Grecia: del plebiscito del No al plebiscito del Sí


La mayor parte de la prensa ha elegido dar una interpretación constitucional a la renuncia del gobierno de Syriza con la finalidad de convocar a elecciones para el mes que viene. De acuerdo a esto, el primer ministro Tsipras se habría visto forzado a esto a partir del momento en que su coalición perdió la mayoría propia, debido a la deserción de una cuarentena de diputados de su bloque, opuestos al memorando de ajuste que Grecia firmó con la Troika -el FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. La realidad es diferente: Tsipras decidió evitar el Congreso de Syriza, que habría debido discutir su giro político de 180 grados e, incluso, el riesgo de no conseguir una mayoría suficiente para respaldar la capitulación política de su gobierno ante los Estados europeos. El llamado a elecciones fuerza una escisión de su frente político y lo habilita a expulsar a los bloques opositores. La Plataforma de Izquierda deberá concurrir a los comicios con lista propia y oficializar, a su pesar, la ruptura de Syriza. Los esfuerzos de esta Plataforma para evitar este desenlace fueron numerosos: muchos de sus diputados se habían abstenido de votar los planes de rescate, con esa declarada finalidad, en lugar de votar No. La innovación ‘pluralista’ con que fue elogiada Syriza, en oposición al viejo método de la construcción de un partido y del centralismo democrático, voló por los aires apenas se enfrentó a problemas reales y culmina ahora con un golpe parlamentario y con la expulsión sumaria de sus disidentes.


 


La experiencia de Syriza, como alternativa política a la ‘casta’ griega se agotó a una velocidad impresionante; apenas un mes después de formar gobierno había abandonado, a finales de febrero pasado, todos los puntos de su programa para pasar a discutir la agenda de la Troika. Cuando, en junio pasado, convocó a un plebiscito para votar el No al paquete que reclamaban los acreedores, pocos percibieron el fraude de la convocatoria: por un lado, no era necesaria porque Syriza había sido mandatada precisamente para eso, para rechazar los memorandos y, por el otro, los términos del plebiscito no definían una política propia. Estuvo ausente la crítica a la maniobra política del gobierno. Por eso éste no tomó al No como un mandato sino como un callejón sin salida, del cual salió con un pacto con los acreedores varias veces peor que cualquier paquete previo. El actual memorando pone a todos los activos públicos de Grecia, e incluso a la banca privada, bajo la tutela completa de las autoridades europeas. Syriza había rebajado las tarifas de luz, e incluso reconectó sin costo a los que habían sido privados de electricidad. Esto se fue al diablo: ahora se privatizará la empresa estatal de electricidad.


 


El nuevo paquete, por 86.000 millones de euros, está destinado al pago de la deuda externa y al rescate de los bancos. El Banco Central Europeo acaba de declarar que espera que el control de los bancos por parte de la Troika produzca ¡un retorno de los depósitos que se fueron del sistema financiero! Grecia ha perdido el control de sus activos y de sus bancos; se ha convertido en una colonia de características completamente inéditas. Como lo han señalado muchos, es una variación apenas de la anexión del este de Alemania, que significó un remate gigantesco de propiedades estatales en beneficio del capital alemán. Antes de que se haya puesto el moño al paquete, Syriza entregó los aeropuertos a un consorcio alemán.


 


El pataleo que ahora emprende la Plataforma de Izquierda no debería engañar a nadie; esta corriente es un producto vencido. En un llamamiento a formar un Frente del No, previo al anuncio de la convocatoria electoral, no se plantea siquiera la expropiación de los bancos o el no pago de la deuda, mucho menos la formación de un gobierno de trabajadores -está repleto, por el contrario, de invocaciones contra la austeridad y por la justicia social. No llega a la altura del programa de Syriza de 2012. La Plataforma de Izquierda fue la principal cómplice de la línea capituladora de Syriza, y su posición actual es una adaptación a su propio fracaso.


 


Las encuestas acreditan a Tsipras un 40% de la intención de votos, lo cual permitiría la formación de gobierno. Este registro refleja, por un lado, la bancarrota completa de la izquierda de Syriza en todo el proceso de capitulación ante el imperialismo, que comenzó enseguida de entrar en funciones el nuevo gobierno y, por el otro lado, la desintegración de la derecha producida por el masivo voto por el No en el referendo del 5 de julio pasado. Al mismo tiempo, este oficialismo renovador ha armado una red importante de asistencia humanitaria, que oficiará como soporte electoral.


 


El derrumbe político y moral de Syriza no ha hecho avanzar a la izquierda revolucionaria de Grecia. Esto debería ser la parte fundamental de cualquier balance. En este fracaso intervienen varios elementos. Uno, es que parte de esa izquierda sustentó su oposición a Syriza en el planteo del retorno a la dracma, la vieja moneda griega, lo cual prometía una salida hiperinflacionaria, peor de lo que fue la ‘salida’ a la convertibilidad en Argentina. La crítica debió haberse sustentado en un planteo socialista transicional: no pago de la deuda, confiscación de los bancos, apertura de los libros de las grandes compañías, control obrero y un plan monetario propio.


 


De conjunto, sin embargo, el problema se encuentra en otro lado: en el momento más importante de la movilización popular, en mayo-junio de 2012, cuando se produjo un brusco giro de las masas contra los partidos tradicionales y hacia Syriza, la izquierda revolucionaria abordó ese momento prerrevolucionario de un modo propagandístico, que se confinaba al señalamiento de las limitaciones del europeísmo proimperialista de Syriza. No hubo un planteo de transición a favor de la consigna de Syriza, por un gobierno de izquierda, que impulsara comités de base y organizaciones extraparlamentarias al calor del ascenso que irrumpía (tres años más tarde, en las elecciones recientes, esa misma izquierda apoyaba correctamente a Hadep, la Syriza turca). Luego de esa irrupción, el segundo momento prerrevolucionario fue la movilización por el No, de breve duración, que demolió políticamente a la derecha (renunció la dirección de Nueva Democracia y se hundió aún más el Pasok). La capitulación de Syriza ante el paquete todavía más brutal de la Troika tuvo lugar, precisamente, cuando la presión contrarrevolucionaria interna había llegado a cero.


 


Habrá con seguridad nuevos giros de alcances todavía más profundos en el futuro, pero esto no exime a la izquierda revolucionaria de presentar un balance exhaustivo de su propia política. El propagandismo y el ultimatismo, los cuales tienen en común la renuncia a intervenir con consignas de transición en los procesos de masas que conducen direcciones democratizantes, han mostrado su completa esterilidad.


 


No hace falta decir que el golpe de Tsipras tiene patas cortas en función de que ahonda todas las penurias y cierra todas las salidas, ahora que la crisis mundial se profundiza con los acontecimientos de China. El agravamiento de la crisis no es, sin embargo, sustituto para un balance a fondo de la estrategia del factor subjetivo en el marco de esos agravamientos. Así lo demuestra el mayor revés de masas de los últimos años: el gigantesco retroceso de la llamada primavera árabe.