“Irak esta fuera de control”

Un pantano cada vez más profundo

El atentado que destruyó la sede de la ONU en Bagdad terminó de confirmar que Estados Unidos no controla Irak.


El secretario general de la ONU, Kofi Annan, dijo: “Esperábamos que las fuerzas de la coalición nos garantizaran las condiciones para cumplir con nuestro trabajo (y) eso no ha ocurrido” (La Nación, 21/8). Para la prensa norteamericana, “Irak está fuera de control” (ídem). Más lejos, el Financial Times concluye que “el intento de manejar Irak por parte de la Autoridad Provisional de la Coalición, el gobierno manejado por el Pentágono, está más allá de sus capacidades” (19/8).


Sin política


Desde la caída de Bagdad, hace cuatro meses, la resistencia iraquí pasó de los golpes de mano y ataques aislados a acciones múltiples y coordinadas contra las tropas de ocupación; luego tomó como blanco la infraestructura económica: los oleoductos (la voladura del que une Irak con Turquía obligó a suspender las exportaciones de petróleo), los acueductos y las plantas productoras de energía eléctrica. De allí pasó a objetivos “políticos”, como la bomba en la embajada de Jordania (un aliado incondicional de los Estados Unidos) y, ahora, la sede de la Onu.


Los ocupantes responsabilizan por los atentados a los “nostálgicos de Saddam”. Pero, dice el diario londinense (Financial Times, 19/8), “hay mucha más gente con razones para odiar a la ocupación, y su número está creciendo”: los 40.000 hombres licenciados del ejército, con armas pero sin paga; las principales tribus sunitas, que siempre han gobernado Irak; los radicales islámicos wahabitas (asociados con Arabia Saudita); los shiítas, que no aceptan volver a una posición subordinada; los islámicos de otros países que han venido a Irak a luchar contra los ocupantes. Incluso se han dado sorprendentes “acuerdos tácticos” (Corriere della Sera, 19/8) entre facciones sunitas y shiítas para enfrentar a los norteamericanos. La brutalidad de la respuesta de los ocupantes contra la población civil aumenta todavía más el rango de potenciales “miembros de la resistencia”.


El analista estratégico del Pentágono, Edward Luttwark, plantea que EE.UU. se retire de inmediato de la mayor parte de Irak y entregue el gobierno a los iraquíes: “Ya debería resultar evidente – dice – que ningún grupo significativo de la población iraquí quiere la democracia que el gobierno de Bush tanto se esfuerza por establecer” (Clarín, 11/8). El Consejo de Gobierno transitorio digitado por los ocupantes está lejos de resolver el problema: sus miembros, en su inmensa mayoría exiliados, no tienen ningún peso real. “No hay un atisbo de poder político autóctono medianamente eficaz” (El País, 19/8).


Una crisis de conjunto


La incapacidad para reconstruir el Estado iraquí obedece a dos razones. La primera, las agudas divisiones en el seno del imperialismo, donde cada grupo “influyente” respalda a una fracción iraquí distinta. La segunda, tanto o más importante, es que la crisis iraquí está directamente relacionada con dos de las crisis políticas más explosivas de la región: la de Irán y la de Arabia Saudita.


Para asociar a la ocupación a los shiítas, ligados por lazos históricos y religiosos a los shiítas iraníes, Estados Unidos debería llegar a algún acuerdo político con el régimen de los ayatollahs iraníes. Esto no sólo significaría una derrota política para Bush – ya que uno de los objetivos de la invasión era establecer una amenaza directa contra Irán – sino que también desestabilizaría inmediatamente a la monarquía saudita. Arabia Saudita – advierte el Financial Times (21/8) – está “aterrorizada” por la perspectiva del surgimiento de un régimen shiíta en Irak. Al mismo tiempo, podría desatar una rebelión kurda porque el “Estado islámico” que reclaman los shiítas liquidaría sus aspiraciones de autonomía.


Una asociación de los ocupantes con los sunitas desataría, en cambio, una rebelión shiíta y reforzaría a los sectores más “conservadores” y antinorteamericanos en Irán. Estas “demandas contradictorias” (Financial Times, 21/8) paralizan políticamente a los ocupantes.


La “estabilización” de Irak permitiría a los norteamericanos usarla como base para presionar por las “reformas” y hasta el “cambio de régimen” en los países de la región. Por eso, “los árabes – explica el director del Centro de Estudios Políticos y Estratégicos de El Cairo – , querrían ver fracasar el proyecto norteamericano en Irak (…). Esta actitud no cambiará hasta que cambie la política norteamericana hacia el Medio Oriente” (Financial Times, 21/8). La Liga Arabe se ha negado a reconocer al Consejo de Gobierno transitorio digitado por los norteamericanos, y la Opep no permite a los representantes de Irak participar de sus deliberaciones.


La crisis política de la ocupación cuestiona toda la política norteamericana en la región y, en primer lugar, la “hoja de ruta” en Palestina.


¿Más tropas? ¿Qué tropas? ¿A qué precio?


Con el atentado se han hecho públicas las agudas divergencias existentes en el propio imperialismo norteamericano acerca de la ocupación.


The New York Times (20/8) refleja al sector que quiere más tropas: “El gobierno de Bush – dice – debe comprometer más recursos, y si es necesario más soldados…”. Lo mismo opinan “algunos parlamentarios conservadores e influyentes del partido republicano, como el senador John McCain” (Financial Times, 22/8). Un vocero del Ejército de Israel, por su parte, reclama a los norteamericanos “una gran cantidad de fuerzas por un largo plazo” (Página/12, 17/8). Pero, por cierto, los que reclaman con más insistencia el envío de más tropas son los propios comandantes norteamericanos en Irak y los generales del Pentágono (El País, 21/8). El ex enviado especial a Afganistán James Dobin, estima una cifra de al menos medio millón de hombres, es decir más del doble del actual despliegue de la “coalición” (The Economist, 21/8).


Donald Rumsfeld, jefe político del Pentágono, ha salido al choque con sus generales al afirmar que Estados Unidos no enviará un solo hombre más a Irak. Pero ¿de dónde sacar más tropas? De los 155 batallones de combate del ejército estadounidense, 98 se encuentran desplegados en tareas activas fuera de los Estados Unidos; además, ya se ha convocado a 136.000 miembros de la Guardia Nacional y las reservas. Con estos números en la mano, el conocido historiador Paul Kennedy afirma que el actual despliegue militar norteamericano en el mundo es “imposible de sostener en el largo plazo” ( El País, 21/8).


La diplomacia norteamericana está ejerciendo una fuerte presión para que otros países pongan tropas en Irak bajo el comando político y militar de los Estados Unidos. Pero esto es, simplemente, la cuadratura del círculo: en esas condiciones, sólo países sin relevancia militar aceptarían aportar tropas (y en cantidades módicas).


Pakistán y Turquía podrían aportar un número significativo de tropas; pero, en el primer caso, ello provocaría levantamientos internos; en el segundo, una rebelión kurda en el norte de Irak. Italia, por su parte, anunció que, con su actual desplazamiento en los Balcanes, Afganistán e Irak, no puede poner un soldado más.


Los “países que cuentan”, según la expresión de Kennedy, son Francia, Rusia, Alemania y la India, ninguno de los cuales acepta poner sus tropas bajo el comando político y militar norteamericano. Para el canciller alemán, Joschka Fisher, “el problema de seguridad en Irak es de los anglo-norteamericanos, no de Europa” (Corriere della Sera, 21/8). Bush se niega a pagar el “precio” de ceder el control político, militar y económico de la “reconstrucción” de Irak a la Onu.


El centro de la crisis política iraquí está en los propios Estados Unidos.