Juegos de guerra

El lanzamiento de misiles con carga explosiva real que realizó China a escasos kilómetros de los dos principales puertos de Taiwan, hizo trepar velozmente las tensiones militares en todo el sudeste de Asia. Estos ‘juegos de guerra’, sin embargo, no van a desembocar en una guerra real, no solamente porque China carece de los medios aéreos y marítimos necesarios para invadir la isla gobernada desde 1949 por los nacionalistas.


Ocurre que la integrción económica de Taiwán con China y la de ésta con Hong Kong es ya impresionante. Taiwán es uno de los mayores inversores externos en China; sólo en la provincia de Fujian, en la costa continental frente a la isla, sus inversiones directas superan los 24.000 millones de dólares; el comercio bilateral entre China y Taiwán supera los 18.000 dólares anuales. Un estallido de las hostilidades impedirá la ‘reintegración’ de Hong Kong a China en 1997. Hong Kong no sólo es el principal inversor externo en China y su principal centro comercial; Hong Kong es, por sobre todo, la ‘puerta’ por donde la burocracia fuga sus capitales y el escenario por excelencia de su transformación social en clase capitalista (65.000 chinos continentales —es decir, burócratas reconvertidos— participan activamente de la especulación bursátil e inmobiliaria de Hong Kong, Le Monde, 21/5/95).


Esta densa red de intereses económicos que une a los burócratas chinos reconvertidos en capitalistas con los  capitalistas de Taiwán, con la comunidad capitalista china en la emigración y con el capital financiero internacional, explica por qué no va a haber guerra. La suba de 54 puntos de la Bolsa de Taiwán el 15 de marzo (The Washington Post), es una prueba de la confianza que reina en la burguesía.


El enfrentamiento con Taiwán es ‘un juego de espejos’ del enfrentamiento de China con los Estados Unidos.


Las disputas entre China y Estados Unidos obedecen, según Le Monde (1/8/95) “a la voluntad recíproca y concurrente de ambos países de proyectarse en el plano regional en función de objetivos comerciales”. Estados Unidos está jugando ‘la carta de Taiwán’  para obtener una serie de concesiones mayores de parte de China. Aunque en el Congreso norteamericano existen quienes reclaman “establecer embajadas en Taiwán y en el Tibet”, la posición oficial del imperialismo es, en las palabras del propio Clinton, la “ambigüedad estratégica” (The Washington Post, 14/3): no reconocer a Taiwán ni abandonarla. La ‘comunidad de negocios’ respalda ampliamente esta política del actual ‘statu quo’ hasta ver cómo evoluciona la integración de Hong Kong a China, que comenzará en 1997.


El imperialismo le asigna a Taiwán un papel determinante en la restauración capitalista en China. Las negociaciones para la reintegración de Taiwán a China deben servir para profundizar la marcha de esa restauración. La burocracia china aún guarda un considerable grado de independencia frente a los capitalistas y al imperialismo mundial. Las ‘garantías’ y ‘seguridades’ que la burocracia debería dar a los capitalistas de estos enclaves y al imperialismo deben servir para acabar con esta independencia y ‘poner en línea’ al régimen político con la base económica —puramente capitalista— de China.


La fórmula “un país, dos sistemas”, con que la burocracia está negociando la reincorporación de los enclaves capitalistas a China, es el vehículo de la transformación del régimen político chino en una burocracia plenamente capitalista.