Israel: Un asesino confesó al gobierno

Con apoyo centroizquierdista, naturalmente


Hace solamente 19 meses, el partido laborista encabezado por Barak tumbaba a la derecha del gobierno, explotando la incapacidad de ésta para continuar con las llamadas negociaciones de paz con los palestinos. Ahora es la derecha la que derriba a los laboristas por las mismas razones. Pero mientras el anterior gobierno derechista, presidido por Netanyahu, había fracasado en su intento de reemplazar la negociación gradual por un acuerdo final, el gobierno de Barak fracasó precisamente en la pretensión de alcanzar este acuerdo definitivo. En el marco de una década se experimentaron todas las salidas posibles: desde el intento de crear un Gran Israel absorbiendo los territorios ocupados, que fue frustrado por la primera Intifada, hasta el de lograr un acuerdo integral que creara un Estado palestino fantoche, pasando antes por la devolución gradual de los territorios ocupados. El fracaso tan completo de una gama tan variada de alternativas, es una demostración irrefutable del carácter histórico de la crisis de la dominación sionista.


Oslo, finito


Obviamente, no es cierto que las negociaciones Barak-Arafat, bajo la batuta de Clinton, hayan fracasado por el desacuerdo en torno a Jerusalén o al derecho al retorno del pueblo palestino. La llamada Autoridad Palestina ya había renunciado a esos objetivos en la intimidad de las negociaciones. El verdadero obstáculo fue que el gobierno de Barak nunca admitió un retiro completo de los territorios; nunca admitió que el Estado palestino a crear tuviera continuidad territorial; nunca admitió desmantelar colonias sionistas en territorio palestino; exigió controlar las fronteras del Estado a crearse; y por último pretendió ejercer el manejo de su seguridad. Lo que el sionismo pretendía era la formación de una suerte de municipio palestino que fuera reconocido internacionalmente como un Estado. La segunda Intifada, no Arafat, frustró estos propósitos y puso en una completa impasse la política de Barak diseñada desde las oficinas de Clinton.


Ahora, “el proceso de Oslo … se ha agotado… se ha terminado”. Esta es la conclusión de fondo del imperialismo, como la expresa The Economist (10/2). Los bombardeos a Irak tienen que ver con esta conclusión; se trata de un golpe preventivo del gobierno de Bush para respaldar a Sharon y realinear en esta posición a los gobiernos árabes y a la Unión Europea. De un modo más general, la reanudación de la agresión contra Irak refleja la presión que la crisis comercial y financiera está ejerciendo sobre el flamante gobierno norteamericano.


¿Qué alternativas se le abren a Sharon? “…Puede albergar la esperanza –dice The Economist–, de silenciar la rebelión con una represión feroz –ha hablado de demoliciones masivas de viviendas– pero en esta etapa de la intifada es más probable que la ferocidad sirva para profundizar el ciclo de violencia y contraviolencia que para detenerlo.” Esto no ha impedido que el sionismo, aun bajo el gobierno de Barak, continuara asesinando a los líderes de la intifada, sin molestarse en lo más mínimo por violar incluso los territorios que ya ha cedido a la Autoridad Palestina.


Plan Sharon


Según el diario Jerusalem Post (9/2), “Sharon ha diseñado un plan de varias etapas para llegar a un acuerdo de no beligerancia con los palestinos … El plan incluye un alivio a las restricciones económicas a los palestinos, un completo rechazo al derecho al retorno, ninguna división de Jerusalén y ningún traspaso del valle del Jordán al control palestino”. Este planteo, informa el diario, fue públicamente apoyado por Kissinger, el ex jefe de seguridad de Nixon, quien agregó que bajo ninguna circunstancia se debe volver a las fronteras de 1967. El “acuerdo final” puede esperar todo el tiempo que sea necesario.


Es decir que el planteo del imperialismo es sentarse encima de un barril de pólvora y asegurarse por todos los medios de que no estalle. Es la expectativa que The Economist formula abiertamente cuando dice que el conflicto sionista palestino “atrae una atención desproporcionada”; “que el peligro de una guerra regional … es remoto”; “que no es el temor a una ampliación de la guerra lo que ata a Occidente al gallinero israelo-palestino”. Kissinger tiene, sin embargo, mucho cuidado en recomendar que no se siga con la política de mayores asentamientos de colonos y con la necesidad de que los territorios palestinos sean contiguos. Es decir que no renuncia a una “paz” eventual en sus propios términos. ¿Pero tolerará el Estado sionista una situación que congele su expansión y que admita en su seno una masa creciente de trabajadores palestinos para ser explotados por los capitalistas internacionales en Israel? Ya en el acuerdo entre la derecha y el laborismo se establece “un congelamiento en la construcción de nuevas colonias”, sin por ello “frenar el crecimiento natural de las implantaciones existentes…” (Le Monde, 14/2).


Es que las contradicciones sociales y políticas en Israel son extremas. El 40% boicoteó las elecciones, lo que equivale a un voto de desconfianza al Estado sionista; con el 55% de los votos emitidos, Sharon representa a una minoría del 23%. Esto explica que intente formar un gobierno de coalición con el laborismo, a lo cual sus dos principales dirigentes, Barak y Peres, ya han prestado acuerdo. Es Peres, precisamente, una ” paloma”, el que más defiende la política que excluye la posibilidad de llegar a un acuerdo final de “paz” con los palestinos.


Esa misma brutalidad de las contradicciones en Israel ha llevado a la bancarrota a la izquierda sionista. Hace 19 meses, se presentó con un programa de renovación laica del oscurantista Estado sionista y con el slogan de una paz de iguales. En muy poco tiempo, cedió sus posiciones en el gobierno al partido del fundamentalismo judío y a partir de la intifada abrazó abiertamente la represión contra las masas palestinas. Sus limitaciones, o sea la incapacidad para forjar una alianza política con las masas y aspiraciones árabe-palestinas, la llevaron a hacer causa común con los asesinos profesionales de su propio Estado. Sólo los militantes de la IV se mantuvieron fieles a la lucha contra la reacción sionista.


Agotamiento de Arafat


El imperialismo, de un lado, y la intifada, del otro, han puesto fin al grotesco y corrompido Estado de Arafat. Israel, por un lado, lo está asfixiando económicamente y lo seguirá haciendo “hasta que Arafat actúe contra los terrori stas” (Le Monde, 13/2). Existe en el campo palestino un doble poder, que se manifiesta tanto en las organizaciones de lucha contra el sionismo como en las organizaciones sociales, culturales y políticas de oposición a Arafat que han proliferado en el último tiempo, en especial en las ciudades más activas de Cisjordania. El derrocamiento de Arafat y la formación de una dirección revolucionaria unificada, capaz de darle a la intifada una proyección internacional, sería un paso fundamental para desbaratar la nueva política sionista. Los opositores combativos a Arafat, sin embargo, entienden que actúan mejor a la sombra del fantoche. No tienen en cuenta o no valoran en forma suficiente el hecho de que por sus lazos con el sionismo y la CIA, la Autoridad Palestina podría transformarse rápidamente en un puñal contrarrevolucionario en las espaldas de las organizaciones en lucha.


Una enorme responsabilidad les cabe a las organizaciones que, desde Seattle, se han movilizado contra la llamada globalización. Está ausente en su política la lucha por la defensa de las aspiraciones nacionales palestinas a un Estado independiente, aspiraciones que podrían unificar a sus componentes árabes, judíos y cristianos contra el imperialismo y el Estado sionista.