Israel puede ser derrotada

La resistencia popular pone en crisis la agresión sionista

Los ataques israelíes contra el Líbano se han reforzado enormemente luego de la derrota sufrida en el poblado de Bint Jbeil, donde murieron en una emboscada nueve soldados invasores. Las fuerzas armadas agresoras sintieron este revés casi como un golpe estratégico. Multiplicaron los bombardeos, provocaron la masacre de Qana, alistaron reservas para iniciar una invasión terrestre, desestimaron una tregua aérea que les fuera impuesta por C. Rice, lanzaron comandos sobre Baalbek, donde se encontraría la jefatura de Hezbollah; por último, no dejaron ni por un instante de bombardear a la población civil de Gaza. Hay indicaciones de que estarían ocupando la zona que va al río Litani y de que enviarían tropas más al norte aún, hacia el río Aquali.


Nada de este refuerzo bélico ha eliminado la impresión de que la guerra se ha transformado en una derrota estratégica para Israel. Luego de la liquidación literal de ciudades enteras y de toda la infraestructura del Líbano, lo que ha provocado la mayor contaminación ambiental de toda la historia en el Mediterráneo oriental, y luego del desplazamiento de un millón de personas y la muerte y desaparición de varios miles, los cohetes portátiles de Hezbollah siguen lloviendo incluso más al sur de las zonas originalmente afectadas de Israel. No hay indicaciones de que el arsenal militar de la organización libanesa haya sido resentido, incluso si se tiene en cuenta que tiene cerradas todas las vías de reaprovisionamiento. Desde el lado popular, se ha apoderado un verdadero delirio de resistencia en Líbano y en otros países árabes.


Dice el diario sionista Haaretz, en un editorial: “Los objetivos de la campaña han sido reducido y demolidos durante estas tres semanas. De la restauración del poder de disuasión de Israel, eliminando a Hezbollah y desarmándola de inmediato, hemos llegado, después de tres semanas al objetivo acutal, que es el de desmantelar algunos puestos adelantados de Hezbollah y el despliegue de una fuerza internacional que defienda el norte de Israel de la posibilidad de nuevos ataques”.


Guerra aérea y guerra terrestre


Antes del inicio de la guerra en Líbano, el estado mayor sionista había declarado que recurría al bombardeo y al ataque aéreo con misiles contra Gaza para difundir el terror a la población civil como medio de presión para conseguir la rendición de la resistencia palestina. A este objetivo se agregó, luego, en Líbano la necesidad de ‘aplanar’ (en un sentido literal) el terreno para permitir un ingreso ulterior de tropas por tierra. El argumento de fondo a favor del uso exclusivo del arma aérea, era que Israel no tenía condiciones para ocupar duraderamente un territorio extranjero. El uso de la guerra aérea debía servir para modificar las relaciones de poder en Líbano y permitir a un eventual gobierno ‘amigo’ asumir el control del país.


La conclusión de que “la guerra aérea ha colapsado” se impone a la vista de cualquiera. No ha logrado un solo avance estratégico, ni en el terreno de la guerra, ni en el plano político internacional. La negativa de Israel a aceptar un cese del fuego inmediato es el testimonio de que no tiene nada para hacer valer en una negociación ulterior. Pide más tiempo para masacrar. Desde hace unos días se han comenzado a alzar las voces que exigen una ocupación territorial de Líbano para hacerla valer en una negociación internacional. El ejército israelí entraría de este modo en la trampa mortal que ha tratado de evitar con la guerra aérea, al único fin de mostrar una carta diplomática. La urgencia de llegar a una mesa de negociación con algo en la mano se ha transformado en la obsesión del establishment sionista y, al mismo tiempo, en su principal punto de discordia, dado que alteraría todos los presupuestos con que fue preparada largamente esta guerra.


Siria e Irán


Como consecuencia del empantamiento de la agresión, en la prensa israelí se elevan con más fuerza las voces que reclaman un acuerdo con Siria “para desarmar a Hezbollah”. Caracterizada como la potencia que movía los hilos de la ‘agresión terrorista’, Siria aparece convertida en el bombero de rescate; un acuerdo con Siria ha sido caracterizado como la mayor victoria estratégica que podría obtener Israel luego del acuerdo de paz firmado con Egipto hace tres décadas.


¿Pero qué podría ofrecer Siria? Luego de obtener para Líbano la recuperación de las Granjas de Chebaa y para sí misma las alturas del Golán (lo cual sería, en las presentes circunstancias, la firma de un testamento político para el establishment sionista y para Bush), Siria no tiene condiciones de imponer un orden político en Líbano que no pase por Hezbollah. Hezbollah puede recurrir a la ayuda de los gobiernos de Siria e Irán (absolutamente ridícula con relación a la ayuda que recibe Israel y a su armamento), pero es una fuerza política independiente en la región, no solamente representando a la masa popular shiíta, e incluso no shiíta, de Líbano, sino además a casi el millón de refugiados palestinos en este país. Para ‘estabilizar’ el Medio Oriente no alcanza un acuerdo de límites con Siria; es necesario resolver la cuestión de Irak y, por sobre todo, la de Palestina. Israel espera de un acuerdo con Siria la posibilidad de aislar al pueblo palestino. ¿Pero sería esto posible luego de esta guerra? En todo caso está claro que, puesto en una situación límite, Israel considera a Siria (y eventualmente a Irán), no como un factor revolucionario o de desestabilización, sino todo lo contrario: en última instancia, como los grandes factores que podrían ser usados para despojar a los movimientos en lucha de su independencia de acción.


Palestina


La guerra ha desplazado del noticiero a Gaza y a Cisjordania, donde los ataques sionistas continúan sin cesar, cobrándose siempre más víctimas civiles. El sionismo no los ha olvidado en ningún momento y nadie parece acordarse de que tiene secuestrado a medio gabinete de la Autoridad Palestina.


Pero toda la guerra de Líbano tiene que ver, antes, durante y después, e incluso siempre, con el derecho del pueblo palestino a una existencia nacional real, sin la cortapisa ni las restricciones de ninguna potencia histórica extraña en su suelo nacional. La guerra de Líbano empezó, por los dos lados, por Gaza: por la defensa de la resistencia palestina, por parte de Hezbollah; por poner fin a cualquier tipo de resistencia, por parte de Israel, incluso con la intención de acabar produciendo una transferencia de población que le asegure la totalidad del territorio palestino. Ahí está la construcción del Muro, que arrebata un 40% del territorio, fundamentalmente de Cisjordania.


Por eso es fundamental, en el marco de esta masacre sin precedentes, la reivindicación del completo retiro militar de Israel de Gaza y Cisjordania; la destrucción del Muro y la devolución de las tierras confiscadas para su construcción; y, por último pero lo más importante, la liberación de los diez mil presos palestinos — lo único que marcaría una victoria revolucionaria para los pueblos que han sufrido esta guerra con muertes y mutilaciones.


Un giro mundial


La agresión sionista ha ampliado en una escala colosal el área de la crisis mundial cubierta por guerras imperialistas y resistencias populares cada vez mayores. La vinculación de esta masacre con el usufructo del oleoducto que debe unir a Azerbaiyán con Turquía, en el Mediterráneo, muestra que la geografía de la crisis mundial se extiende a Rusia y a todas las naciones de la ex URSS. Ese oleoducto construido por los monopolios anglo-norteamericanos es un instrumento directo concebido por la Otan.


Un fracaso de Israel en esta guerra sería un revés enorme no solamente para Bush, sino para todo el imperialismo norteamericano. Ahí está para probarlo el furioso apoyo a Israel de parte de Howard Dean, el presidente ‘progresista’ del Partido Demócrata.


Pacifismo


Tampoco se ven las movilizaciones de los movimientos antiglobalización contra el sionismo: es que Lula en Brasil y Bertinotti en el gobierno imperialista de Prodi sostienen a fondo al régimen sionista (Bertinotti acaba de votar la amnistía para todos los amigos corruptos de Berlusconi, que se encontraban presos). El ‘pacifismo’ ha entrado en bancarrota aún más que la guerra aérea. Incluso un pacifista combativo como el israelí Uri Avneri es incapaz de sacar todas las conclusiones de esta guerra, que no son otras que la necesidad de una unidad de masas sin distinciones étnicas para precipitar una derrota del sionismo. En su último texto llama al gobierno israelí a conformarse con un acuerdo que retire a Hezbollah algunos kilómetros de la frontera, conjuntamente con su reemplazo por una fuerza militar internacional o de Líbano, y el intercambio de prisioneros (International Clearing House, 30/7). Semejante acuerdo, dice, podría ser presentado como una victoria tanto por Olmert como por Nasrallah. No es mucho, agrega, pero puede hacerse para “cortar los gastos”. Avneri no esconde que trata de sacar al gobierno de Israel de la trampa en que dice que se ha metido. El símbolo del pacifismo israelí es incapaz de tomar la causa de los oprimidos, es decir de los pueblos palestino y libanés, y es incapaz de llamar a los trabajadores judíos a hacer causa común con ellos, incluso cuando ve descarnadamente la barbarie humana que representa la guerra querida y planificada por el régimen sionista.


No se trata de hacerse los tontos. Sabemos que las maquinarias bélicas de Israel y Estados Unidos son demoledoras. Sabemos que son imbatibles en una confrontación militar. Sabemos que aún gozan de estabilidad interna, aunque haciendo agua por todos lados. Sabemos que esta guerra se cerrará transitoriamente con una transacción, que no es posible todavía “la lucha final”. Pero el deber de todo auténtico defensor de la humanidad en circunstancias históricas como estas no puede ser otro que: muerte al opresor, por la plena victoria de las reivindicaciones de los oprimidos.