¿Guerra fría?

Como consecuencia de la expulsión recíproca de personal diplomático entre Gran Bretaña y Rusia, los medios de comunicación han comenzado a hablar de un retorno a la ‘guerra fría’ —como algunos denominan al período de confrontaciones entre Estados Unidos y la URSS, que se desarrolló a partir de 1947/48 hasta los acuerdos que firmaron Gorbachov y Reagan en 1987/88. El gobierno ruso había rechazado un pedido de extradición, por parte de Gran Bretaña, contra un agente ruso acusado de asesinar a un rival político de Putin con material radioactivo. Los ingleses presentaron evidencias, además, de que los rusos preparaban el asesinato de un oligarca, Berezovsky, exiliado en Londres. Para abonar la tesis de la ‘guerra fría’ se señala también el enfrentamiento acerca de una base de misiles que Bush prevé instalar en Europa del Este y la oposición rusa al intento de Estados Unidos y la Unión Europea de declarar la independencia de Kosovo, en la ex Yugoslavia. 


La tesis del retorno de la ‘guerra fría’ está, sin embargo, fuera de lugar. Rusia no tiene mejores condiciones para sostenerla de las que tenía la burocracia soviética. Por eso, ya ha renunciado hace mucho a ella; cuando se produjo la ocupación yanqui a Afganistán, Putin ofreció bases militares a los Estados Unidos. Lo fundamental es que hay una diferencia de naturaleza social entre la URSS y la Rusia restauracionista actual. La primera defendía los intereses de la burocracia vinculados a un sistema planificado de propiedad estatal; Putin y compañía defienden a una burocracia compuesta por el mismo personal, pero vinculada a la restauración de la dominación capitalista. Rusia no tiene los recursos económicos, pero por sobre todo carece de los recursos sociales, para un enfrentamiento con el imperialismo. Por ejemplo, no puede apelar a la solidaridad de los aparatos de la clase obrera del resto del mundo, que en el pasado actuaba como correa de transmisión de la burocracia soviética y buscaba el apoyo de ésta para proteger sus propios intereses.


Como dice, con cinismo inglés, un editorial del Financial Times (19/7), la expulsión recíproca de diplomáticos “parece un intento de trazar una línea en una disputa diplomática desagradable”; punto y aparte. No podía ser de otra manera cuando se considera que British Petroleum, la nave insignia del imperialismo inglés, “está buscando más asociaciones de capital con Rusia y otras naciones ricas en recursos” (Financial Times, 23/7). Aunque hace un mes, British Petroleum fue obligada por el gobierno ruso a vender a la rusa Gazprom su participación en una asociación con la gasífera rusa TNK en un gigantesco campo de gas, el acuerdo estableció una asociación aún más amplia, esta vez con la participación de Gazprom, tanto dentro de Rusia como fuera de ella. Ocurre que el gobierno ruso pretende que se le permita asociarse con capitales occidentales en el exterior a cambio de la inversión extranjera en Rusia. Este entrelazamiento es lo más alejado que se conoce de una ‘guerra fría’. Gazprom ya ha establecido acuerdos con la petrolera estatal italiana Enel, y con la gasífera alemana, Rhur-gas. Con Alemania está construyendo un gasoducto que atraviesa el mar del Norte y desemboca, sin estaciones intermedias, en territorio germano.


El Financial Times señala que “Los acuerdos con Rusia podrían incluir la compra de participación en British Petroleum, por parte de Gazprom, incluidos los proyectos de gas natural líquido, lo que constituye una de las ambiciones de la compañía rusa para expandirse” (23/9).


Resulta claro que no existe ninguna ‘guerra fría’ en ciernes, salvo la que pueda oponer, progresivamente, a la Unión Europa contra Estados Unidos, precisamente en la pugna por controlar los negocios con Rusia y la penetración capitalista en la industria y la energía rusas.