Israel: Un Estado racista y homofóbico


El atentado perpetrado por un grupo de colonos en Duma, pequeño pueblo de Cisjordania, en el que un bebé murió carbonizado y sus familiares sufrieron severas quemaduras, suscitó una nueva oleada de protestas en los territorios palestinos y en Jerusalén. Según un analista, “(las consecuencias) son aún impredecibles, aunque tanto el gobierno de Israel como la Autoridad Palestina tratan de evitar que (el desorden) se propague por toda Cisjordania” (El País, 1/8). En la represión de las protestas, el ejército israelí fusiló a dos jóvenes.


 


El accionar criminal de los colonos se desarrolla bajo el amparo del estado sionista, encubridor de los ataques precedentes y principal promotor de la usurpación de tierras de los palestinos. Días antes del atentado, el premier Benjamin Netanyahu autorizó la construcción de 300 nuevas viviendas en el asentamiento de Beit El, cerca de Ramallah, y de otras 500 en Jerusalén Este. La fuerza política que representa a los colonos, Hogar Judío, forma parte del gabinete, lo mismo que los grupos ultraortodoxos como Shas y Judaísmo Unido por la Torá. Incluso Netanyahu impulsa una reforma constitucional dirigida a convertir a Israel en un Estado judío, lo cual implica legalizar y profundizar la política de apartheid contra los árabes israelíes.


 


 


Colonización


 


Según datos de la ONG israelí Btselem, en Cisjordania hay más de 125 colonias en las que viven 350.000 personas. A ellas se suman las casi 200.000 que viven en asentamientos situados en la parte este de Jerusalén (ídem, 29/7). El 60% del territorio cisjordano (las llamadas áreas C) se encuentra bajo control militar israelí. Los pedidos de edificación de los palestinos en esta región son sistemáticamente rechazados por el Estado. Este proceso de colonización ha transformado al territorio palestino en un conjunto de cantones atomizados por la vigilancia militar sionista. También se encuentran en desarrollo planes de construcción de comunidades judías en el Desierto del Neguev, que implican el desplazamiento de familias beduinas, como en Umm al-Hiran (New York Times, 23/5). La Franja de Gaza, con la complicidad de Egipto, ha sido transformada en una prisión a cielo abierto.


 


La colonización va acompañada de un endurecimiento de la represión. El parlamento acaba de elevar las penas por arrojar piedras, la más elemental modalidad de resistencia de los palestinos, hasta los 20 años de prisión. Casi mil personas son condenadas cada año por este motivo.


 


 


Discriminación


 


La segregación se extiende al interior del territorio propiamente israelí. Los beduinos, de origen árabe, son el grupo más pobre y casi un tercio de ellos (70 mil) vive sin agua corriente, luz, rutas ni escuelas. Los etíopes judíos se encuentran en los peores puestos de trabajo, la mayoría tercerizados, y el 70% de ellos vive en guetos. La reciente golpiza de un soldado etíope-israelí por parte de la policía desencadenó protestas masivas de este sector (ver PO Nº 1.362).


 


El reciente atentado homofóbico contra la marcha del orgullo gay en Jerusalén, en la que seis personas fueron acuchilladas por un militante ultraortodoxo, ocurre en este cuadro de segregación. Como resultado, una joven de 16 años murió. El asesino había sido liberado hace algunas semanas tras cumplir una condena de 10 años por un ataque similar. A la marcha de Jerusalén, que congregó a 5 mil personas denunciando la discriminación, le dio la espalda todo el arco político israelí, incluidos los sectores que se autodenominan progresistas. Estos sólo se plegaron a las marchas de repudio al atentado para limitar el alcance del movimiento.


 


Los dirigentes de todo el arco político sionista, empezando por Netanyahu, han salido a desmarcarse tanto de los atentados de los colonos como del ataque homofóbico, a cuyos autores equiparan cínicamente con la resistencia palestina bajo el mote común de “terroristas”. En rigor de verdad, buscan disimular que no estamos en presencia de un puñado de asesinos sueltos sino de una creación estatal.