Grecia, frente a un nuevo giro político


Antes de que se comenzara a implementar el paquete de medidas pactado con la Unión Europea, Grecia enfrenta una nueva crisis política. Tsipras no ha podido evitar la fractura de su propia fuerza, obligándolo a un giro político para estar en condiciones de imponer el ajuste impuesto por la troika. El primer ministro acaba de elevar la renuncia y ha propuesto la realización de comicios generales anticipados.


La decisión había sido adelantada por distintos medios informativos que ponían de relieve la inviabilidad de la coalición de gobierno, en sus términos políticos actuales. La rebelión interna dentro de Syriza, cuestionando los acuerdos con la Unión Europea, se venía reflejando en el parlamento, donde Tsipras había perdido la mayoría propia y dependía de los partidos opositores para hacer pasar las leyes sometidas a consideración. El 14 de agosto, 43 de los 149 diputados de Syriza, votaron en contra o se abstuvieron de votar leyes que habían solicitado los acreedores de Grecia para liberar los fondos del nuevo rescate.


Según las reglas políticas que rigen en Grecia, un gobierno minoritario debe asegurarse siempre por lo menos 120 votos en el seno de su propia coalición pero las últimas votaciones estaban por debajo de ese piso.


El primer ministro podría haber pedido un voto de confianza a los partidos de oposición que votaron a favor de ese tercer plan: la derecha de Nueva Democracia, los social-demócratas del Pasok y los social-liberales de To Potami. Pero eso hubiera convertido a Tsipras definitivamente en un rehén de la oposición, licuado su autoridad y pavimentando el camino para su desplazamiento del poder


Tentativa plebiscitaria


La jugada de Tsipras es una nueva tentativa de poner en pie un régimen de poder personal, procurando, a trarvés de las elecciones, arrancar un apoyo plebiscitario. Confía, para ello, en el descrédito que persiste en la población respecto a los partidos opositores. 


Los sondeos varían en sus mediciones pero, de un modo general, pronostican una victoria de Tsipras y, algunos de ellos, hablan de que podría cosechar una mayoría. Pero este nuevo capítulo no deja de ser un campo minado. Hay que recordar que, con motivo del referéndum, Tsipras intentó una movida similar. La tentativa -plebiscitaria y, en ultimo término, bonapartista- ensayada en ese momento, terminó en un fiasco y de una manera veloz.


La mayoría de los analistas no se privan, ahora, de encender alertas frente a este nuevo intento: “para los observadores, si Alexis Tsipras tomó la decisión de convocar a elecciones en forma inmediata, es porque sabe que dentro de seis meses, con la aplicación estricta de las medidas exigidas por el plan de ayuda, habrá perdido gran parte de su popularidad” (El País, 20/8).


Esa aceleración del calendario “permitirá que los electores voten antes de comenzar a sentir los efectos de las nuevas medidas de austeridad” (ídem). Es decir, estamos frente a un escenario convulsivo. El paquete deberá pasar por la prueba de su implementación. No hay que olvidar que las tendencias a la rebelión popular que anidan en la población se han reproducido durante estos años y, en particular, en la última crisis, y que la evolución política de las grandes masas griegas ha tenido un desarrollo aceleradísimo en cuatro años; solamente en cuatro meses pasó de un 38% de votos a Syriza a un 62% por el No, y al repudio al gobierno que había acabado de votar.


Por otro lado, existe el temor fundado de que el plan de rescate se derrumbe en sus tramos iniciales, lo cual no debería sorprender porque la deuda es impagable, por más ajuste y sacrificios a los que se pretenda someter al pueblo griego. La ingeniería que se ha armado con el nuevo compromiso es inviable, y esto amenaza reflotar los brutales desequilibrios y contradicciones sin resolver que se heredan del período anterior. Uno de los eslabones más sensibles es el sistema financiero griego. Casi la mitad del tramo inicial del rescate va dirigido al rescate de los bancos, pero es altamente improbable que esto consiga revertir la virtual cesación de pagos en que se encuentran. Por otro lado, siguen a flor de piel los choques entre Estados Unidos y la Unión Europea y al interior de ella. La crisis política ha alcanzado alturas elevadísimas. El FMI ha vuelto a la carga sobre la necesidad de establecer una quita. La campaña de Tsipras se refugia en ello, planteando que el compromiso asumido con la troika irá acompañado de algún tipo de alivio de la deuda y presentando su continuidad en el poder como una garantía para atenuar los efectos del ajuste. Los analistas, con justa razón, advierten sobre la posibilidad de nuevos incumplimientos del acuerdo y sobre el peligro de que eso vuelva a reavivar en poco tiempo el fantasma del defol y por extensión del Grexit (la salida de Grecia del euro). No hay que olvidar que esa salida fue fogoneada hasta último momento por el ministro de finanzas alemán, quien debió someterse a la postura mayoritaria de llegar a un arreglo, que tenía el apoyo estratégico de la Casa Blanca.


Alternativa


La dimisión del premier griego es una apuesta por partida doble. Tsipras aspira, por un lado, a revalidar y fortalecer su poder en el escenario nacional y, al mismo tiempo, proceder a una depuración de Syriza y dejar afuera al sector díscolo.


Apenas horas después del anuncio de la convocatoria electoral, 25 diputados de Syriza anunciaron la formación de una nueva formación política, bautizada como “Unidad Popular”, que concurrirá a los comicios adelantados con la bandera de acabar con el ajuste y romper el acuerdo que Grecia firmó con sus acreedores internacionales. “Unidad Popular” está liderada por el ex ministro de Energía Panayotis Lafazanis. En el nuevo partido en principio no estarán ni el ex ministro de Finanzas Varoufakis, ni la presidenta del Parlamento Zoe Constantopoulou, quienes votaron contra ese acuerdo y los ajustes que conlleva.


El nuevo escenario plantea realineamientos de importancia y abre las puertas a un gran campo de intervención para la izquierda revolucionaria. Está a la orden del día la estructuración de un polo alternativo de la izquierda y los trabajadores que oponga, ante el sometimiento del gobierno a la troika, el desconocimiento de la deuda, la ruptura con la UE, la nacionalización de los bancos y el comercio exterior y un plan económico que privilegie el interés popular, lo que sólo puede ser acometido por un gobierno de los trabajadores.