Irán: los ayatollahs expían sus crímenes con la vida de las mujeres

Después de estar presa casi nueve años y de ser condenada a muerte, absuelta y vuelta a condenar, Shahla Jahed, de 40 años, fue ahorcada por orden del ministro de Justicia de Irán. En 2002, Shahla -quien convivía en “matrimonio temporario” con un as de la selección de fútbol nacional, Naser Mohammad Khani- fue acusada de matar a la ex esposa de éste, Laleh Saharkhizan. En Irán, los “matrimonios temporarios” dan forma legal al adulterio masculino. Los hombres tienen permitidas cuatro esposas “permanentes” e ilimitadas “temporarias”. Las mujeres pueden tener sólo un esposo y el adulterio se castiga con la muerte.

Khani, supuesto cómplice del crimen, fue liberado cuando la chica confesó. Sin embargo, en el juicio oral -tocada con un pañuelo de colores, muy lejos del negro grato a los ayatollahs- Shahla dejó atónito al país. Se declaró inocente, acusó al juez de parcial y dejó en evidencia que el juicio era una farsa. “Si quieres matarme, adelante… si me envías de nuevo allí (a prisión), voy a confesar no sólo este asesinato sino todos los que hayan ocurrido”, lo desafió. Un documental muestra todo: www.youtube.com/watch?v=52Czda3tr4I, en inglés.

Los vicios en la investigación obligaron a la Magistratura a revocar la sentencia: hasta el jefe de policía reconoció que habían destruido pruebas que favorecían a Shahla y que Khani y otros hombres la “visitaron” en la celda para que confesara. En 2006, el entonces ministro de Justicia, el ayatolá Shahroudi, promovió un nuevo juicio. Pero su sucesor, el ayatolá Sadegh Larijani, un ultraconservador amigo de los servicios de inteligencia, ordenó que la ejecutaran sin más. La puja entre los distintas facciones del régimen iraní se tramita sobre la vida de las mujeres.

Larijani pertenece al sector más oscurantista de los ayatollah, el cual a partir de la revuelta “verde” de junio de 2009 (protagonizada principalmente por jóvenes y mujeres) reforzó la represión. El recrudecimiento de las ejecuciones (146 este año) sirve para “intimidar a la oposición política y expandir terror entre la población, para persuadirlos de que el poder está dispuesto a emplear todos los medios necesarios para aplastar a la disidencia”, declaró Hadi Ghaemi, miembro de la Campaña Internacional para los Derechos Humanos en Irán a IPS . El inesperado ahorcamiento de Shahla hace temer por la vida de Shakineh Mohammadi Ashtianí, más aún cuando las fuerzas de seguridad no responden dónde está su hijo y detuvieron a su última abogada.

El régimen también renovó el control sobre la vestimenta femenina, que se había relajado en los últimos años. La Hiyab (el pañuelo) debe cubrir todo el cuerpo, excepto el rostro, y Ahmadinejead reflotó una norma por la cual algunas organizaciones son responsables de vigilar que se cumpla. En las plegarias de los viernes en la Universidad de Teherán, abundan las amenazas contra las chicas (“la fornicación es culpable de los terremotos”), las que incumplen con la Hiyab son expulsadas y se las revisa a la entrada de clases. “En muchos casos, por mantener una simple conversación con un compañero de clase del sexo opuesto, el Comité Disciplinario las acusa de relaciones ilícitas”, informó un activista estudiantil.

No estamos simplemente, sin embargo, ante un régimen feminofóbico: la mujer iraní está pagando con su vida la orientación cada vez más represiva con la que el régimen entiende que debe hacer frente a la tendencia a la rebelión popular en Irán. La feminofobia sirve a una causa política de conjunto, incluso porque la mujer iraní es la fuerza más importante de esa tendencia a la rebelión popular. ¿No lo prueba así, acaso, la actitud desafiante de esas mujeres ante sus esbirros -jueces y jurados, clericales y civiles, incluidos los verdugos? Ninguna amenaza imperialista contra la independencia de Irán puede acallar ni por un instante la protesta y la movilización contra este re-podrido régimen reaccionario para conquistar la libertad civil y política de sus hombres, mujeres y niños y de las organizaciones de los explotados.

Al Este y al Oeste

El odio cerval contra las mujeres por parte de talibanes y ayatollas está siendo utilizado por la derecha imperialista. Intentan conmover a la población occidental y persuadirla de que hay que atacar Irán y permanecer en Afganistán para resguardar a las “pobres mujeres bajo el yugo del Islam”. Un documento difundido por WikiLeaks esboza las estrategias “para apuntalar el apoyo de la opinión pública en Alemania y Francia” y recomienda “apelar a la simpatía del pueblo por las refugiadas afganas… que compartan sus historias con francesas, alemanas y de otros países europeos podría ayudar a vencer el escepticismo dominante hacia la misión de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad de la Otan (Isaf) entre las mujeres en Europa Occidental… Los testimonios de afganas serían más eficaces emitidos en programas con gran audiencia femenina” (LewRockwell.com).

“¿Qué les pasará a las afganas que se quitaron sus burqas a finales del otoño de 2001 o a las niñas que se matricularon en las escuelas del gobierno?”, se pregunta The Wall Street Journal. La cima la logró la revista Time con una portada que dio la vuelta al mundo, en la que aparecía una joven afgana atrozmente desfigurada por su marido. “Lo que ocurrirá si nos vamos de Afganistán”, aseguraba el título. El rostro de Aisha fue restaurado en un hospital norteamericano de excelencia -posibilidad de la que carecen, como es sabido, millones de norteamericanas. En realidad, las que tienen la respuesta exacta para los defensores de “las mujeres que viven bajo el yugo del Islam” son las iraquíes. La ocupación yanqui de su país tuvo como socios privilegiados a los señores de la guerra, terratenientes y jefes tribales ultrarreligiosos, quienes mandaron el Código Civil laico a la basura e impusieron la sharia -legalizando el rapto de mujeres, los crímenes de honor y los juicios religiosos- y con lo que devolvieron a las iraquíes al medioevo. Un medioevo surcado por aviones no tripulados.