Fukushima y la tragedia que no cesa

Es prácticamente un hecho. Naoto Kan, el primer ministro japonés, renunciará en las próximas semanas. Acaba de sufrir un golpe decisivo, con la renuncia del ministro designado en una cartera especial creada para encarar las tareas de reconstrucción derivadas del tsunami. El funcionario duró apenas 8 días en su cargo. Tuvo que irse luego del escándalo provocado en su visita a la región próxima a Fukushima, cuando reveló el propósito de retacear ayuda a los afectados por la catástrofe. “La política japonesa está en plena descomposición, el gobierno en fase terminal”, señalan los corresponsales de las agencias informativas en Japón (Infobae, 4/7).

La situación en la zona es calamitosa: ciudades destruidas como si hubieran sido bombardeadas, edificios reducidos a cimientos, barcos en los tejados, coches desplazados, pueblos costeros arrasados. 30.000 es la suma de muertos y desaparecidos; 90.000 personas fueron evacuadas por tiempo indeterminado. A principios de julio, asociaciones de residentes del área adyacente pidieron evacuar a todos los niños de la zona, tras denunciar la existencia de niveles de radioactividad hasta cuatro veces sobre el límite permitido. Según el grupo, esos niveles superan a los que indujeron a las autoridades rusas a evacuar a la población tras el desastre de Chernobyl en 1986.

Según Wolfang Weiss, jefe del comité científico de Naciones Unidas que dirige el estudio sobre el impacto del estallido de la central nuclear, “la liberación de radioactividad en Chernobyl se había acabado prácticamente a los diez días; en Fukushima llevamos cuatro meses y estaremos felices si se acaba al final del año, porque puede durar más. Puede ser peor que Chernobyl, todavía no lo sabemos. Chernobyl era un reactor. Aquí tenemos cuatro y un almacén de residuos, el inventario de lo que hay es mucho peor…los reactores son muy inestables; nadie puede saber si habrá otra liberación grave de partículas mañana”.

El propio Kan, abriendo un paraguas que ya está agujereado, acaba de declarar el último fin de semana (8/7) que reparar las consecuencias del estallido de Fukushima puede extenderse por… décadas. El problema es que los efectos de someter a amplios grupos de personas durante mucho tiempo a dosis inclusive bajas de radiación son desconocidos. No hay precedentes para evaluar las consecuencias de una acumulación crónica de yodo radioactivo en las tiroides y de cesio en los huesos. La petición de emergencia para evacuar a los niños de Fukushima incluyó la denuncia de que las autoridades se han centrado en medir la radioactividad en el medio ambiente y no en el interior de las personas, donde ha podido llegar por la inhalación e ingestión de isótopos en polvo, comidas o bebidas.

Al gobierno ya no le cree nadie porque ha mentido sistemáticamente sobre el alcance del desastre. Recién en junio un informe oficial admitió que en las primeras horas se fundieron los núcleos de tres de los cuatro reactores y que posiblemente se rompieron las vasijas en los que el combustible está confinado. Esto implica que el combustible está en forma de magma fundido fuera de la vasija, una situación más grave que la peor prevista por los expertos el día de las explosiones de hidrógeno en la central.

Días atrás el municipio de Genkai, en el suroeste de Japón, rechazó los planteos de la administración central y decidió postergar la reactivación de su propia planta nuclear, la primera en ponerse en marcha luego del parate en masa que siguió al tsunami. Con esto ha quedado en veremos la reactivación de los otros 34 reactores detenidos en Japón (60% del total). El diario Yomiuri, el de mayor tirada en el país, alertó en un editorial: “si no hace nada, los 54 reactores nucleares del país serán cerrados en menos de un año por inspecciones (obligatorias por ley) u otras razones y el 30 por ciento del suministro energético se perderá”. Los apagones pueden transformarse de excepción en regla y el parate económico extenderse por falta de suministro. Las grande compañías japonesas anunciaron que 2011 será un año negro en sus cuentas (El País, 12/6). El “modelo” japonés se ha transformado en el paradigma de la catástrofe capitalista mundial.