicolonial no tiene capacidad de derrotar al imperialismo, sea yanqui o mundial – la crisis actual solamente anticipa crisis futuras más graves, y toda clase de compromisos y entregadas. Bastaría una caída significativa de los precios de los hidrocarburos, que Rusia exporta, para que en un abrir y cerrar de ojos los sueños de ‘grandeur’ de los chovinistas rusos se vayan por el aire.

El enemigo principal

En este cuadro, las masas rusas se encuentran en un impasse, pues para ellas el Estado actual, representado por Putin y los funcionarios de los servicios de seguridad, representa un freno a la desorganización económica y a la miseria de los primeros años de la restauración capitalista.

Pueden ver en la victoria del ejército ruso contra la provocación montada por el imperialismo yanqui a través de Georgia, un desagravio de su pasado reciente y la posibilidad de un nuevo desarrollo nacional. El pacifismo lo defienden los sectores capitalistas con más ligazón al capital financiero internacional.

Pero el avance del chovinismo ruso y el progreso del militarismo son una fuente segura de nuevas guerras y miserias. Por eso no deberían solidarizarse de ningún modo con su Estado en la guerra actual y, por el contrario, plantear que el principal enemigo está en su propio país. No hace falta decir que esta consigna es cien veces más valida para Estados Unidos y Europa.

Fuera la OTAN y Rusia del Cáucaso. Por un desarrollo libre de los pueblos del Cáucaso, incluida Chechenia, mediante una federación autónoma y socialista.