Italia: “Il morto que parla”

La moción de desconfianza contra Silvio Berlusconi tuvo a Europa en suspenso durante un par de días, por el temor de que pudiera incorporar a Italia al pelotón de países que han pedido socorro para evitar una cesación de pagos o ‘default’. La ratificación del ‘cavalieri’ por el parlamento tuvo la marca de su estilo: una masiva compra de votos, incluido el traslado de una embarazada que debía parir unas horas más tarde. Como lo señaló un comentarista: “decidió el mercado”. Hace tiempo que los italianos se tienen que conformar con las operetas. Berlusconi zafó, sin embargo, sin obtener la mayoría absoluta de los votos, de manera tal que la victoria lo ha convertido en un gobierno de minoría. Lo más curioso es que la ‘desconfianza’ tampoco ponía en juego su posición, pues sus desafiantes pretendían que siguiera en el gobierno, aunque con otro programa y otro gabinete. Como ‘plan B’ sugerían que el ministro de Economía, Giulio Tremonti, lo sustituyera como primer ministro. Apenas horas antes de la votación, un emisario de Gianfranco Fini, su nuevo adversario, había hecho un intento desesperado para llegar a un acuerdo. Los opositores estaban empeñados en repudiar a un personaje que no querían reemplazar, en desplazar a un gobierno sin ofrecer alternativa. Berlusconi, no la oposición, desafiaba con disolver el parlamento y convocar a elecciones. Cuando las encuestas mostraban al gobierno en el punto más bajo de popularidad, la oposición logró inflingirse una derrota. Los opositores no han buscado, con su moción de desconfianza, provocar la caída del gobierno sino lo contrario: abortar una crisis política en desarrollo. Ahora, Italia tiene un gobierno de minoría y una oposición sin perspectivas. El bonapartismo de Berlusconi ha subido un nuevo escalón, o sea que se ha puesto más cerca del precipicio. Posdata: el hombre que ha exhibido la prostitución como una hazaña contó con el apoyo monolítico del Vaticano, resentido con la reconversión del ex fascista Fini en favor de los ‘nuevos derechos’ -el matrimonio homosexual.

La crisis política italiana está vinculada, en lo esencial, con la crisis mundial, la cual amenaza con extinguir a la industria italiana. La deuda pública, aunque generosamente financiada por el capital de la península, ha llegado al 115% y en ascenso. Su carga de intereses impide que el Estado se lance a una política de subsidios como la que aplican Estados Unidos, Alemania o China. La industria se encuentra paralizada. La Cofindustria, la Fiat, el presidente del Banco Central no se cansan de reclamar el financiamiento de esos subsidios por medio de un recorte más drástico de los gastos sociales y de la liquidación de los convenios colectivos. Este es, precisamente, el programa de la oposición política. Pero Berlusconi también conoce sus propios límites: el déficit fiscal no incluye el enorme endeudamiento de los llamados entes locales, plagados de deudas en los mercados derivados. Berlusconi tiene que cuidar este frente porque su principal aliado, la Lega Nord, tiene su asiento político en esos entes. Italia no está para ‘estímulos’. Por eso el inmovilismo del régimen no podría ser más completo. Si aún no ha caído, ello se debe a la colaboración enorme que le presta la burocracia de los sindicatos.

La mayoría de los observadores caracteriza que Berlusconi no puede pilotear la crisis con una minoría parlamentaria. Es difícil que pueda incorporar a algún sector de la oposición (por ejemplo, el partido del Vaticano, liderado por Cassini), lo que le quitaría influencia a los ‘nordistas’. Por eso estiman que habrá elecciones anticipadas en abril. La revalidación de Berlusconi es improbable; Italia tampoco goza de las condiciones para una transición ‘natural’ del bonapartismo al parlamentarismo con un sistema de gobiernos de coalición estables. La mesa está servida para que se conjuguen la crisis mundial y la rebelión popular contra sus manifestaciones en la creación de situaciones prerrevolucionarias.