Irak y la “guerra infinita”

En los últimos días, Donald Rumsfeld, el jefe del Pentágono, lanzó una campaña pública por el “cambio de régimen” en Irán. Sus argumentos son conocidos: el “peligro” del programa nuclear iraní y la posibilidad de que el régimen de los ayatollahs transfiera esas armas a Al Qaeda. Los mismos “argumentos” que justificaron la invasión a Irak.


Pocos ponen en duda que las amenazas de Rumsfeld están dictadas por la difícil situación que enfrenta la ocupación norteamericana de Irak. The New York Times la caracteriza como de “vrtual anarquía”; para The Wall Street Journal existe un “vacío político”.


Los shiítas han aparecido como la fuerza política más relevante en Irak. Las enormes manifestaciones del pasado 22 y 23 de abril pusieron de manifiesto el poderío político de su jearaquía eclesiástica. La mayoría shiíta iraquí (el 60% de la población del país, particularmente concentrada en el sur) mantiene estrechos lazos históricos y políticos con los shiítas de Irán, cuyo obierno está dominado, desde la caída de la monarquía, por los clérigos de esa rama del Islam. La posibilidad de un Estado shiíta iraquí, asociado al Estado iraní, es una “pesadilla” para el gobierno norteamericano, dice Le Monde (26/4), al punto que, si se planteara como una alternativa inmediata, Estados Unidos no vacilaría en invadir Irán. El objetivo de las amenazas de Rumsfeld sería, ante todo, prevenir a los gobernantes iraníes de que “no se metan” en Irak.


Algunos observadores, como Zachary Karabell (The Wall Street Journal, 19/5), sostienen, sin embargo, que es un “error” temer la aparición de un “gobierno islámico” porque en Medio Oriente, y en particular en Irak, “el Islam como fuerza en la vida política es un fenómeno reciente y todavía marginal”. “Fuera de Irán ÿdice Karabellÿ el islamismo no juega ningún papel en la vida política de los Estados árabes”.


La “carta shiíta” o la guerra civil en Irán


Otros sostienen, en cambio, que “Estados Unidos puede cambiar sus alianzas y hacer valer la carta shiíta en el juego regional para contrarrestar a los Estados sunnitas (Arabia Saudita) que perdieron su confianza (…) Dos estados shiítas, grandes exportadores de petróleo y pro estadounidenses en Irak e Irán crearían un contrapeso a las petromonarquías sunnitas todavía sospechosas de haber engendrado al monstruo Bin Laden”. Es lo que escribe Giles Keppel, del Instituto de Estudios Políticos de París (Clarín, 6/5).


“Existe ÿcontinúa Keppelÿ una clase media shiíta sólida, educada y abierta al mundo que puede servir de aliada a Estados Unidos (…) Pero eso supone levantar la hipoteca religiosa, emitir la emancipación de esa clase media respecto del clero (…) La llave de este cerrojo se encuentra en Irán, donde las clases medias ya están embarcadas en una evolución ‘posislámica’, pero el poder sigue en manos de la jerarquía religiosa” (ídem).


Para poder jugar la “carta shiíta”, Estados Unidos debería “precipitar la transición pos-islámica” (ídem), es decir, desestabilizar al régimen iraní. Pero esta desestabilización podría llevar a violentos enfrentamientos al interior de Irán. Aunque cuentan con un innegable respaldo popular, en particular entre las clases medias, los “reformistas” carecen de la fuerza necesaria para sacarse de encima a la jerarquía religiosa. El presidente Khatami, reformista, tiene sus poderes limitados, y el principal abogado de las “reformas”, el ayatollah Montezeri, está preso. El régimen de los ayatollahs es incomparablemente más fuerte que el de Saddam; ¿cómo podría caer sin una intervención exterior?


 


El alcance y las limitaciones de la ocupación


El debate en torno a los shiítas iraquíes e Irán muestra el conjunto de las contradicciones que enfrenta la ocupación norteamericana.


Thomas Friedman sostiene en The New York Times, que el punto de partida para la “estabilización de Irak” es establecer un ejécito de ocupación de medio millón de hombres, que permanezca allí “todo el tiempo que sea necesario” hasta reconstruir el aparato del Estado y establecer un “gobierno internacionalmente reconocido”. Es exactamente lo contrario de lo que hace el gobierno norteamericano, que está embarcado en la formación de una “fuerza de estabilización internacional” compuesta por una docena de países para sacar a sus propias tropas del caldero iraquí. Que un puñado de soldados polacos, rumanos o españoles, en ausencia de una fuerte presencia militar norteamericana, pueda “estabilizar” a Irak, suena a broma.


Detrás de las amenazas contra Irán, lo que aparece en discusión son los límites de la ocupación de Irak. La “doctrina” Rumsfeld sostiene que la superioridad tecnológica militar permite actuar con pocos hombres en el terreno. Pero es precisamente la escasa cantidad de hombres sobre el terreno lo que ha convertido a Irak en un “tembladeral” (Keppel). En una nota editorial, The New York Times sostiene que “Irak es un lío porque el gobierno Bush no planeó adecuadamente la posguerra. El Pentágono ha demostrado ser excelente para librar guerras, pero no muy bueno para hacer frente a lo que sucede después de ellas”.


Pero estas guerras, que según las definió el propio Rumsfeld deben ser “rápidas” y, por sobre todo, “baratas”, plantean necesariamente nuevas guerras. Como hace notar Keppel, para estabilizar Irak y “remodelar Oriente Medio (…) la política de intervención norteamericana está obligada a dar un salto hacia adelante”, con crecientes intervenciones y, también “crecientes peligros”.


Las contradicciones que enfrenta la ocupación son manifiestas. Se plantea el “cambio de régimen” en Irán para “estabilizar” a Irak. ¿Pero cómo se podría luego “estabilizara Irán”? ¿Con nuevas “fuerzas de estabilización” polacas y rumanas?


Las limitaciones de la ocupación en Irak comienzan a mostrar que el declarado objetivo de “remodelar el mapa político de Medio Oriente” podría encontrarse fuera del alcance del imperialismo norteamericano.