Irak: Rebelión popular contra la ocupación

A su llegada a Irak, los invasores norteamericanos esperaban que la mayoría shiíta –oprimida y reprimida por Saddam– los recibiera como “libertadores”. A un año de la ocupación, ha estallado una rebelión shiíta –reuniendo elementos de un levantamiento miliciano y de una enorme revuelta popular– que deja al desnudo el completo empantanamiento de la ocupación norteamericana.


Las provocaciones de los ocupantes desataron las movilizaciones: la clausura del diario Hawza y la detención de uno de los colaboradores del ayatollah Al Sadr iniciaron hace una semana la rebelión, que gana en intensidad y extensión geográfica, hasta alcanzar los grandes suburbios empobrecidos de Bagdad. Al Sadr dirige la facción shiíta opuesta a la ocupación, a diferencia de la encabezada por el ayatollah Al Sistani, que participa del Consejo de Gobierno Provisorio. La oposición a la ocupación le permitió a Al Sadr convertirse en el dirigente del mayor movimiento de masas existente hoy en Irak y el único que ha surgido tras la caída de Saddam (El País, 6/4).


La respuesta imperialista es verdaderamente brutal: tanques y helicópteros bombardean barrios shiítas densamente poblados de Bagdad y otras ciudades, al tiempo que cercan y bombardean la ciudad de Falluja, en represalia por el asesinato de cuatro norteamericanos hace unas semanas. La resistencia es encarnizada y el número de bajas norteamericanas es el más alto desde el fin de la guerra.


La represión agudiza el “furor contra los ocupantes” (Clarín, 5/4) de la mayoría de la población, sin distinción de obediencias religiosas, que tiene como telón de fondo la fenomenal miseria que sufren las mayorías iraquíes bajo el ocupante colonial; es en las capas más pobres de la población, y particularmente de su juventud, donde Al Sadr ha creado su movimiento.


A pesar de la rebelión, Bush reafirmó que, de cualquier manera, “traspasará el poder” a un gobierno iraquí el 30 de junio. Según una editorialista de The New York Times, “Bush vive en una burbuja” (reproducido por La Nación, 6/4). El “traspaso” ya estaba en una impasse porque las dos fracciones shiítas habían rechazado la Constitución establecida “democráticamente” por la voluntad del virrey Bremmer. Ahora la rebelión, con un amplio respaldo popular, le asesta un golpe demoledor, y quizá definitivo, a este “traspaso”, que contaba con que un shiíta encabezara el nuevo gobierno. A ochenta días del traspaso, los yanquis carecen de un real apoyo de alguna fracción de la sociedad iraquí (con la excepción de los dirigentes kurdos); no existe un gobierno al cual traspasarle el poder y el Consejo de Gobierno Provisorio es un títere sin ningún poder ni sustento en las masas. “Los nuevos gendarmes que habían acompañado a los soldados estadounidenses, los abandonaron en el primer enfrentamiento con los hombres de Sadr y enarbolando sus armas se unieron a los manifestantes” (La Vanguardia, 7/4).


“El hecho es que no sabemos lo que vamos a hacer”, declaró el senador republicano Richard Lugar, presidente del Comité de Relaciones Exteriores (El País, 6/4). Le Monde (7/4) califica la situación de los ocupantes como “insostenible”. En Irak se está creando un fenomenal vacío de poder.


El empantanamiento se manifiesta en las acusaciones de Richard Clarke, ex “zar de la guerra contra el terrorismo”, contra Bush, que pusieron al descubierto la existencia de una aguda fractura en el propio corazón del Estado norteamericano: el Poder Ejecutivo y los servicios de inteligencia.


Bush pretendía, con el “traspaso”, meter a la Otan para retirar una parte de las tropas norteamericanas; ahora el Pentágono está obligado a considerar el envío de nuevas tropas para enfrentar la rebelión. Al mismo tiempo, la rebelión y la crisis del “traspaso” “hacen imposible una misión de la Otan” (Financial Times, 7/4). Existe un extendido temor en amplios círculos imperialistas, tanto en Estados Unidos como en Europa, de que el “traspaso” termine en una guerra civil que haga aún más insostenible la posición de los ocupantes.


En este cuadro, los planteos del demócrata Kerry, del español Zapatero y de los centroizquierdistas italianos del Olivo, de poner a la ONU al frente de la ocupación, se revelan como un intento de salvar a los Estados Unidos del cada vez más profundo pantano iraquí.