Guerra en el Cáucaso: Los estertores del ‘nuevo orden’ mundial

El conflicto en el Cáucaso ha cobrado una dimensión que puede empequeñecer las guerras en Irak y Afganistán. Luego de expulsar a las tropas de Georgia de Osetia del Sur, Rusia invadió el territorio georgiano desde este enclave y desde Abjazia, y procedió a ocupar la ciudad georgiana de Gori y el paso o garganta de Kodori (ocupada por Georgia desde 2006), y a destruir en forma sistemática los depósitos de armas y las bases militares de Georgia.

La acción fue interpretada como una tentativa para derrocar al gobierno de Georgia y poner a este país bajo la órbita de Rusia, o en todo caso para neutralizar política e internacionalmente al gobierno georgiano. Que esto ocurriera al mismo tiempo que el presidente de Francia, Sarkozy, decía haber logrado un cese provisional del fuego entre las partes y arbitrado una reunión internacional para resolver el conflicto y enviar una fuerza humanitaria por parte de Europa, estaba demostrando que Rusia no podía admitir un retorno al estatus preexistente y que la Unión Europea parecía encubrir en los hechos los propósitos de crear una nueva realidad política.

En este contexto, Bush desplegó el miércoles -bajo el pretexto de una misión humanitaria- , un avión carguero norteamericano en la capital de Georgia y anunció el envío de nuevas fuerzas aéreas y navales para los próximos días (aunque todo el mundo coincide en que la decisión le fue impuesta por el vicepresidente Cheney). El gobierno de Georgia declaró que las fuerzas norteamericanas tomarán el control de los puertos y aeropuertos del país. Aunque Estados Unidos desmiente estos propósitos, la prensa internacional califica a la intervención norteamericana como una “agudización de la respuesta de Washington a la crisis” – lo cual es obvio teniendo en cuenta que Georgia bordea con Rusia y que sus tropas se encuentran sobre el terreno.

Bush declaró, asimismo, que “esperaba” que Rusia no interfiriera con las líneas de comunicación y transporte de la misión norteamericana. Una semana antes, el Pentágono había organizado el retorno de las tropas georgianas que se encontraban en Irak para que reforzaran la lucha contra los rusos, y un mes atrás habían tenido lugar ejercicios militares con la participación de mil militares norteamericanos.

El desembarco militar norteamericano que acaba de ordenar Bush soslaya la mediación de la Unión Europea y los acuerdos políticos y humanitarios firmados con su concurso. En este punto, la crisis deja al descubierto tres protagonistas con intereses propios: Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea. Según algunos medios europeos, el ataque de los georgianos a Osetia del Sur, que provocó la respuesta rusa, tuvo características atroces, que hubieran podido acabar en una limpieza étnica, en especial si se tiene en cuenta que la población osetiana no supera las 70.000 personas.

Un columnista del insospechable Financial Times admite que la masacre fue impedida por la solidez material de los refugios que acogieron a los habitantes de la capital durante un bombardeo que duró 14 horas. 40.000 osetianos del sur tuvieron que huir hacia Rusia.

El reparto del ex espacio soviético

Sin desmerecer en absoluto la importancia de los problemas nacionales que enfrentan a Osetia del Sur, Abjazia y Adjaria con Georgia, ni los derechos nacionales históricos de Georgia frente a Rusia, el conflicto en el Cáucaso (Georgia, Azerbaidjan, Chechenia) responde a la tentativa del imperialismo mundial (no solamente el norteamericano) de apoderarse de su riquezas energéticas y, a partir (o más allá) de esto, poner bajo su tutela al conjunto del ex espacio soviético, en especial a la propia Rusia. La disolución de la URSS ha abierto un proceso histórico de largo alcance, que apunta a un nuevo reparto del mundo entre los Estados imperialistas. Por otro lado, no existen condiciones para que emerja de los despojos de la Unión Soviética una nueva burguesía o un espacio capitalista independiente que permita diseñar una nueva potencia capitalista con alcance mundial.

Desde la disolución de la URSS, el capital financiero internacional ha puesto prácticamente bajo su férula a buena parte de la ex Asia soviética, donde ha invertido cuantiosos capitales. Georgia es la vía de paso para el petróleo del Caspio (Azerbaidjan, Kazajstán) -que conservan riquezas que rivalizan con las del golfo Pérsico. Estados Unidos ha construido un oleoducto que parte del Azerbaidjan y concluye en el Mediterráneo, en Turquía (el BTC), esquivando el territorio de Rusia (e Irán), precisamente con el propósito de monopolizar la explotación y transporte del petróleo y gas asiáticos. En el proyecto figura la extensión del oleoducto hacia el puerto de Ashkelon, en Israel, que le permitiría resolver sus necesidades energéticas a partir de Azerbaidjan.

Esta es una de las razones de la presencia militar sionista en Georgia, tanto en términos de entrenamiento como de venta de material bélico; la ‘democrática’ Georgia gasta el 70% de su presupuesto en la compra de armamento. Sin embargo, el petróleo asiático sigue transitando, en lo fundamental, por los oleoductos que atraviesan a Rusia, lo cual es una amenaza para la supervivencia del BTC, cuyos costos se encarecen porque no utiliza la mayor parte de la capacidad instalada. Estados Unidos, sin embargo, prevé construir otro a partir de Kazaskan.

Simultáneamente, existe una enorme disputa por los derechos de explotación petrolera del mar Caspio, que limita con Rusia, Irán y Azerbaidjan. Más allá de esto, se han conocido los planes del estado mayor sionista para utilizar a Azerbaidjan en un eventual ataque a Irán, con el propósito de distraer las defensas iraníes.

Lucha interimperialista

Cuando los servicios de seguridad de Moscú (‘silovikis’) llegaron al poder en Moscú, por medio de Putin, Rusia se encontraba al borde de la disolución nacional. Exxon, por ejemplo, había penetrado profundamente en la energía rusa a través de un pulpo, Yukos, del magnate Khodorovsky, con el cual, conjuntamente, habían proyectado abastecer con gas licuado a Estados Unidos por mar. Putin comenzó un proceso de expropiaciones de ‘oligarcas’ y de reestatización de empresas, precisamente para detener la desintegración del país. La estatización de la energía en Rusia ha sido un factor fundamental en el desarrollo de las tendencias estatizantes que han tenido lugar en el resto del mundo para la explotación de hidrocarburos.

Por la vía de grandes grupos estatales o semi-estatales, Rusia ha entrado en negociaciones con la Unión Europea, con la vista puesta en un ‘acuerdo energético’ que deberá abrir la energía rusa al capital europeo y los mercados europeos a Rusia. Putin ha avanzado considerablemente por esta vía con Alemania, Austria, Italia y Francia. La ENI, italiana, ha ganado importantes contratos en Rusia, y la rusa Gazprom distribuye el gas en Italia; con Alemania ha firmado un acuerdo de provisión de gas por el Báltico, que soslaya el territorio europeo; y le ha otorgado concesiones en Rusia a la Total francesa.

Inversamente, Rusia se encuentra en un conflicto de fondo con la British Petroleum, un pulpo que gira en torno a una alianza con los yanquis. No es difícil entender, entonces, la posición diferente de la UE y EEUU en este conflicto, y especialmente la acción unilateral de Bush, que solamente es acompañada por los gobiernos títere de Europa oriental.

Esta nueva guerra en el Cáucaso parece arrancada del almanaque, por su similitud aparente con las expediciones militares de los zares contra la penetración británica. Pero las viejas guerras coloniales eran protagonizadas por un imperialismo ascendente, mientras que las actuales son las de un imperialismo en descomposición, que empuja a la sociedad a la barbarie.

Rusia ingresa en este conflicto o guerra como un Estado burgués en transición o intermediario, con su tradición (zarista y staliniana) y relaciones sociales y económicas (capitalistas) de o-presión con su periferia cercana, y que reingresa al mercado mundial de la mano de los mayores monopolios capitalistas internacionales. Un revés o retroceso del imperialismo yanqui en Georgia será seguramente saludado con satisfacción por los nacionalismos de numerosos países y representará un golpe parcial para la guerra de Bush en Irak; abre una fase nueva y más aguda de la crisis mundial capitalista.

También es de almanaque que las naciones oprimidas tengan simpatías por los imperialismos más débiles, en los cuales buscan un contrapeso al que los explota directamente. Sin embargo, la rápida liquidación del aparato político y militar de Georgia, sostenido por Estados Unidos, no representaría la apertura de una vía antiimperialista sino un episodio en una lucha interimperialista en la que compite fuertemente la Unión Europea y, desde una cierta distancia, Japón, con sus ambiciones sobre Siberia, y China. Representaría, no un debilitamiento, sino un reforzamiento de la restauración capitalista, o sea de la proletarización y empobrecimiento de las masas del ex espacio soviético bajo una acción estatal unificada.

No estamos ante una tentativa de quiebra de la dominación del imperialismo sino ante una reconfiguración de fuerzas, o sea ante una descomposición internacional y una nueva fase de guerras y agresiones a lo ancho del planeta. Si la burguesía europea se pone del lado de Rusia, en función de sus alianzas económicas y estratégicas con ella, la Unión Europea se convertirá en el blanco de tendencias centrífugas por los choques que suscitará con el imperialismo yanqui, y Estados Unidos en escenario de tendencias fascistas.

Por la revolución socialista

Así como esta crisis parece reencarnar las guerras imperialistas del siglo XIX, cuando se trata en realidad de los estertores de un capitalismo en descomposición, lo mismo ocurre con las consignas nacionales cuando son aplicadas al ex espacio soviético que ha atravesado una larga experiencia de expropiación del capital. Las autonomías otorgadas a las ex repúblicas soviéticas han dado paso a Estados mafiosos, que son instrumentales para el imperialismo.

La misma Georgia entró en esta guerra en el marco de una crisis interna que enfrentó al Presidente con su ministro de Defensa, dos cabezas de grupos mafiosos. A pesar de una manifestación de rechazo a la acción rusa, que congregó a 100.000 personas en Tbilisi, toda la prensa internacional coincide en que la población georgiana hace responsable a su Presidente por la tragedia de esta guerra.

La única perspectiva realista para los pueblos de la ex URSS es la lucha por el derrocamiento de sus burocracias o clanes mafiosos instrumentados por el imperialismo, para reconstruir sobre nuevas bases, revolucionarias y libertarias, la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas.